Toc, toc

La relación entre teatro y cine es muy intensa, con películas que dan el salto a las tablas y obras que crean su versión en la pantalla grande. Pocas veces como ahora hay tantos viajes de ida y vuelta entre el teatro y el cine. En la cartelera podemos gozar de la vitalista La llamada y de la comedia Toc, toc, mientras que en los teatros de Madrid se representan dos musicales basados en sendas películas: El guardaespaldas y Billy Elliot. El teatro tiene su propio lenguaje, igual que el cine. Cada medio tiene sus peculiaridades y no siempre es sencillo el viaje de uno a otro. Los directores de la La llamada salen bastante bien parados del reto de llevar a la pantalla grande su alocada historia de dos chicas en un campamento religioso que experimentan sendas llamadas de muy distinta índole durante un buen fin de semana. Influye, sin duda para bien, que sean los propios directores de la obra los que la adapten al cine. 

Toc, toc, comedia que ha tenido un éxito enorme en Madrid y con la que reí en una memorable noche de teatro en Buenos Aires el año pasado, también sobrevive a su paso al cine. Pierde algo de la magia de las tablas la versión cinematográfica dirigida por Vicente Villanueva, pero conserva la esencia de una historia divertida y surrealista, en la que seis personajes con distintos trastornos obsesivos compulsivos (toc) se reúnen en la sala de espera de un prestigioso psicoanalista que promete con curarles de sus problemas en una sola sesión. La función del teatro transcurre íntegra en una sala, mientras que la película incluye alguna que otra escena en el exterior, sobre todo, a modo de flashback en los que los personajes explican los inconvenientes de sus respectivos trastornos en su vida cotidiana. 



El doctor no llega a tiempo, se retrasa, así que los pacientes empiezan a hablar, a compartir sus penas, sus experiencias pasadas. La película se sostiene en la gracia de la obra original, con diálogos muy frescos y bromas que funcionan de forma desigual, pero correcta. Aunque el gran pilar de la cinta es, sin duda, su reparto. En todas las películas es muy importante el elenco, pero más aún en las que son, como Toc, toc, historias corales, en las que el peso se reparte entre varios actores. Y aquí todos ellos rinden a un nivel excelente. Rossy de Palma y Paco León tiran de oficio y de innata vis cómica para dar vida a sus personajes: una mujer muy católica que se santigua con excesiva frecuencia y que sufre siempre ataques de pánico porque piensa que se ha olvidado antes y un taxista aparentemente normal, pero que no puede evitar contarlo todo de forma compulsiva. 

Brilla también en su papel de mujer obsesionada con los ácaros y las bacterias, que se lava las manos continuamente, Alexandra Jiménez. Junto a ellos, Óscar Martínez, en un papel muy diferente al de la cinta El ciudadano ilustre, para mí, la mejor película del año pasado. Allí era un prestigioso escritor argentino, premio Nobel, que volvía a su pueblo natal para comprobar hasta qué punto es cierto eso de que nadie es profeta en su tierra. En Toc, toc da vida a un hombre en apariencia corriente, pero que no puede evitar sufrir arrebatos que le llevan a insultar y decir obscenidades de cuando en cuando. Completan el cuadro Adrián Lastra, quien interpreta a un joven que es incapaz de pisar las rayas del suelo; Nuria Herrero, que repite todo lo que dice porque tiene miedo a morir si no lo hace, e Inma Cuevas, una peculiar trabajadora de la clínica que recibe a los pacientes en recepción. 

Para quienes ya habíamos visto la obra en el teatro, el giro final de la historia, esa revelación más o menos previsible que llega en el desenlace de la historia, no supone una sorpresa. En todo caso, tampoco es lo más valioso de una historia que, con ternura y desde el respeto a estos trastornos, invita a pasar un buen rato, sin más pretensiones. Una comedia en el más estricto sentido del término. Busca hacer reír. Y lo consigue. Suficiente. Sin más. Siempre conviene quedarse en el cine durante los créditos finales, pero en esta cinta un poco más todavía, porque durante los mismos se escucha una canción de Macaco hecha para la cinta, con la energía habitual de los temas del cantante, que celebra la diferencia y pone el broche a una película que no recibirá premios ni quedará grabada en la memoria de nadie, pero que ofrece una hora y media de entretenimiento, algo que, tal y como está el patio, no es poca cosa. 

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