De qué hablo cuando hablo de escribir

"Escribir novelas no es un trabajo adecuado para personas extremadamente inteligentes", afirma Haruki Murakami en De qué hablo cuando hablo de escribir, un conjunto de ensayos sobre cómo entiende su oficio el eterno aspirante al Nobel, el genial escritor japonés que crea mundos propios con sus novelas, autor de obras como Tokio Blues, La caza del carnero salvaje, Baila, baila, baila o El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas

Murakami dedica buena parte de esta libro a desmitificar su trabajo y a restarse importancia a sí mismo. Dice no creer tener un talento especial, si acaso, el de la persistencia, para seguir dedicándose a crear historias tantos años después de su debut. Aunque afirma que no era su intención, la obra tiene un claro componente autobiográfico. Y es delicioso leer, por ejemplo, cómo experimentó a la hora de empezar a escribir, hasta que encontró el tono adecuado, o la forma en la que decidió pasar de la primera a la tercera persona. Pretende restarle gravedad a su profesión y explica varias veces que su forma de entender la escritura es sencilla: quiere divertirse y entiende que si él se divierte creando la historia, habrá alguien que también lo haga leyéndola. Sin más. Sin sesudos análisis o sofisticadas reflexiones. 


Los libros de Murakami son fascinantes, por la ligereza y agilidad de las historias, por la creación de personajes siempre peculiares, por su realismo mágico en el que con tanta naturalidad convive lo realista y lo inventado, y también son fascinantes por esas frases bomba que incluyen, esas que hacen al espectador dar un bote en su asiento antes de seguir leyendo, de hito en hito. En este libro, que nació como una serie de conferencias, que Murakami nunca impartió, sobre el oficio de escribir, también abundan esas frases impactantes, contundentes, marca de la casa. Por ejemplo, cuando afirma el autor japonés que "los escritores son seres necesitados de algo innecesario". 

Rememora Murakami su época en el colegio, del que dice que nada aprendió, donde se aburría y no encontró un espacio que respetara las peculiaridades de cada estudiante, sus propias inquietudes, su personalidad. También cuenta cómo empezó a escribir, relativamente tarde, y antes de terminar sus estudios. De su época universitaria, de la que hay ecos en algunas de sus novelas, recuerda que nunca le gustó "unirme a otras personas a hacer algo en grupo, es mi carácter, por eso nunca me integré en ninguna asociación a pesar de que, en esencia, apoyaba al movimiento estudiantil y actué en la medida de mis posibilidades individuales". Individual. Esa es la palabra. Murakami se presenta como una persona totalmente individualista. Reconoce que su forma de estar en el mundo puede ser egoísta, pero desconfía de las multitudes y también de la autoridad. 

Cuenta el autor el empeño que tuvo desde bien pronto por extender su obra más allá de Japón, en parte porque allí no se encontró cómodo cuando, en pleno boom económico, todo el mundo hablaba de dinero y llegaban encargos algo estúpidos, aunque muy bien pagados, que, según afirma, podría haber engordado su cuenta corriente, pero a costa de perder las ganas de escribir y de innovar con sus historias. Para Murakami escribir es algo especial, que siente, de forma física. Es maravilloso, muy propio del estilo del autor, el modo en el que cuenta cómo decidió dedicarse a escribir novelas. Estaba en un partido de béisbol. Y, de pronto, la magia: "El golpe de la pelota contra el bate resonó por todo el estadio y levantó unos cuantos aplausos dispersos a mi alrededor. En ese preciso instante, sin fundamento y sin coherencia alguna con lo que ocurría a mi alrededor, me vino a la cabeza un pensamiento: 'Eso es, quizá yo también pueda escribir una novela'". Sencillamente genial. 

También es interesante leer lo que opina Murakami de los premios literarios, sobre todo teniendo en cuenta que cada año suena con fuerza su nombre para ganar el Nobel. El autor japonés escribe, sobre todo, de un premio del país nipón, el Akutagawa, pero habla un poco de todos los reconocimientos, a los que no parece dar excesiva importancia. "Si, por ejemplo, de haber ganado yo el Premio Akutagawa no se hubiera producido la guerra de Irak, obviamente habría sentido una enorme responsabilidad, pero las cosas no funcionan así", escribe. Para dejar aún más clara su opinión sobre los premios, cita a Raymond Chandler, quien escribió: "me pregunto si me interesa convertirme en un gran escritor, si quiero ganar el Premio Nobel. ¿Qué es eso del Nobel? Se lo han  dado a demasiados escritores de segunda categoría, a autores a los que ni siquiera con ese galardón te dan ganas de leer. Además, en el caso de que me lo concedieran, tendría que vestirme de etiqueta, viajar hasta Estocolmo y dar un discurso. No sé si tantas molestas lo justifican. Me parece obvio que no". 

Podría añadir aquí decenas de citas ingeniosas de Murakami recogidas en este libro, en el que el autor habla de su pasión como lector, de su amor a la música, de su forma de construir a los personajes, de su relación con los lectores... Es una obra que disfrutarán mucho los lectores del escritor japonés y no me resisto a compartir alguna de sus frases, como aquella en la que afirma que "la experiencia me dice que las cosas sobre las que necesitamos sacar conclusiones son muchas menos de las que creemos", o la otra en la que habla de su juventud, de sus principios como escritor, cuando aún tenía un bar que era su principal oficio, indicando que "aunque no puedo decir que fuera especialmente feliz, tampoco puedo afirmar lo contrario (lo cual significa, supongo, que era relativamente feliz)". 

Y dos citas más. Cuenta Murakami que no toca ningún instrumento, o no lo suficientemente bien para hacerlo en público, pero que cuando empezó a escribir decidió que "podía construir frases como si tocara un instrumento y esa idea no ha cambiado hasta hoy". Y así lo apreciamos, en efecto, sus lectores. También asentimos, dándole la razón, cuando escribe que "de no haber leído tantos libros estoy seguro de que mi vida habría sido más gris, deprimente incluso, apática. Leer fue mi gran escuela, ese lugar construido especialmente por y para mí, donde aprendí muchas cosas importantes de la vida". 

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