Rosa Montero, Premio Nacional de las Letras

Rosa Montero se convirtió ayer en la quinta mujer en ser reconocida con el Premio Nacional de las Letras, que se lleva entregando 34 años. Este galardón contribuye a reducir el enorme desequilibrio entre escritores y escritoras y, sobre todo, reconoce con absoluto merecimiento la obra literaria y periodística de una escritora con un estilo propio, artesana de las letras, a las que mima igual en sus novelas, en sus entrevistas y en sus artículos para el diario El País. Siempre con su especial sensibilidad, con una determinada forma de estar en el mundo y de contarlo, alejada del griterío, pero no del compromiso, vitalista por naturaleza. 

Con los premios literarios siempre ocurre lo mismo. Todos tenemos claro que las novelas no pueden competir entre sí, como si fueran dos corredores a los que se mide por su velocidad objetiva. Todos sabemos que no hay forma, afortunadamente, de objetivar el análisis de una obra o de la labor de un autor concreto. Es decir, todos sabemos que los premios tienen escaso sentido. Pero, a la vez, nos alegramos especialmente cuando son reconocidos autores que nos han regalado grandes momentos con un libro suyo en las manos. Por eso, ayer muchos lectores de Rosa Montero celebramos como propio el galardón, nos alegramos de él como si lo hubiera ganado una amiga de toda la vida. No otra cosa son nuestros autores preferidos, aquellos a los que leemos y seguimos siempre con interés y, sobre todo, aquellos que idearon obras que no podremos olvidar.

Sólo por La ridícula idea de no volver a verte, Rosa Montero merece todos los galardones posibles. Desde que la leí, es el libro que más he recomendado. De hecho, bienvenido sea el Premio Nacional de las Letras si nos permite regresar a esta obra excepcional, tierna, delicada, preciosa. El libro es, a la vez, una hermosa despedida de la pareja de la autora, Pablo, fallecido, y una biografía de Marie Curie, uno de los personajes históricos más fascinantes. A la autora no le interesa tanto el personaje, la santa laica, sino la persona que había detrás, la científica que se abrió paso en un mundo machista, la mujer, la madre, la persona de carne y hueso. 

Trasmite Rosa Montero su admiración por Maria Curie, pero no convirtiéndola en una figura gigantesca y despojada de rasgos humanos, sino precisamente, mostrando todas esas virtudes y defectos que le hicieron humana. Es de una belleza exquisita la forma en la que la escritora enlaza su propio momento personal, de luto y despedida de su pareja, pero una despedida alegre, recordando los buenos momentos vividos junto a él, y el adiós desgarrado de Curie a su esposo, Pierre, con quien trabajó tantos años. Ganadora de dos Premios Nobel, Curie tuvo que enfrentarse al machismo imperante de la época, ese que tan difícil le puso su carrera a la científica, sobre todo, cuando mantuvo una relación sentimental con un hombre casado, después de la muerte de Pierre Curie. 

Este libro, en fin, es uno de los que más me han impactado, de esos que transforman al lector y de los pocos que tienes la certeza de que te acompañará siempre. Por la luminosidad de Maria Curie y su fascinante historia, pero también por cómo relata esa vida apasionante Rosa Montero. Es una delicia de libro, una obra prodigiosa, sin grandes pretensiones, sin tono severo ni palabras gruesas, con ligereza y sencillez, con cercanía. Es uno de los mejores libros que he leído

De la autora que ayer fue reconocida con el Premio Nacional de las Letras recuerdo también otro momento, un discurso en la Universidad Carlos III, el día en el que se graduaron de periodismo unos buenos amigos. Fue un discurso que no queríamos que acabara nunca. Con humildad, sin adoptar el tono de sabio adulto que aconseja a jóvenes, Montero lanzó un mensaje motivador y optimista. Contó, por ejemplo, que decidió estudiar Periodismo porque pensaba que así podría aprender a diario. Afirmó que antaño se asociaba esta profesión a tres p (putas, policías y periodistas), pero que fue una cuarta p, la de política, la que terminó contaminándolo todo. Definió las bibliotecas como hospitales del alma. Y llamó a perseguir los sueños. "Si alguno de vosotros quiere ser dibujante de cómic, aparcad el título que hoy os dan y perseguid vuestro sueño", contó. También recomendó combatir los propios prejuicios, tóxicos para todos, pero especialmente para los periodistas. Fueron, en fin, unas palabras a las que quienes las escuchamos aún hoy regresamos, como a las novelas de Rosa Montero, en busca de refugio. 

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