Diez años sin Umbral, toda la vida con sus libros

Si, como dicen, sólo mueren los olvidados, no podemos afirmar con rigor que el próximo lunes se cumplirán diez años de la muerte de Francisco Umbral. El genial escritor, el artesano de las letras, el dandy madrileño que se enamoró de la capital tras empezar a coquetear con las letras en Valladolid junto a un tal Miguel Delibes, el maestro del Café Gijón, el Larra del siglo XX, dejó de respirar el 28 de agosto de 2007, sí. Pero sigue vivo su recuerdo y vivos siguen sus libros, sus columnas prodigiosas, su estilo inimitable y, sin embargo, tantas veces copiado en la prensa. En esta década sin Umbral, pero con sus libros, no ha dejado de agrandarse la figura de uno de los literatos más brillantes del siglo pasado, continuador de la intensa relación entre escritores y periódicos. 



La ausencia de su padre, el amor a su madre, a la que Greta Barbo andaba malimitando por ahí, y su decidida voluntad de construir un personaje en torno a él, marcaron la trayectoria profesional de Umbral, un maestro de las letras para quien escribir y vivir eran indistinguibles. Venía a ser lo mismo. En el periódico o en sus novelas, Umbral relataba la vida en relatos en los que importaba mucho más que lo que contaba cómo lo contaba. Cada palabra es la precisa, la perfecta, la que encaja. Como un orfebre, con tacto y delicadeza, con enorme maestría artesanal. Así trabajaba Umbral con el idioma, la herramienta de su oficio. 

Umbral escribía tribunas en prensa, bajo el título de Los gozos y las sombras en El Mundo, cuando aún se compraban periódicos por una firma estrella. Cómo no hacerlo, si cada día Umbral levantaba una columna vibrante, inteligente y maravillosamente escrita. Nunca nadie escribió tan bien todos los días, sin excepción, hablando de política o de la vida cotidiana, de políticos o de artistas, de palacios o de arrabales, del Congreso o de cafés y tugurios, del gobierno o del tanga, de Felipe González o de Sara Montiel. Hace un par de años, la editorial Círculos de tiza reunió varias de las mejores columnas de Umbral en el imprescindible libro El tiempo reversible. Urgentes crónicas diarias de la sociedad española, por sus textos transcurre con una prosa bellísima la historia del país. 

El genial escritor de cuya muerte se cumple una década plasmó su visión del mundo en Amado siglo XX, algo así como un libro de despedida, como un testamento en el que el autor se despide de su siglo, de su época, de sus vivencias. Escribe un poco de todo, como siempre, pero especialmente de literatura, su gran pasión. Y del cine, del que dice que es "la mayor alucinación que ha padecido el hombre en la Tierra, pero también es el reflejo más realista que pueda darle su propia vida. Todos hemos aprendido mucho del cine, pero lo hemos aprendido de otros hombres que nos imitan sin conocernos". También habla de la muerte, de la que en un pasaje particularmente bello escribe que "consiste en que una buena amiga deja de llamar y ya es como si Madrid se hubiera quedado sin teléfonos". 

Varias de las novelas de Umbral son, en cierta forma, la misma novela, una historia de jóvenes pícaros de la posguerra, como Capital del dolor, La forja de un ladrón ("hay un placer primario y muy culto en el saber robar. Robar requiere buenos dedos, como tocar el violín. Y una cabeza muy rápida") o Los helechos arborescentes ("se tienen recuerdos del futuro con mayor motivo que del pasado", "la eterna guerra civil de España, que es una fiesta que ninguna generación debe perderse"). En otras obras recorre Madrid o se adelante unas cuantas décadas a su tiempo, como en la chiquita pero bellísima El Giocondo, que tiene como protagonista a un joven homosexual al lado del que recorremos una noche madrileña de fiestas, conversaciones desenfadas y encuentros. Su gran obra maestra, Mortal y rosa, recoge el duelo del autor por la muerte prematura de su hijo, una tragedia que le marcó de por vida, y que incluye reflexiones demoledoras, frases que estallan en un libro que más parece un campo minado, como esta: "sólo está vivo de mí lo que está vivo de ti, el recuerdo".

Diez años, pues, sin Umbral, pero con Umbral muy presente, más que nunca. Una década sin nuevos escritos del genio, pero con toda su obra publicada a nuestro alcance para seguir disfrutando de su estilo, ese al que nunca renunció. "Yo respeto a los escritores sin estilo, con carencia de fraseología. Los respeto, pero no me dicen nada. Andar por la vida de escritor sin estilo es como andar por los mares sin vocación de marinero. La manera de decir las cosas importa mucho más que esas cosas". Siempre, siempre Umbral. 

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