Tres anuncios en las afueras

Tres anuncios en las afueras, una de las candidatas a los Oscar esta noche, lo tiene todo para ser una película maniquea, de buenos y malos, sin matices y con trazos gruesos. Pero esquiva ese riesgo. Jamás cae por la pendiente de lo sencillo, rehuyendo cada salida previsible a la trama. No hay caminos trillados. La cinta se pone más y más retos inesperados hasta un final excepcional a la altura de lo visto hasta entonces. El filme de Martin McDonagh pone en pantalla personajes reales, de carne y hueso. La sinopsis del filme invitaría a pensar en una historia muy distinta a la que ofrece. Es una película inteligente, sorprendente, emotiva y nada simplista, que avanza con diálogos brillantes y de la mano de personajes vulnerables, todos ellos débiles, cada uno a su manera. 

Frances McDormand, inmensa, da vida a Milrdred Hayes, una mujer devastada por el salvaje asesinato de su hija tras ser violada. Siete meses después, consumida por el dolor, la protagonista del filme se desespera por no tener noticias sobre la investigación del crimen, mientras la policía dedica su tiempo a hacer la vida imposible a los negros y, cuando tienen un rato libre, a los homosexuales. Por eso, decide contratar tres vallas publicitarias, esos tres anuncios en las afueras del título, en los que señala directamente a William Willoughby (Woody Harrelson), el responsable de policía del pueblo, y pregunta por qué aún no hay ningún detenido. 


Hasta aquí, la sinopsis, esos mimbres que podrían haber dirigido la película por unos derroteros previsibles, con personajes estereotipados: la madre doliente, los policías patanes. Nada de eso vemos en el filme. O no al menos con animo de caricaturizar a los personajes. La cinta consigue que el espectador empatice con todos los personajes. Por supuesto, con esa madre desgarrada por la pérdida de su hija, un dolor que resulta inimaginable. Ella está decidida a llegar donde haga falta para que se haga justicia con el asesinato de su hija. Lo necesita. Su vida quedó paralizada en aquella carretera secundaria donde ahora ha contratado esos anuncios para reclamar que se acelere la investigación. Pero no sólo. También empatizamos con el jefe de policía, e incluso con su compañero patán, interpretado con maestría por Sam Rockwell, que en el fondo es víctima de su ignorancia, un pobre infeliz incapaz de controlar su ira. 

Una de las claves del filme, que acierta de forma prodigiosa en la combinación del tono dramático y el cómico, porque en contra de lo que pueda parecer dada la seriedad del tema tratado, la cinta tiene muchas escenas hilarantes. Otra es que, en el fondo, todos los personajes, cada cual a su manera, son incapaces de gestionar sus emociones. La protagonista, excepcional, desencadenada, no puede superar la muerte de su hija. Le corroe el dolor y hasta la culpa. Y eso le lleva a señalar directamente a la policía, que está lejos de ser la más diligente del mundo, sin duda, pero en la que también hay personas con sus vulnerabilidades y sus contradicciones, lo cual es un acierto del filme, que perfectamente podría haberse dedicado a plantear una historia clásica de una madre coraje que se enfrenta al sistema y a la América de Trump. Afortunadamente, el director decide mostrar una trama mucho más rica en matices, mucho más inteligente. 

Nadie sabe controlar bien sus emociones en esta película. La protagonista, el policía lleno de odio ("el odio nunca ha servido para nada", le dicen en una escena hermosa y trascendental del filme). El exmarido de la protagonista. Todos son débiles, todos son humanos. Y el director no juzga a ninguno de los personajes, no se pone del lado de ninguno. De nuevo, un acierto. La protagonista tiene escenas memorables, sin duda. Pero también ganan peso otros personajes, por caminos no sospechados, enriqueciendo la trama. Entre ellos, Lucas Hedges, quien da vida al hijo de la protagonista. Sin duda, el joven actor elige bien sus papeles. El año pasado participó en la desgarradora Manchester frente al mar y este año está presente en dos de las cintas nominadas a los Oscar: la vitalista Lady Bird (una especie de Boyhood femenino, como la definió con precisión el otro día un amigo) y esta sensacional Tres anuncios en las afueras, una cinta que consigue sorprender a cada plano evitando cualquier atajo, presentando una historia compleja de seres humanos reales, sin maniqueísmo ni prejuicios. 

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