Fronteras, demagogos y racistas

Para empezar, dos obviedades. Primera obviedad: la inmigración es un drama para las personas que se ven forzadas a abandonar su casa, huyendo de la miseria y la guerra, no para los países ricos a los que ellos huyen. Hacen falta unas dosis elevadísimas de insensibilidad para presentar esta situación como un problema grave para los países que reciben a estos seres humanos y no para los hombres, mujeres y niños que se echan al mar o intentan saltar la valla de Ceuta o de Melilla para entrar en Europa. Las personas necesitadas, los marginados de la historia, los que sufren de verdad las desigualdades de este mundo injusto, son ellas. Esto de que desde un país occidental rico nos lamentemos tanto por "avalanchas" de seres humanos que no tienen nada y buscan una vida mejor suena, siendo amables, muy egoísta. Y segunda obviedad: siempre en la historia ha habido movimientos migratorios desde países pobres a otros ricos, y siempre los habrá. En el pasado fueron nuestros abuelos o bisabuelos los que tuvieron que huir de la guerra de España hacia otros países. Mientras el mundo siga siendo tan desigual, las personas pobres, las que no tienen nada, buscarán una vida mejor en otra parte, sin importar concertinas, muros o mares convertidos en gigantescos cementerios. 


A juzgar por algunas informaciones de estos días, que hablan de avalanchas y de asaltos a la valle de Ceuta, parecería como si la integridad de España estuviera en riesgo por la amenaza de un ejército enemigo que nos invade. Descorazona la falta absoluta de sensibilidad con la que se informa de estas noticias. No se suele llamar personas a las personas que llegan a España, porque eso abriría una puerta a la empatía. Así que mejor llamarlos directamente inmigrantes, subsaharianos o, mejor aún, simpapeles o irregulares. Porque con esa etiqueta tal vez consigan no ver en esas personas a seres humanos que están dispuestos a todo por huir de sus países, como lo estaría cualquiera que pasara hambre o padeciera guerras y violencia diaria en su hogar. 

Cuando se habla del inmenso problema que supone la llegada masiva de personas de otros países que escapan de la miseria solemos perder de vista lo esencial: son personas con sus propias historias, gente que desearía poder vivir en su país, pero que han sido expulsados de él por la falta absoluta de oportunidades. Nadie quiere jugarse la vida en pateras precarias o arriesgarse a asaltar una valla por diversión. Ni tampoco para fastidiar a los racistas a quienes tanto incomoda su mera existencia. Lo hacen porque no tienen otra opción. Es así de sencillo. Por alta que sea una valla que separe a un país pobre y a otro rico, que es puerta de entrada además a otros mucho más ricos, no podrá detener a quienes buscan una vida mejor, o una vida a secas. 

Así que ante esta "avalancha", quizá lo primero sería evitar esos discursos alarmistas que oscilan entre la demagogia más repugnante, el partidismo más rancio (ya saben, toca atizar al gobierno porque nos está invadiendo de inmigrantes) y el racismo más asqueroso. El problema, gigantesco e imperioso, lo tienen esas personas que se ven obligadas a abandonar su país. Nosotros, como país rico, tenemos el problema de intentar darles la atención más humanitaria posible. Obviamente, hay un problema de saturación en las ciudades receptoras de tantas personas en situación irregular. Naturalmente, las leyes se deben cumplir. Pero el problema real es cómo podemos tratar a estos seres humanos con la dignidad que merecen como tales. Dejemos de mirarnos el ombligo y menos si es para reforzar nuestros prejuicios racistas. 

Una de las reacciones más insensible a la llegada de seres humanos que huyen de su precaria situación en distintos países de África es la de aquellos a quienes lo único que importa aquí es defender las fronteras de España, como si estuvieran en riesgo y, sobre todo, como si las fronteras, esas líneas artificiales sobre mapas, fueran más importantes que el drama humano de estas personas. Quien ante imágenes de personas desesperadas dispuestas a todo por luchar por su vida no vea más que amenazas a las fronteras tiene un problema serio. Claro que hubo alguna actitud violenta por parte de estas personas que saltaron la valla en Ceuta. Naturalmente que eso no se puede permitir ni es aceptable. Pero, por supuesto, sería de agradecer que los xenófobos no escondieran su odio al diferente detrás de excusas. 

Los informes que nos cuentan estos días que hay no se cuántos miles de personas que pueden llegar a España nos cuentan algo, digamos, poco novedoso: hay miles de personas pobres que no tienen nada que harán todo lo posible por empezar una nueva vida en países ricos. Pues claro. Es obvio. Que nosotros, del lado afortunado de la historia, desde países occidentales ricos, miremos con desdén a quienes no tienen nada es repugnante, porque nos sitúa en la posición del rico que cree de verdad que un pobre lo es porque lo merece y que, por supuesto, no está dispuesto a hacer nada para combatir la actual situación de desigualdad. Pero el intento desesperado de estas personas no es una avalancha ni una amenaza a nuestras fronteras. Es este mundo injusto y desigual llamando a nuestras puertas o, directamente, derribándolas, porque la miseria más absoluta no se puede contener y porque no podemos esperar que quien nada tiene se quede en su país a morir sin buscar una vida mejor en otra parte. 

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