Presidente Sánchez


Pedro Sánchez tomará hoy posesión como nuevo presidente del gobierno, tras ganar la moción de censura que presentó el PSOE con 180 votos a favor en el Congreso, un respaldo superior al que recibió Mariano Rajoy para convertirse en presidente. Si las últimas elecciones sirvieron, entre otras cosas, para cuestionar la fiabilidad de las encuestas, este último movimiento político debería llevarnos a replantearnos el valor del análisis político (empezando por este), porque nadie supo prever algo así hace apenas una semana, cuando una sentencia convertía en verdad jurídica lo que era un secreto a voces. Nadie podía anticipar tal resurrección política de alguien detestado a partes iguales por el PP, ciertos sectores de la vieja guardia de su propio partido y buena parte de la prensa. Cuestionar el triunfo político de Sánchez al convertirse en presidente, contra todo y contra todos, parece empeñarse en construir una realidad paralela muy regañada con los hechos.

La tarea que tiene por delante Sánchez es titánica, para empezar, porque tiene sólo 84 diputados. El lider del PSOE sabe que la mayoría absoluta que consiguió en la censura responde más a la imperiosa necesidad del resto de partidos de distanciarse del hedor de corrupción del PP que a una unión real en torno a Sánchez o un programa hasta ahora inexistente. El calendario es poco claro. No se sabe cuánto tiempo durará este gobierno, cuya composición conoceremos este fin de semana. Ni tampoco están claras las medidas que tomará, ni con quien las pactará. Lo primero que debería hacer Sánchez es aclarar sus intenciones. La situación es complicada y confusa, mucho, tanto como suelen ser las situaciones políticas que generan escándalos de gran magnitud que implican al partido del gobierno. ¿Cómo no va a ser complicado recomponer las instituciones cuando el partido que sustentaba al gobierno ha sido condenado por corrupción? ¿Cómo no va a ser grave e incierto lo que estamos viviendo en España? Lo que pasa es que achacar esta inestabilidad a una mayoría absoluta de 180 diputados, representantes de ciudadanos españoles con idéntico derecho al voto e idéntica legitimidad que el resto, que han decidido romper con un gobierno intoxicado por la corrupción, parece un poco cínico. En no pocos análisis se olvida algo que parece clave: el detonante de esta moción, la sentencia (una de tantas que vendrán) del caso Gürtel. 

Otros análisis olvidan un aspecto igualmente importante: Rajoy podría haber detenido la moción con su dimisión. Fue quizá lo más inteligente y audaz de la intervención de Sánchez. Le dejó claro que retiraría la moción si él dimitía, pero Rajoy se negó por soberbia y porque entendió que dar un paso atrás (como los que él exigió a tantos líderes de su partido enfangados con la corrupción) era en parte reconocer la responsabilidad política por Gürtel que sin duda tiene pero que no hace más que rehuir. Los que hacen sonar el cuerno del Apocalipsis, quienes anticipan la destrucción de España en manos de podemitas, separatistas y terroristas, olvidan el pequeño detalle de que Rajoy podría haber evitado este vuelco político si hubiera hecho una cosa tan loca como asumir la responsabilidad política por la gigantesca mancha de corrupción que ensucia al PP. 

Pedro Sánchez sabe bien lo que es enfrentarse a una legión de opositores. En su propio grupo parlamentario hay una amplia representación de diputados socialistas que contribuyeron a desalojarlo de Ferraz para que el PSOE pudiera dar vía libre al gobierno del PP. Es otra parte de la historia que se olvida. Sin el empeño de la vieja guardia por impedir a Sánchez buscar cualquier alternativa de gobierno a Rajoy y, desde luego, sin la desmedida ambición de Pablo Iglesias hace dos años, probablemente no hubiéramos llegado hasta aquí. El PP tenía entonces la misma necesidad urgente de regeneración que tiene ahora. Pero Felipe González, Susana Díaz y compañía no la veían, en parte, porque su desprecio a Sánchez estaba por encima de todo lo demás. Al líder del PSOE, y desde hoy presidente del gobierno, no le pillará de sorpresa la incansable campaña en su contra que emprenderán el PP, Ciudadanos y parte de la opinión pública. Ya ha vivido algo parecido, pero al lado de lo que le espera, aquellos ataques parecerán un juego de niños. 

