Mérida y Cáceres

Cuando uno llega en verano a Mérida tarda poco en percatarse de que arriba a una ciudad volcada con su Festival de Teatro Clásico. Dos meses de cultura, del templo de la palabra, de la reflexión, de las risas y los llantos. Dos meses de una ciudad entregada a una bendita locura que nació hace 63 años. Los rostros de intérpretes de las distintas obras del Festival reciben a los visitantes en cada calle, en cada rincón emeritense, que suma a su excepcional belleza, a sus vestigios de épocas pasadas, uno de los más vibrantes y hermosos acontecimientos culturales del verano. 

El teatro, esa experiencia mágica, fascinante cuántas veces se viva, esas noches de verano memorables, es el principal aliciente de Mérida estos meses. Se combate el calor con el viaje al pasado, con las historias de hombres y mujeres de siglos remotos, que tantas veces son historias similares a las nuestras, atemporables, universales. No necesita Mérida alicientes añadidos a la belleza de esta ciudad, que es como un museo al aire libre. El teatro romano, el templo de Diana, el museo que recoge tantos restos del pasado, el Acueducto... Recorrer la ciudad es dejarse sorprender por restos de la época romana, confundir los siglos, ir y venir de aquella Emeira Augusta fundada por Publio Carisio en el año 25 antes de Cristo a esta Mérida moderna que respeta y venera las tradiciones, que las celebra consciente de su incalculable valor


Merece una visita siempre y sin ninguna excusa Mérida. Siempre es buen momento de volver a contemplar fascinado su Teatro, con o sin función. Por la mañana, para imaginarse a hombres y mujeres de la época romana caminando por sus piedras. Y por la noche, amortiguado el calor, para sentirse partícipes de algo especial y siempre irrepetible cuando comienzan las funciones del Festival. Cuando se visitan ciudades como Mérida, con tanto pasado adosado al presente, con tantos vestigios de otros tiempos, uno siempre se pregunta qué dejará nuestra civilización, cómo se nos recordará en el futuro. Eso, claro, si hay futuro y no hemos destrozado del todo el planeta. 

La capital extremeña es uno de los lugares de visita obligada en esa región. Cáceres no puede faltar en esa lista. Una ciudad que comparte con Mérida el respeto por el pasado y la decisión de preservar las huellas de tiempos remotos del mejor modo posible. En el centro histórico de Cáceres, con esas calles empedradas, en las que se escuchan sólo las pisadas de los visitantes, no es difícil imaginarse siglos atrás. Por ejemplo, en el arco de la Estrella, donde juraron los fueros los Reyes Católicos, que era una de las puertas de entrada a la ciudad, totalmente amurallada. Oen  los muchos palacios, como el de los Golfines o la Casa del Sol, o las casas de la antigua judería, donde vivían los ciudadanos que tanto apoyaron a sus católicas majestades hasta que éstas les expulsaron en 1492. 

La ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1986, tiene entre sus principales monumentos la Concatedral de Santa María, la Iglesia de San Francisco Javier (que alberga una original colección de belenes y desde cuya torre se puede disfrutar de unas vistas excepcionales de la ciudad) o el Palacio de las Veletas. Este último es quizá el más atractivo, ya que en él se encuentra el Museo de Cáceres, de acceso gratuito los domingos. Lo más fascinante del palacio es el antiguo aljibe, que servía de depósito del agua de la lluvia y que se usó hasta entrado el siglo XX, lo que da una idea de su utilidad. El Museo de Cáceres también alberga la estatua del Genio Andrógino, que es uno de los símbolos de la ciudad. Es una figura romana del siglo I, conocida como la diosa Ceres. Se llegó a pensar que la denomiación de Cáceres hacía referencia a casa de Ceres, aunque parece que es más bien una leyenda. 

El cetro histórico de Cáceres, en fin, es garantía de un paseo por espacios preservados del paso del tiempo, donde también hay espacio para le arte, en la Fundación Mercedes Calles Carlos Ballesteros (MCCB), situada en la Plaza de San Jorge, donde también vemos una escultura del santo matando al dragón, así como una efigie que recuerda a Rubén Darío, "príncipe del verso castellano". Más que los monumentos en sí, las iglesias o los palacios, lo que maravillan son esas calles empedradas y siempre empinadas, donde se podrían rodar películas ambientadas en la época medieval sin tener que esconder casi nada, porque todo conserva el aspecto de entonces. 

No puedo terminar el artículo sin hablar de la gastronomía, siempre importante. Suena a tópico, pero es cierto: no hay lugar en España en el que se coma mal. En Extremadura son irresistibles sus migas, comida de pastores a base de pan convertida hoy en un manjar, su carne y también sus embutidos. Las terrazas llenas en Mérida y Cáceres daban prueba de lo bien que se celebra la vida en torno a una mesa, aunque sólo sea para reponer fuerzas y volver a recorrer las empinadas calles de esta última ciudad, o para afrontar con el estómago lleno las mágicas noches de verano en Emerita Augusta. 

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