Feminismo, la batalla pendiente

Hablaba el otro día con una buena amiga del monotema catalán, de sus posibles soluciones, de lo inquietante de una situación tan enquistada. Ella me dijo que lo que más le preocupaba de todo esto son los temas de los que dejamos de hablar, las batallas que dejamos por librar, las leyes que no se debaten, los problemas que se aparcan. Y tiene razón. Nada que no sea la tensión independentista en Cataluña parece tener cabida en los medios ni en los parlamentos. Tampoco casi en las charlas de bar o los grupos de WhatsApp. Y, sin embargo, siguen ahí. Sigue ahí el drama de los refugiados. Siguen las terribles desigualdades. Y sigue el machismo. Sigue pendiente la batalla feminista, que es una batalla que debemos librar todos, porque no sólo implica a las mujeres. Es una tarea de toda la sociedad, entre otras cosas, porque como decía Angela Davis, el feminismo es "la idea radical de que las mujeres somos personas". 



Estos días, mientras seguíamos enredados en el debate sobre el proyecto independentista de Cataluña, surgía en todo el mundo una campaña que, bajo el eslogan de #MeToo (#YoTambién) recogía testimonios de mujeres que han sufrido acoso. La campaña de visibilización y denuncia, necesaria, llega después del escándalo del productor de Hollywood Harvey Weinstein, quien tras años de silencio ha sido expulsado de la Academia de Cine de Estados Unidos por las denuncias por acoso que pesan sobre él. A raíz de este escándalo, no pocas actrices han denunciado situaciones similares a las que se imputan a Weinstein. Es un grito de basta ya, de no más silencio. Es un movimiento alentador. Porque ni una sola situación de acoso puede quedar en silencio, entre otras cosas, porque eso significa que un acosador sigue impunemente maltratando a las mujeres a su alrededor. 

Muchos se preguntan cómo es posible que alguien con tamaña reputación en Hollywood, nombrado en todas las ceremonias de los Oscar en los agradecimientos de los premiados, haya podido cometer estos presuntos delitos sin que nadie haya hablado. Es la espiral del silencio, tan devastadora, tan dañina, tan terrible. Ocurre en el mundo del cine y sucede en muchas otras áreas. Hombres que no respetan como iguales a las mujeres, que abusan de su poder, que se creen superiores, que van por encima. Y ante esta actuación sólo cabe una opción: el repudio más absoluto, el rechazo más incuestionable. Pero no es la reacción más habitual. Lo que suele suceder a una situación de acoso o de discriminación es el silencio, el mirar hacia otro lado o, peor aún, las excusas de otras machotes que siempre están dispuestos a ridiculizar a las feministas, pero jamás lo están a combatir el machismo. 

Tenemos un problema serio de machismo en nuestra sociedad. El escándalo del productor estadounidense lo demuestra. También queda claro cuando leemos los comentarios de cualquier noticia sobre feminismo, con tipos rebuznando sobre feminazis o diciendo que, ay, ellos no quieren ni machismo ni feminismo, como si fueran equiparables y no exactamente lo contrario, como si fueran dos enfermedades y no una enfermedad y su antídoto. Escándalos como el de Weinstein muestran qué lejos estamos de la igualdad real. Por eso duele especialmente la campaña de acoso y derribo al feminismo, en la que los adalides de la libertad de expresión (de su libertad de contar chistes obscenos sobre mujeres tetudas, quieren decir); las mujeres que creen que su situación personal desmonta la necesidad del feminismo porque ellas están bien y poco le importan las otras mujeres; y, en general, quienes siempre tienen algún argumento para restar importancia al machismo, sirven de tontos útiles de los machistas, contribuyendo a perpetuar un sistema desigual que discrimina a la mitad de la población. 

Hay machismo cotidiano que se debe eliminar y que es una tarea de todos. En cuestión de igualdad, como cuando se nada contracorriente, si no se avanza, se retrocede. Así de simple. Así de duro. Por eso, cada gracieta machista que escuchamos sin criticarla o cada tic micromachista que toleramos (o que cometemos) nos alejan más de la situación y nos sitúan en el lado del problema, no de la solución. Hay ejemplos así a diario. Por ejemplo, estos días también se ha hablado de la presencia escasísima de mujeres en un par de congresos sobre articulistas en prensa. Sobre esto, nada más acertado se puede escribir que el artículo de Juan Soto Ivars  en El Confidencial reclamando que podamos leer a mujeres mediocres como leemos, a diario, a hombres mediocres en tribunas de los medios. No sólo hay, injustamente, muchas menos mujeres en las tribunas de los medios. Es que, además, cuando se hacen congresos o conferencias, se tiene mucho menos en cuenta a las mujeres que sí escriben, y que escriben muy bien, como Lucía Méndez en El Mundo; Elvira Lindo en El País, Milena Busquets en El Periódico o Rosa Belmonte en ABC, por citar sólo cuatro ejemplos. 

El otro día, en una clase de idiomas a la que asisto, salió el clásico ejercicio sobre personas a las que se admira y por qué. Éramos diez personas en clase. Ocho de ellas mencionaron a hombres, desde Nelson Mandela a Rafa Nadal. Dos hablamos de mujeres: una chica que habló de su madre y yo, que mencioné a Marie Curie. No digo que mencionar a hombres como referentes sea, de por sí, un acto de machismo, evidentemente. Yo también admiro a Nelson Mandela. Lo que digo es que necesitamos referentes de mujeres, necesitamos visibilizarlos. La historia de Marie Curie es apasionante, como relató Rosa Montero en la excepcional novela La ridícula idea de no volver a verte. Pero hay muchas más historias de mujeres deslumbrantes, adelantadas a su tiempo, geniales, que tuvieron que combatir contra el machismo, y cuyos nombres a veces sencillamente desconocemos. No se trata de imponer a nadie a quién tiene que admirar. Es sólo que se han cometido grandes injusticias, y se siguen cometiendo hoy, con mujeres brillantes. Y es hora de empezar a enmendarlas, de erradicarlas por completo. Porque la igualdad, es decir, el feminismo, es una batalla pendiente de toda la sociedad. 

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