Los cochodependientes

Están por todas partes. Son personas normales, siempre dan los buenos días en el ascensor. Es sólo que no conciben otra forma de desplazarse que coger el coche. Se les reconoce por los sudores fríos que les entran cuando se aprueba cualquier restricción al tráfico, por mínima que sea, y también por su risa nerviosa y escéptica cuando se habla de contaminación, aunque a veces esa risa quede entrecortada por una tos que provoca, precisamente, la contaminación. Han inventado el término "cochófobo", para definir de forma despectiva a aquellas autoridades que gobiernan para todos, que no piensan en la comodidad de los conductores antes que en el interés general, pero sólo para no reconocer que son cochodependientes. Necesitan el automóvil hasta para comprar el pan en la tienda de la esquina. 


Los cochodependientes son una especie autóctona de las grandes ciudades. Son personas que sienten pavor si tienen que bajar al Metro o coger un autobús. Es más, a veces da la sensación de que desconocen la existencia del transporte público. Puede que, en realidad, lo desconozcan. Sólo así se explicaría, por ejemplo, que consideren que quedan incomunicados si hay restricciones al tráfico, básicamente, porque nos invade la contaminación. A todos, incluidos los cochodependientes. Me los imagino pensando, "jo, ojalá existiera una forma de compartir transporte para contaminar menos, qué locura; sería magnífico que hubiera algún modo de poder desplazarse por la ciudad distinta del coche. Algo así como, qué se yo, una especie de coche alargado con asientos para muchas personas, o un invento que recorriera la ciudad por debajo y permitiera ir a todas partes". 

Puede que sea eso. Simplemente no se han enterado de que existe el transporte público. O puede que lo teman, porque lo ven algo así como subir un 8.000 o hacer submarinismo en aguas heladas, una aventura exótica y peligrosa que prefieren no probar. Cuando las navidades pasadas se impidió circular a los coches con matrícula impar en Madrid durante ¡un día! los usuarios habituales del transporte público nos vimos rodeados de personas que lo miraban todo con los ojos bien abiertos, sorprendidos, algo asustados, realmente asombrados, como quien entra en una selva amazónica inexplorada. También escuchamos conversaciones fascinantes, como la de personas que querían que entendiéramos su gran drama: ¡tener que llevar a sus hijos al colegio en Metro! ¡En Metro! ¿Qué será lo siguiente? ¿Tener que montar en autobús? 

Los cochodependientes se sienten atacados cuando se aprueba alguna medida, siempre insuficiente, para hacer las ciudades más habitables y, de paso, para poder respirar un aire algo menos contaminado. Consideran que restringir la circulación de coches es atacarlos, porque ven el coche como los dependientes a los móviles ven a su celular, como una parte de ellos. Pero resulta que peatones somos, o podemos ser, todos. Incluidos los cochodependientes. Ellos no tienen una configuración genética especial que les impida coger el metro o el autobús. No tienen restringida la entrada al Cercanías. Pueden ser como los demás. Pueden caminar por la zona peatonal de Gran Vía igual que el resto. No es verdad que se queden incomunicados si de pronto no pueden coger el coche. Incrementar las zonas peatonales en las ciudades no es atacar a los cochodependientes, es ganar espacio para los peatones, es decir, para todos, incluidos ellos. 

Hacen mucho ruido los cochodependientes. No hay día en que no compartan su escepticismo sobre la contaminación y el cambio climático, en el que no critiquen un servicio público que sencillamente no usan. Esto no significa, naturalmente, que las medidas aprobadas por el Ayuntamiento de Madrid sean perfectas e irrebatibles. Ni tampoco, por supuesto, que Ayuntamiento y Comunidad no tengan mucho trabajo por delante para mejorar el transporte público. Pero me chirría mucho  esa actitud melodramática de los cochodependientes que se ven poco menos que amenazados en sus derechos fundamentales. Cada cual puede tener sus propias opiniones, sólo faltaría. Y estaría genial que no lo contaminaran todo de política, pero pueden politizar lo que deseen la necesaria discusión sobre cómo hacer más habitable. Pero lo que no se puede hacer es obviar la realidad. Y, aunque alguno se sorprenda, existe una red de transporte público en Madrid. Y, además, es excepcional. Mejorable, claro, pero magnífica. Quizá algún día podrían probarla. 

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