El sentido de un final

Los primeros cinco minutos de El sentido de un final, la película de Rites Batra basada en la novela homónima de Julian Barnes, son extraordinariamente prometedores. Escuchamos la voz en off de Tony Webster (Jim Broadbent) rememorando su pasado estudiantil. Cuenta que en esa época, con toda la vida por delante, él y sus compañeros pensaban que, en realidad, la vida aún no había empezado, que estaban en un redil, la universidad, de la que saldrían a empezar a construir su historia de verdad. La vida empezaría entonces, creían. "¿Cómo íbamos a saber que la vida había empezado ya?", se pregunta después. Y en torno a esa pregunta gira todo el filme, que no alcanza las cotas que uno esperaría de tan prometedor comienzo y de tan sugerente historia, pero que sí consigue mantener la atención durante sus cerca de dos horas de duración, al tiempo que regala algunas escenas memorables.
 
La película es madura. Habla de melancolía, de la forma de convivir con el pasado, de la negación que tantas veces hacemos de él, de la construcción de nuestra historia, hecha en ocasiones de engaños, de falsas verdades, de autoengaños, de complacencia, de inventos. El personaje principal, un hombre cascarrabias que conversa más bien poco con el resto de la humanidad, se ve sacudido por una carta. Su vida tranquila de dueño de una tienda de cámaras fotográficas antiguas, que atiende a su hija embarazada, quien va a ser madre soltera, y mantiene una relación especial con su ex, se ve zarandeada de pronto por esa misteriosa carta. Apenas unas líneas, unas pocas palabras que le llevan a recordar su pasado, incluso lo que creía olvidado.
 
Acierta le director al ir desentrañando lentamente la historia. Sin prisas. Dejando al espectador sacar sus propias conclusiones (hasta que al final se las subraya de forma quizá demasiado obvia, bastante innecesaria), avanza la trama. Vuelven a la vida de Tony su primer amor, o algo así, o quizá más que eso incluso, Verónica, y también su mejor amigo, Adrian, que también significó algo más que una amistad para él. No sabemos bien qué esconde ese diario de su amigo, que Tony recibirá en herencia de la madre de Verónica. Pero él se ve impelido a buscarlo, aunque su ex no se lo quiera dar. Lo que encuentra, en su memoria y en la vida real, es la culpa, la melancolía, las preguntas sin respuesta de un pasado que no se puede cambiar.
 
Reconozco que esperaba más del filme tras ese comienzo. Es de esas películas en las que uno sale del cine con la sensación de que, con estos mimbres, se podría haber rodado un filme excelente que ha quedado en bueno. Una película excepcional que sólo es interesante. En cualquier caso, atrae al espectador. Atrae la personalidad del protagonista, encerrado en sí mismo, gruñón, al que dan la bienvenida al siglo XXI un par de veces en la cinta, porque está algo reñido con las nuevas tecnologías. También la relación con su exmujer y madre de su hija, de confianza serena, aunque también de reproches. Las conversaciones con ellas son las que sirven para que el espectador conozca partes del pasado de Tony, quien de joven es interpretado por Billy Howle, a quien vimos en  la excelente Dunkerque.
 
Aunque me falta algo en el filme, aunque siempre espero que me transmita algo más de lo que hace, no se le puede negar a la historia su interés, por la talla de las cuestiones planteadas. Es muy atractivo, por ejemplo, cómo vamos descubriendo que ese pasado que vuelve de golpe en forma de carta ha moldeado la vida de Tony mucho más de lo que él quizá creía. La forma en la que el recuerdo de un pasado muy lejano despierta emociones que el personaje daba por enterradas. Y, por supuesto, ayuda mucho a mantener el interés del filme la misteriosa Verónica, la primera novia de Tony, quien se niega a darle el diario de Adrian, que su madre dejó en herencia al protagonista. Ella tiene varios de los mejores momentos del filme, y ella es la desencadenante de la historia. El sentido de un final plantea, en fin, una sugerente historia sobre el pasado, los remordimientos, la melancolía, la madurez, el sentimiento de culpa, el amor, la amistad y, sin que suene pedante, la vida. Una cinta que podría haber llegado más lejos, pero que tiene algunos logros nada desdeñables.

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