Por si había alguna duda del tono de la oposición a Sánchez, ayer varios dirigentes del PP calificaron de fraude y, ya puestos, hasta de golpe de Estado, la aplicación de un instrumento legal recogido en la Constitución como la moción de censura. Es asombro que personas que tanto dicen defender la Constitución tengan semejante desconocimiento de la misma. Ya podrían defenderla menos y leerla más. Albert Rivera, fiel aliado del PP, decía el otro día que la salida más democrática a la situación política actual es una convocatoria de elecciones. Probablemente sea la mejor solución, sí, pero ¿cuando dice que es la más democrática quierse decir que una moción de censura no es democrática? ¿Significa que no entiende el funcionamiento de una democracia parlamentaria? ¿Está diciendo acaso que 180 diputados no es una mayoría absoluta en el Congreso, salvo que voten en el mismo sentido que él? Quienes dicen que lo ocurrido ayer en el Congreso es un fraude o que supone la entrada por la puerta de atrás de Sánchez en la Moncloa, ¿están proponiendo eliminar de la Constitución la moción de censura? ¿Están demostrando que les incomoda que haya separación entre el poder legislativo y el ejecutivo? ¿Descreen del control del Parlamento al gobierno? 

Hay personas fanáticas y marrulleras en todos los partidos políticos (ahí está el impresentable machismo de Monedero con Saénz de Santamaría ayer en el Congreso). Y, desde luego, no creo que la corrupción o las malas actitudes sean exclusivas de ningún partido. Por supuesto, hay políticos honrados y brillantes en el PP. Y también los hay que saben cómo funciona un sistema parlamentario. Pero también hay una parte del PP que considera de verdad que el poder les pertenece, de tal forma que cuando no lo tienen se enrabietan, como un niño al que le quitan la pelota. Como consideran que el poder es suyo, cualquier situación en el que no lo ostenten es anómala, peligrosa, apocalíptica. Y en esos casos todo vale. Por el bien del país, ojalá me equivoque, pero da la sensación de que el PP va a repetir la oposición desleal que ya hizo a Zapatero. Esa oposición que no entiende de asuntos de Estado ni tiene el menor problema en utilizar cualquier tema (incluido el terrorismo) como arma arrojadiza. Ahora, además, con el agravante de que tienen un rival en la derecha, Ciudadanos, con el que no dejará de competir desde el primer día para bien quién la suelta más gorda, quién atiza más al nuevo gobierno, quién lanza sobre él la sospecha más grave, y quién atrae más votos de las banderas en los balcones azuzando el nacionalismo español más primario. 

El PP y Ciudadanos hablan de un perverso pacto oculto entre el PSOE y los independentistas catalanes para hacer presidente a Sánchez. Todo puede ser, pero da la sensación de que no conciben una explicación más sencilla al voto afirmativo de los partidos independentistas a la moción de censura: no querían sostene a Rajoy. Igual, así a lo loco, no querían mantener con su voto a un presidente manchado por la corrupción. Sin más. Sánchez no ha necesitado negociar o pactar demasiado, o eso creo. La imagen devastada de Rajoy el deterioro del PP eran suficientes para que nadie (más que PP y Ciudadanos) acudiera al auxilio del expresidente. El PP podría dedicarse a regenerarse, pero prefiere hacer una oposición dura a Sánchez e incluso cuestionar la legalidad de un mecanismo perfectamente  legal. 

Cataluña será el tema más delicado que le tocará gestionar a Sánchez y la principal baza de la oposición, compuesta por el partido que ha sido incapaz de hallar una solución a esta crisis y por el que más rédito electoral ha sacado de la creciente confrontación entre las dos mitades de Cataluña. Cuando escucho a líderes del PP y Ciudadanos criticar que Sánchez se pueda reunir, oh dios mío, con Quim Torra, president legítimo de Cataluña, no dejo de preguntarme qué solución exactamente tenían en mente para la crisis catalana. ¿No iban a hablar nunca jamás bajo ningún concepto con la mitad de la población catalana que no piensa como ellos? ¿Pretenden seguir agitando banderas y dinamitando puentes? ¿De verdad considerarían una traición buscar una salida dialogada a este embrollo? Llegan tiempos difíciles en los que “crispación” volverá a ser la palabra de moda. 

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