Cataluña, partida en dos

Ciudadanos ganó ayer las elecciones autonómicas catalanas. El independentismo, también. Conviene que nadie se engañe. La victoria del partido encabezado por Inés Arrimadas es histórica, ya que nunca antes una formación no nacionalista había ganado los comicios en Cataluña. Es un logro incuestionable. El partido naranja ha sabido capitalizar el voto unionista o constitucionalista. Pero la situación en Cataluña, lejos de cambiar, sigue prácticamente igual que antes de la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la convocatoria electoral. El gobierno central ha fracasado de forma estrepitosa, mientras que los partidos que sostenían el anterior govern han reforzado su posición, aunque de nuevo sin obtener mayoría absoluta en votos, y han dejado claro también que su techo electoral no va más allá del 48% del electorado. 


¿Y ahora qué? Pues lo mismo. Exactamente lo mismo. Cataluña está divida en dos. Y es vital que todos sean conscientes de ello. Obviamente, los independentistas pueden sentirse reforzados, porque en unas elecciones con una participación histórica y después de un incuestionable fracaso de su proceso hacia la independencia, han logrado idéntico apoyo electoral que hace dos años. Pero, naturalmente, siguen sin contar con una mayoría lo suficientemente amplia como para considerar que representan a toda Cataluña. No tienen, ni mucho menos, los votos necesarios para pretender imponer sus planteamientos a la mitad de los catalanes que no piensan como ellos. Y, al margen de los votos que tengan, siguen sin tener carta blanca para incumplir la ley.

Lo razonable sería que el partido de Carles Puigdemont, ganador inesperado de las elecciones, diera un paso atrás. No es lo que anticipan los mensajes de las formaciones independentistas de anoche, pero es lo que necesita Cataluña. La vía unilateral es una vía muerta. Y tanto Junts Per Catalunya como ERC y la CUP deberían ser conscientes de ello, por más que se embriaguen con estos resultados, que son un éxito inapelable, pero que reflejan también una división enorme en la sociedad catalana.

Está por ver qué sucede con Puigdemont, a quien se le ha premiado electoralmente su huida a Bélgica, y con el resto de diputados “en el exilio”. Y también es dudoso qué ocurrirá con los parlamentarios que están en prisión y han sido elegidos en las urnas. ¿Renunciarán a sus actas? ¿Volverá el president a Cataluña, sabiendo que sería detenido por los delitos de los que se le acusa? ¿Habrá alguna reacción en las calles de sus partidarios?¿Qué mensaje lanzará el gobierno central? ¿Hasta cuándo durará el artículo 155?

Los independentistas deben tener claro que Cataluña está partida en dos mitades. Y los no independentistas, por supuesto, también deben tener claro que el 48% de la población independentista seguirá pensando igual, por más que haya quien esperara que se volatilizaran o que se echaran atrás. Las evidencias sobre el impacto adverso en la economía catalana del proceso independentista, con huida de centenares de empresas, no han servido para nada. Tampoco la campaña de las formaciones no independentistas, más movilizadas que nunca. Definitivamente todos deberían empezar a entender que la mitad de la población catalana piensa distinto y que defiende una opción política perfectamente legítima. Ni los unionistas son malvados opresores ni los independentistas son diabólicos y delincuentes. Cataluña está dividida en dos. Y esas dos mitades deben convivir. Se pongan como se pongan. Se aferre cada quien a la bandera que desee.

El delirio independentista no conduce a ningún sitio. La cerrazón ante el gigantesco problema político que existe en Cataluña, tampoco. Apenas hay cambios respecto a los apoyos de los dos bloques. Unos se podrán seguir dando contra la pared autoconvenciéndose de lo equivocados que están los que no votan como ellos. Las fake news que consumen sus rivales (porque las noticias falsas siempre las consumen los de enfrente, claro). Todos podrán continuar aferrados a sus posiciones maximalistas. Y Cataluña seguirá sin avanzar. La enorme irresponsabilidad de conducir a la región a este callejón sin salida es incuestionable. Los independentistas no tienen, como no tenían, mayoría que apoye su vía unilateral. Y, naturalmente, los no independentistas carecen igualmente de una mayoría que arrincone a quienes piden la independencia de Cataluña. Las dos partes deberían comprender que la otra mitad de Cataluña no va a desaparecer. Es lo que hay. Que pacten. Que hablen. Que convivan. Que construyan. Que hagan política de una vez.

El PP se estrelló ayer. Es dramático que el partido que gobierna España sea una fuerza residual sin grupo propio en el Parlament. Un desastre. Una debacle. Un resultado catastrófico que exige algo más que la tibia reacción de Xabier García-Albiol de anoche. Debería dimitir, obviamente, y hacer autocrítica, en lugar de decir que lamenta el resultado, sobre todo, porque será malo para Cataluña, que es modo poco sutil de no reconocer errores propios y de afirmar que estos ciudadanos votan lo que les da la gana, ya les vale. También fracasó la CUP, aunque seguirá siendo decisiva porque ERC y el partido de Puigdemont necesitan al partido antisistema para gobernar.

La ambigüedad de su discurso, o la polarización de la campaña, pasó factura al PSC, que obtuvo un resultado mucho peor de lo que esperaba, y a En Comú Podem. Ninguno de los dos tendrá el papel clave con el que ambos soñaban.

Sería mucho pedir que los políticos de todos los partidos reconocieran, por una vez, la realidad tal cual es, no como les gustaría. El bloque independentista tiene mayoría absoluta de escaños, pero no de votos. Y parece claro que han tocado techo, un techo que no les da suficiente respaldo como para reemprender su viaje a ninguna parte. Y el bloque no independentista tampoco tiene mucho que celebrar, más que la victoria de Ciudadanos. Se han quedado lejísimos de poder formar gobierno. En parte, es cierto, por una ley electoral injusta. Pero es la misma ley electoral con la que los partidos abiertamente independentistas no superaron nunca el 20% de apoyos hasta hace no tanto. Si todos miran la realidad como es, quizá, estas elecciones habrán servido de algo. Los antecedentes nos hacen pensar que esto no ocurrirá. Seguimos, pues, en el día de la marmota.

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