Día triste para Cataluña y España


El Parlament catalán aprobó ayer las dos leyes (ilegales) para celebrar el referéndum (ilegal) del 1 de octubre y para aprobar la separación unilateral de España, igualmente ilegal. Fue un lleno bochornoso. Si yo fuera independentista catalán, que es una posición política perfectamente legítima, estaría triste por lo ocurrido ayer. Triste por verme representado por semejante tropa, triste porque la imagen de falta de respeto de los más elementales principios democráticos fue espantosa y triste porque los políticos independentistas han ido demasiado lejos. Ninguna idea es ilegal y cada cual es libre de sostener las posiciones políticas que considere oportunas. Pero esto es otra cosa. Lo visto ayer es un desprecio manifiesto a la ley, no ya a la Constitución español, sino a las propias leyes de autogobierno catalán. La primera norma que incumple el bloque independentista es el Estatut, para cuya modificación requiere dos tercios de la cámara, pero que ayer pisoteó la mayoría absoluta, pero no reforzada, del Parlament que está en manos de los separatistas (porque así lo decidieron los catalanes con su voto). 

Si fuera independentista catalán no dejaría de repetir "no es esto, no es esto", como dijo Ortega y Gasset de la II República cuando se desencantó. Porque esta no es la vía de perseguir un proyecto político. ¿Qué democracia plantean levantar estos políticos que pisotean sus propias leyes y menosprecian a sus compatriotas que no piensan como ellos? ¿De verdad creen que se puede destrozar el ordenamiento jurídico de un plumazo, con tan manifiesta arbitrariedad? ¿Tendría esa república catalana independiente el mismo respeto por quienes defiendan otro encaje de Cataluña en España sin llegar a la ruptura que el desprecio que mostró ayer Carme Forcadell hacia los políticos de la oposición? Lo más grave es que, por enorme que sea el delirio de estos responsables políticos, ellos mismos saben que están recorriendo una vía muerta. Saben perfectamente que no avanzan hacia otro sitio que la insatisfacción y la división de millones de catalanes. Pero aun así, siguen adelante. 

El pleno de ayer fue del todo impresentable. No se permitieron enmiendas a la totalidad a las leyes de la ruptura, se informó tarde y con secretismos de las intenciones de la Cámara, se desoyó al Comité de Garantías Estatutarias (órgano elegido por las instituciones catalanas), a los letrados del Parlament y al secretario de la Cámara, se impuso de forma autoritaria la visión de Forcadell y los suyos... Fue un día muy triste para España pero, sobre todo, para Cataluña, porque se arrastró por el fango al Parlament catalán, un órgano de representación de la población catalana que merece algo mejor. Sólo los muy radicales de un lado, del bloque independentista, y del otro, de los nacionalistas españoles más rancios (que haberlos haylos) tienen motivos para sonreír hoy, pues podrán seguir retroalimentando su sectarismo. Pero creo que para la inmensa mayoría de los españoles y de los catalanes ayer fue un día triste. Se esté a favor o en contra de la independencia (una vez más lo repetimos: un proyecto político perfectamente legítimo) lo de ayer no se puede tolerar. No son formas. Así no se llega ni a la vuelta de la esquina. Es muy irresponsable conducir a la gente a un precipicio, situando a las instituciones catalanas en la desobediencia a las leyes. Porque no sabemos qué ocurrirá después del 1 de octubre ni cómo se resolverá este gigantesco conflicto político, pero sí tenemos claro que creará más división en la sociedad catalana, más roces entre parte de la sociedad española y la catalana, más frustraciones, más separación, peor convivencia. 

Defendían ayer los líderes independentistas que no les quedó otra opción tras la cerrazón del gobierno central a negociar. Dicen la verdad, pero sólo a medias. Es evidente que la disposición al diálogo del gobierno central ha sido escasa o directamente inexistente. En Cataluña hay un problema político de primer orden que se ha decidido obviar. Lo cierto es que en cuestión de unos pocos años, media sociedad catalana ha pasado a defender posturas independentistas, un planteamiento legítimo. Y es aún mucho mayor la parte de la población catalana que, partidaria o no de la independencia, quiere votar en un referéndum sobre la relación de Cataluña con España. Ante esta realidad se puede hacer cualquier cosa menos no hacer nada. Y es lo que ha hecho el gobierno español. Pero aciertan a medias los separatistas. No es verdad que no les quedaba otra. Jamás puede ser cierto que lo único que les quede sea incumplir las normas y conducir a Cataluña hacia un precipicio. Además, la voluntad de diálogo del gobierno central es bajísima, cierto, pero no es mucho mayor la de los políticos independentistas catalanes, como se comprobó ayer con su bochornosa actitud en el Parlament. 

Ahora está por ver la reacción del gobierno español, que recurrió ante el Constitucional la aprobación de estas dos leyes de ruptura, para las que Cataluña no tiene competencias. Habrá una respuesta judicial, por supuesto, pero falta por ver cuál es la respuesta política, qué ocurrirá de verdad el 1 de octubre y, sobre todo, qué pasará el día después de esa consulta. La unanimidad de los partidos independentistas, sin fisuras, se repite entre los llamados partidos constitucionalistas (PP, PSOE y Ciudadanos) en el conjunto de España. Lo que no se escucha, ni aquí ni allí, son voces que llamen al diálogo, imprescindible. Lo peor es que todo esto exacerba las posiciones más radicales y ahoga las más moderadas, esas que allí y aquí llaman con desprecio "equidistantes". Las de quienes no apoyan bajo ningún concepto la vía ilegal elegida por los políticos independentistas catalanes en su huida hacia adelante, pero también sostienen que se debe dar una respuesta política a un problema político. Algunos no entendemos que alguien se emocione con banderas, patrias o himnos nacionales, pero resulta que hay personas que sí se emocionan con esto, en España y en Cataluña. Y debemos respetarlos a todos, desde la convicción de que ninguna idea política es ilegal, pero que ninguna se puede defender fuera de la ley. Vivimos días tristes en Cataluña y en España, una edad dorada para los radicales de todas las banderas y de todos los bandos, y una épica pésima para quienes ansiamos la convivencia y el respeto mutuo. 

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