Rajoy, al final de la escapada

Si Rajoy, que no dejó de ir al fútbol tras pedir a Bruselas el rescate para el sector financiero, decidió no acudir ayer a ver la final de Champions entre el Real Madrid y el Liverpool (enhorabuena a los madridistas) es que la situación es complicada de verdad. Ni la moción de censura de Pedro Sánchez, ni el ultimátum impreciso muy de nadar y guardar la ropa de Ciudadanos, ni la indignación popular tras la sentencia del caso Gürtel. Lo que de verdad revela que el gobierno pende de un hilo es que Rajoy se haya perdido una final de Champions. Algo muy grave debe de estar ocurriendo para que el presidente del gobierno, que tiene a Marca como su diario de referencia, se pierda una final de Champions de su equipo. Quizá hasta le duela más esa ausencia, por aquello del qué dirán, que el callejón sin salida en el que se encuentra. 


Cuesta mucho ver una salida a Rajoy en este contexto. Parece al final de la escapada, agonizando políticamente. La sentencia por uno de tantos casos de corrupción que acechan al PP, esos casos tan numerosos que parece un chiste llamarlos casos aislados, ha situado al gobierno al borde del precipicio. El PSOE decidió presentar una moción de censura, a la que se suma Podemos (desdibujado hasta extremos inimaginables, con la consulta sobre el chalet de Iglesias y Montero). Ciudadanos, muy en su estilo, ha cambiado un par de veces ya de opinión sobre su postura tras la sentencia del caso Gürtel. Y las que quedarán. Lo prodigioso es que sus contradicciones no le restan ni un ápice de apoyo electoral. En gran medida, porque pesca en un caladero, el de votantes del PP, que se vacía a pasos agigantados por tal imagen de podredumbre, por tal hedor a corrupción por todas partes. 

Albert Rivera, que el día antes de conocerse la sentencia (qué oportuno todo) dio su apoyo a los presupuestos generales, dijo que todo cambiaba, sin precisar demasiado qué significa eso. Después Ciudadanos pidió al gobierno que convocara elecciones, a pesar de que cualquiera con un mínimo conocimiento de la Constitución sabe que eso no es posible cuando hay convocada una moción de censura, que ya había presentado para entonces el PSOE. Después dijeron que, vale, venga, sí, que apoyarían una moción de censura, pero sólo si se cuelgan ellos la medalla, es decir, si el PSOE retira la suya, no vaya a ser que alguien les vea votado junto a Podemos o algún otro malvado partido radical. La llave la tiene la formación naranja, perfectamente capaz de cambiar unas cuentas veces más de opinión en adelante. 

Rajoy estaba convencido de que la innegable recuperación económica iba a ser suficiente para mantenerlo en el gobierno y seguir con su huida hacia adelante, escapando del pasado. Pero, como en esas películas cutres de la sobremesa, el pasado siempre vuelve. Y el presidente del gobierno (M.Rajoy, en los papeles de Bárcenas) no ha podido escapar de él. El partido del gobierno ha sido condenado y el juez ha mostrado en la sentencia la nula credibilidad que le merece la declaración como testigo del presidente del gobierno. Suena manido pero no deja de ser verdad: en cualquier otro país (civilizado, se entiende), nadie hubiera resistido como presidente del gobierno en semejantes circunstancias. 

La oposición política ha decidido echarse ahora a la yugular de Rajoy, cuando se ha conocido la sentencia, por más que las sospechas sobre la financiación irregular del PP y su corrupción intrínseca eran gigantescas, tanto que es inevitable comparar esta situación política con aquella escena de Casablanca en la que Louis se escandaliza haciéndose el sorprendido al descubrir que se juega en el local en el que él juega con frecuencia. Sorprendente, lo que se dice sorprendente, no es esta sentencia. Hay tal cantidad de escándalos de corrupción acechando al partido del gobierno que hace falta una desconexión de la realidad realmente notable, que diría Rajoy, para no percatarse de la imperiosa necesidad de regeneración que tiene el PP. Rajoy no pudo o no supo romper de forma contundente con aquel pasado, quizá porque no le convenía enfadar a ciertas personas. Y ahora recoge los frutos de tantos excesos, de tantas indecencias. 

La reacción de Rajoy, esperable, fue la clásica posición tramposa e irresponsable que consiste en vincular la estabilidad de España con su persona. Es decir, si la oposición echa abajo un gobierno sustentado en un partido corrupto, la culpa es de la oposición, no de los insoportables escándalos de ese partido. El mensaje al ciudadano es claro: si te ofende la corrupción, eres un antipatriota que se va a cargar la economía española y, peor aún, que se alinea con los malvados separatistas catalanes. Déjenos con estos casos de corrupción de nada, parece decir Rajoy, que lo que viene es peor. Como aquella viñeta fabulosa de Hermano Lobo en la que un político proclamaba ante un grupo de ciudadanos "O nosotros o el caos", ante lo que la gente responde "el caos, el caos". "Es igual, el caos también somos nosotros". 

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