Concierto de Año Nuevo

El concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena es la mejor forma de empezar el año y, por tanto, también la mejor forma posible de inaugurar el blog este 2018. Ayer, como cada 1 de enero desde hace más de seis décadas, la sala dorada del Musikverein vienés transmitió al mundo un canto a la belleza y la armonía, con valses, marchas y polkas para empezar el año con vitalidad y celebrando la cultura y los valores de la música. Por quinta vez, el director italiano Riccardo Muti se puso al frente de la Filarmónica vienesa, que volvió a dar un ejemplo de lo lejos que se llega con la unión del talento y el esfuerzo de un grupo de personas reunidas por un mismo fin. 


La cita, el concierto más famoso del mundo, no se escapa de los recelos de los más puristas de la música clásica, a quienes no les gusta el estilo ligero de las piezas representadas ni que por un día muchas personas que el resto del año no tienen la menor relación con este estilo musical se acerquen a él. Debería ser al revés, claro, pero los guardianes de las esencias hacen poco bien en algunos aspectos a esas representaciones culturales que aman y pretenden proteger. Es verdad que el concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena es para muchos la única toma de contacto con la música clásica en todo el año, pero precisamente por eso es tan importante darle un toque didáctico a la retransmisión de este recital. Es algo que ha entendido siempre a la perfección Televisión Española, con José Luis Pérez de Arteaga al frente. Tras la muerte en 2017 de la voz del concierto en España durante tantos años, Martín Llade tomó el relevo, con un homenaje en varios momentos de la retransmisión a su antecesor, y con un estilo igual de ameno y didáctico, explicando cada pieza. Se despidió con un "viva Mozart y viva Strauss", tras una retransmisión impecable. 

Es inevitable pensar, sobre todo en tiempos de zozobra y dudas sobre el proyecto europeo como estos, que lo que ofrece cada 1 de enero la Filarmónica de Viena es una representación de lo mejor de lo que es capaz de crear el hombre, un símbolo de esa cultura europea tan valiosa, tan excelente. El concierto de ayer, y el documental del descanso, que fue un homenaje al modernismo y la cultura vienesa actual, con dos jóvenes cargados de libros, fascinados por la música y amantes del arte, hace recordar unas palabras de Stefan Zweig en su excepcional El mundo de ayer, cuando escribe que en ese tiempo "uno no era auténticamente vienés sin el amor por la cultura, sin ese sentido que le permitía analizar a la vez que gozar de esa superfluidad sacratísima de la vida". Viena, que tiene también recuerdos de lo peor del ser humano (la propia Filarmónica tuvo relación con el nazismo), ofrece cada 1 de enero un canto vitalista y una celebración del arte, de la creación humana, de lo mejor de lo que han sido capaz de crear las personas, esa belleza tan sublime que alcanzan todos los años los músicos vieneses. 

El documental del descanso, hermoso, fue uno de los alicientes de la retransmisión televisiva del concierto, que fue de nuevo excepcional, con acompañamiento del ballet de Viena en algunas piezas, como en Rosas del sur, de Johann Strauss hijo. Excepcional. Otro de los momentos más hermosos del concierto fue la representación del vals Cuentos de los bosques de Viena, en especial cuando sólo se escuchaba la cítara, delicada, preciosa, magnífica, con la Filarmónica acallada ante ese bellísimo instrumento en algunos pasajes. Casi al principio, las imágenes de la colosal Biblioteca Nacional de Viena ilustraron para televisión los Frescos Vieneses, también de Johann Strauss. 

Me gustaron especialmente, entre otras, Sangre liviana, pieza muy ligera, como indica su propio título, y con mucho ritmo escrita para el carnaval, o la polka rápida Balas mágicas. Como siempre, fue especial también la propina que regaló la Filarmónica, con el Danubio Azul, acompañado en televisión con deslumbrantes imágenes del discurrir del río, ese que dicen que sólo se ve azul si se está enamorado, y la Marcha Radetzky, acompañada por las palmas del público. 

Contó Martín Llade en la retransmisión del concierto que Muti había declarado que este concierto de Año Nuevo sería su último dirigiendo a la Filarmónica de Viena un 1 de enero. Está por ver porque, como añadió después el periodista, el director también dijo que hay dos clases de personas a las que no se debe creer: los críticos musicales y los directores de orquesta. Desde luego, convenció con su estilo, mucho más sobrio que el de Gustavo Dudamel el año pasado, por ejemplo, pero con idéntica pasión. Fascina ver las caras de concentración y felicidad del director y los miembros de la Filarmónica (con escasa presencia femenina, por cierto) cuando están creando tanta belleza, con melodías inmortales escritas en el siglo XIX, pero que transmiten hoy idénticas emociones que entonces, la misma paz interior, la misma armonía que es el mejor modo de empezar el año y, sobre todo, de transitarlo los otros 364 días

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