Los bárbaros del siglo XXI

El terrorismo volvió a sacudir ayer Londres, con un vil atentado que causó la muerte de siete personas. Este asesinato llega apenas dos semanas después del dramático ataque en un concierto en Manchester, en el que las víctimas fueron sobre todo jóvenes, que acudían a celebrar la vida con las canciones de Ariana Grande. Aquel ataque provocó 22 muertes. Es la nueva normalidad, la de un grupo de fanáticos para quienes todo aquel que no comparta su desquiciada visión del mundo es un enemigo a abatir. Ocurre a diario en países musulmanes, porque nunca está de más recordar que la inmensa mayoría de las víctimas del terrorismo yihadista son musulmanes, y ocurre con una frecuencia cada vez mayor en Europa


Vivimos en sociedades libres en las que el hecho de que un asesino se ponga a acuchillar a personas o a atropellarlas en nombre de su dios es algo que no se concibe. Nos sigue espantando, porque uno nadie se acostumbra a la barbarie, a la sinrazón. Nada detiene a los criminales que deciden causar el mayor daño posible y sembrar el terror. En el atentado en Manchester hubo niños de muy corta edad entre los muertes. Probablemente, algún joven que acudía por primera vez a un concierto, con esa ilusión infantil, arrolladora, envidiable que se siente a esas edades por tu cantante preferido. Y, de pronto, el horror, el espanto, la locura, la muerte. Son los bárbaros del siglo XXI, los que consideran obscena y perversa la sociedad occidental, la música, las terrazas en las que tomar copas los fines de semana, los conciertos, la alegría, el colorido de la vida libre.

Hay parte de la sociedad europea que no pierde el tiempo tras cualquier atentado como el que ayer sacudió Londres de recordar lo terriblemente malos que somos, lo mucho que nos lo merecemos. Es una manía enfermiza por culpar a la víctima, como si las niñas de cinco años asesinadas en Manchester o las personas que ayer disfrutaban de la noche del sábado en Londres antes de ser arrollados por fueran culpables de algo, como si merecieran ese final. Se habla de la falta de políticas de integración, se cuenta que los asesinos proceden de familias marginales, como dando a entender que se le empujó a esto, como afirmando que no le dejamos otra opción. Y desvirtúan así un debate interesante, el de la necesaria integración y convivencia pacífica entre distintas culturas. Lo corrompen hasta lanzar mensajes obscenos, recordando arduos todo lo que hacemos mal en Occidente, sin parase un segundo a condenar el crimen y sin aceptar que un asesino lo es por voluntad propia y que absolutamente nada justifica emplear la violencia, mucho menos contra personas inocentes. 

Es una actitud desquiciante, estúpida, muy de cuento de Walt Disney. Y además es un discurso simplista y, en muchas ocasiones, falso. No es cierto que todos los criminales fanáticos pertenezcan a familias pobres, en ocasiones no es así. Y, por supuesto, es insultante dejar caer que ante situaciones de pobreza o discriminación (contra las que hay que luchar con firmeza) no les queda otra a las personas que lo sufren que ponerse a asesinar a quienes les rodean

Hay otra respuesta igualmente radical y repugnante antes los crímenes yihadistas que consiste en irse al extremo contrario e identificar al Islam con los asesinatos, olvidando que los terroristas sólo se representan a sí mismos, que defienden una interpretación radical y absolutamente minoritaria de la religión musulmana, que es tan pacífica como todas las demás. También identifican inmigración con inseguridad, aunque muchos de los asesinos de los últimos atentados son nacidos en Francia , Bélgica o Reino Unido. Cualquier suceso puede alimentar los prejuicios de alguien decidido a reafirmarse en sus ideas preconcebidas, pero estos crímenes sólo demuestran que hay un grupo de bárbaros que asesina a inocentes (musulmanes, judíos, cristianos, ateos...). Hay una minoría de asesinos que corrompen una religión respetable como todas y, enfrente, todos los demás, sus víctimas. 

No es incompatible reconocer que los terroristas yihadistas son los bárbaros del siglo XXI y que ellos son los únicos responsables de sus crímenes en nombre de Alá con saber, porque es así, que la inmensa mayoría de los musulmanes está en contra de estos asesinatos. Los yihadistas odian todo aquello que no casa con su fanática forma de entender el Islam. Por eso, atentados como los de la sala Bataclan en París o la del concierto de Manchester, remueven tanto. Porque allí había personas como nosotros, celebrando la vida, disfrutando de la música, felices, despreocupados, libres. Y un grupo de asesinos decidió que eso ofendía a su dios, que no era decente, que había que exterminarlo. Son bárbaros, sí, asesinatos ciegos y fanáticos que luchan contra una civilización libre. Lo último que podemos hacer es ceder un milímetro de nuestra libertad, hacerles la más mínima concesión por miedo. Hay que seguir yendo a conciertos, hay que seguir viviendo como hasta ahora, haciendo todo eso que ellos no soportan. Lo contrario sería empezar a perder un poco. 

Comentarios