El tratamiento

Hace unos meses, el programa de RNE No es un día cualquiera celebró el Día Mundial del Teatro sobre las tablas de El Pavón Teatro Kamikaze de Madrid. No podían haber elegido mejor lugar para ello, porque el Kamikaze es uno de los espacios más estimulantes y atrevidos de la escena madrileña. Una obra en ese teatro es, como mínimo, garantía de planteamientos originales que tratan como personas maduras al espectador. Aquel día de radio y teatro, decía, Pepa Fernández entrevistó a Pablo Remón, autor de El tratamiento, una de las obras que se representaban entonces en el Kamikaze. Fue una charla muy interesante sobre el valor de crear historias hoy en día, la relación entre las vivencias personales de los autores y sus obras, el paso del tiempo... Esa entrevista, sumada a las buenas críticas de la obra que había leído y al sello de calidad que garantiza el Kamikake me hizo querer ver El tratamiento con urgencia, pero ya quedaban pocas funciones y no me fue posible. Ahora, el teatro madrileño recupera la obra, que pude disfrutar el sábado pasado. Y me reafirmo en que el buen criterio de los gestores del Kamikaze es un muy buen punto de partida para elegir qué ver en la rica y diversa oferta teatral de Madrid. 


Intentar hacer una sinopsis de esta obra es tan difícil como estéril. La creación artística, el poder de la narración, la pérdida, los recuerdos de la infancia, la memoria, el amor, la trastienda del mundo del cine, el contraste entre lo que se desea y lo que se termina teniendo, entre lo que se aspira a ser y lo que uno es de verdad... Todo eso con alusiones al Titanic o a la Guerra Civil española, o algo así, con alguna que otra idea alocada que aporta una dosis de comedia a esta obra difícilmente clasificable, con un estilo ágil, trepidante casi, de aire cinematográfico y estructura muy original. 

Los cinco actores en escena representan a varios personajes y todos ellos ejercen de narradores de la historia, interrumpiendo escenas con pensamientos de los personajes o con explicaciones de la trama, como la voz en off de una película. Francesco Carril (a quien vimos en La reconquista, de Jonás Trueba) da vida a un guionista cuya vida no ha seguido exactamente el camino que deseaba. Mientras da clases de escritura a aspirantes de cineastas y escribe textos de promociones publicitarias, intenta sacar adelante el tratamiento (un texto previo al guión de una película), llamando a todas las puertas posibles. Sus peripecias para estrenar la película sirven para ofrecer una mirada extraordinariamente satírica del mundo del cine, con varios personajes que dejan a las claras qué clase de historias son las que quiere la industria cinematográfica. 

Bárbara Lennie, a quien tenía muchas ganas de ver en el teatro, interpreta a varios personajes, desde una productora cínica convencida de la hipocresía de su trabajo y de que no pueden vender pescado fresco porque ellos son más bien Pescanova y se dedican a producir en serie palitos de merluza, hasta Cloe, la ex del protagonista, su primer amor, quien le marca profundamente y de cuyo recuerdo no escapará. Junto a ellos, dando vida también a distintos personajes, están Ana Alonso, Francisco Reyes y Emilio Tomé, quienes mantienen el pulso frenético de un guion inteligente que rezuma ironía y lucidez. El tratamiento es una de esas obras que uno necesitaría ver más de una vez para quedarse con todas las cuestiones que aborda, pasando del drama a la comedia con la misma fluidez y naturalidad con la que lo hace la propia vida. 

Deja escenas memorables esta obra, y también varias frases que persiguen al espectador tiempo después de haber disfrutado dela historia. Por ejemplo, ese "es un momentito", que nos decían de niños cuando nos iban a vacunar. Ese mismo "momentito" que termina siendo todo en la vida, incluida la propia vida, no más que un suspiro, una experiencia siempre con fecha de caducidad, con lo que eso implica para bien (toca disfrutarlo ya que será finito) y para mal (la inevitable presencia de la muerte, porque "las cosas se van y no puedes hacer nada para retenerlas"). O esa otra frase, "hay menos recuerdos que personas", que cuentan cómo hay tantos momentos compartidos que dos personas recuerdan a la perfección, con todo lujo de detalles. O también esa en la que escuchamos que "escribir es como un sarpullido, no puedes dejar de rascarte". El tratamiento está en el Kamikaze hasta el 1 de julio y yo no dejaría escapar la oportunidad de disfrutar de esta obra tan profunda, ágil, inteligente y reflexiva. 

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