Una reunión de amigos que en teoría tienen mucha confianza y una muy buena relación, pero en la que terminan destapándose secretos que contradicen esa apariencia. Es una situación a la que el cine ha recurrido con frecuencia, con joyas recientes como Pequeñas mentiras sin importancia o Felices 140. En esas películas, nada es lo que parece y esos viejos amigos que tanto se quieren terminan siendo en realidad unos Perfectos desconocidos. Así se llama precisamente la última película de Álex de la Iglesia, basada en una cinta italiana muy exitosa del año pasado.
El punto de partida no puede ser más atractivo. Siete amigos se reúnen en la casa de dos de ellos. Son amigos que van de vacaciones juntos, que se lo cuentan todo. O eso creen. De pronto, sin venir muy a cuento, alguien sugiere que podrían jugar a algo: poner todos los móviles encima de la mesa y que todo el mundo pueda leer los WhatsApp que entren o escuchar las llamadas. A nadie le apetece del todo, pero ninguno se niega, no vaya a ser que los demás creen que tiene secretos que no quiere compartir. Aunque, naturalmente, todo el mundo tiene secretos. Comienza entonces la historia, que el director sitúa en una noche de eclipse, de luna roja, a la que algunas culturas antiguas atribuyen sucesos paranormales.
Es una historia muy teatral, que transcurre prácticamente por completo en el salón de una casa. Es quizá la cinta más contenida del director vasco, pero es puro Álex De la Iglesia. Menos alocada que otras películas del genial director, pero con su marca de identidad, en la música, en ciertos planos, en el humor ácido de algunos diálogos, como cuando escuchamos que "si hablas con ella 30 minutos al día es que estás enamorado. Si no hablas, es que estás casado". O en una comparación maravillosa de hombres y mujeres con los Mac y los PC. Es una película en la que los diálogos lo son todo. Ocurrir, no ocurre nada. O, más bien, ocurre casi de todo, pero en la misma habitación, con los actores muy cerca, como si fuera un escenario de teatro.
Se apoya la cinta en un reparto excepcional. Grandes actores y actrices, todos ellos con momentos cumbre, en especial Pepón Nieto cuando su personaje se enerva por esa necesidad de estar permanentemente conectados, o en realidad por otra cosa, y Eduard Fernández, que protagoniza una muy tierna conversación telefónica con su hija, quien comparte con él dudas sobre un paso importante en su vida. También hacen crecer la historia Belén Rueda (siempre impecable), Juana Acosta, Eduardo Noriega, Ernesto Alterio y Dafne Fernández.
La cinta deja claro, por si alguien tenía alguna duda, que las mentiras ejercen como pegamento de las relaciones humanas con más frecuencia de lo que reconoceríamos. Los secretos, el derecho a mantener un espacio de intimidad, son algo necesario, aunque a veces puedan servir, claro, para ocultar malos actos, deslealtades, engaños dolorosos para otra persona. Es una película magnífica, muy hija de su tiempo, con la que es imposible no sentirse identificado. Con esa cierta dependencia de los móviles, desde luego. Lo reconozcamos o no, estos aparatos han entrado en nuestras vidas de forma avasalladora, y no pocas veces invasiva. Y también, claro, por esas rencillas, esos roces inevitables de la convivencia, de la confianza con alguien a quien siempre se le pide un poco más de confianza, un poco menos de intimidad y secretismo.
Personalmente, me deja algo frío el final de la película, que no me parece a la altura de lo visto hasta entonces. En todo caso, sirve para reforzar el mensaje de lo peligroso que es ese experimento. Álex de la Iglesia muestra de nuevo, además de su innegable y libérrimo talento, que tiene un oído excelente para escuchar a la gente de la calle, una capacidad magnífica de retratar a la sociedad actual. Perfectos desconocidos es una cinta muy divertida, pero que no se limita a compartir cuatro escenas divertidas, sino que hila una historia que va creciendo y se enreda más y más, con un ritmo prodigioso. Una de las mejores comedias del año, si eso significa algo. Una película formidable.
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