Venganza en Sevilla

"Esa es otra historia". Así termina Tierra firme, la primera parte de la trilogía de Matilde Asensi sobre el Siglo de Oro. Y con esas mismas palabras concluye también Venganza en Sevilla, para dar paso al desenlace de la historia, que ya he empezado a leer con la misma avidez que las dos novelas anteriores. Pero esa, en efecto, es ya otra historia. Si en la primera parte de esta fascinante aventura de Catalina Solís/Martín Nevares, la autora recrea el nuevo mundo, ese lugar dominado con la corrupción española habitual, pero también ese espacio de las nuevas oportunidades y los sueños, de las segundas oportunidades, en la segunda parte de la trilogía, Asensi viaja a Sevilla. La ciudad andaluza, donde llegaban los barcos cargados de oros y mercancías del nuevo mundo, era la más bella ciudad del mundo, la más luminosa, la más bulliciosa, capital comercial de un imperio. Y también, claro, estamos hablando de España, espacio de buscavidas, de nobles sin nobleza, de pillos, de amigos leales hasta la muerte

Dejamos a la protagonista de la novela, mujer que adopta la personalidad de un hombre a conveniencia, sobre todo en una época en la que tantas cosas estaban reservadas para ellos, recogiendo la herencia de su marido, con quien le casó su familia en un matrimonio de conveniencia, y con quien realmente nunca llegó a convivir. Se marcha de Tierra Firme, donde viven sus padres adoptivos. Pero algo ocurre al comienzo de Venganza en Sevilla, de nuevo los Curvo, esa familia adinerada, con tanta buena fama como corruptelas (España), se cruzan en el camino de la protagonista, de forma que ella queda forzada a perseguir esa venganza de la que habla el título de la obra


Por esa circunstancia, Catalina/Martín viaja a Sevilla. Y recorremos con sus ojos la ciudad, ya entonces con su Torre del Oro, con sus calles hermosas e imperiales, con esa grandeza que hoy conserva la ciudad del Guadalquivir (o del Betis, en la novela, en aquel tiempo), pero también con miseria. Es especialmente impactante el pasaje en el que la protagonista entra, como Pedro por su casa, en la cárcel de Sevilla, donde está su padre. También en la prisión, como en todas partes, hay mercadeo de bienes y personas. Y es ahí donde Catalina conoce a un pillo por el que sentirá algo más que curiosidad y que le acompañará en toda la novela. 

Si en la primera novela de la trilogía, la gran meta de la protagonista es crear una nueva personalidad junto a su familia adoptiva y ayudar a su padre a superar una injusticia que le ahoga económicamente, aquí se trata de cumplir con la promesa dada a su padre de vengarse de todo lo que él ha sufrido, de lo que tanto le ha costado. Se recrea la autora en la construcción de la venganza, que por algo dicen que es un plato que se sirve frío. La autora va trazando la historia de la venganza, que pasa porque Catalina se gane la confianza de sus enemigos, con maestría y con un estilo bello, repleto de expresiones del castellano antiguo que dan aún más encanto a la novela, que tanto ayudan a trasladarse a esa época de oro y miserias, de sueños y corruptelas, de grandeza y vileza. 

La protagonista se guía por la promesa dada a su padre, sin titubear, sin duda alguna. Nada queda de la Catalina del principio de Tierra firme, hija casadera cuya vida habían decidido otros que marchaba sumisa al nuevo mundo a casarse con un hombre que no conocía. La vida, los desengaños, la dureza de su historia, la traición a su padre, las injusticias que le rodean, la convierten en una mujer poderosa, decidida a hacer todo lo posible para que ningún Curvo quede sobre la faz de la tierra. Con un ritmo trepidante, pero con tiempo también para mostrar la Sevilla del Siglo de Oro con detenimiento y todo lujo de detalles, la historia es impecable, no le falta ni le sobra nada. Y todo queda abierto para culminar la historia de Catalina/Martín (ahora entendemos por qué es Martín Ojo de Plata) en La conjura de Cortés, que, leídas las primeras páginas, promete mucho. Pero esa, sí, ya será otra historia. 

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