Cuando llega la penumbra

Sigo con devoción cada paso literario de Jaume Cabré desde que leí la imponente Yo confieso, una novela grandiosa en sus dimensiones y, sobre todo, en su maestría. Cuando se debate sobre la vigencia del género de la novela, sobre su sentido hoy día, sobre su estado de salud, siempre pienso en esta apasionante, inteligente, madura y deslumbrante obra de Jaume Cabré, como argumento de peso para zanjar cualquier debate posible. En aquel libro, el autor catalán relata, en primera persona, la historia de Adrià Ardevol. La amistad, el amor, la culpa, la pasión por la cultura. Con un violín storioni como hilo conductor de la novela, varias historias terminan encajando a la perfección, como piezas de un puzzle. Es una novela, en fin deslumbrante, de la que bien podría decirse que cuenta con las virtudes que se deben pedir a una gran obra, según leemos en un pasaje de Yo confieso: "la capacidad de fascinar al lector, de admirarlo por la inteligencia que contiene o por la belleza que genera". 

Después de tan monumental obra, Jaume Cabré ha publicado dos libros: Las incertidumbres, un compendio de inteligentes reflexiones sobre su oficio de escritor, y este año Cuando llega la penumbra, un conjunto de relatos que cayó en mis manos en Sant Jordi y que acabo con esa misma sensación que él describe en su anterior obra cuando se culmina un libro que deja huella, con "la desazón que me provoca finalizar la lectura de un libro que me ha seducido. Cierro el libro en silencio, dejo que se escurran las últimas vivencias inducidas por las escenas finales, por las palabras dichas, por la atmósfera que me ha acompañado durante unos días o tal vez semanas. Y me noto intranquilo, porque a partir de entonces ya no conviviré con unos personajes con los que he gozado de una extraña intimidad, porque eran tan míos como mis pensamientos". 


Explica Cabré en el epílogo de su último libro que, entre novela y novela, escribe historias cortas o rescate relatos que guardaba en cajón y los actualiza. También cuenta que, de un tiempo a esta parte, ve necesario que un libro de relatos esté compuesto por historias que tengan algún punto en común, algo que consigue con este libro, cuyo título, Cuando llega la penumbra, describe bien la atmósfera de las historias. Todos los relatos de esta obra aportan algo, muchos dialogan entre sí, tienen guiños, pequeños gestos, alusiones que los conectan, como ocurría en Yo confieso, donde todo terminaba encajando a la perfección. Aquí, cada historia va por libre, se defiende por sí sola, pero también se ve reflejada o completada por las otras. 

Si en aquella monumental novela Cabré mostraba hasta qué punto está vivo el género, cuánto puede fascinar, en esta demuestra que los relatos cortos son los escenarios ideales para jugar como narrador, para dejar rienda suelta a su imaginación deslumbrante, planteando distintas historias a cual más sugerente y original. Por ejemplo, A sueldo, en la que un tipo que se encarga a asesinar a personas por encargo se confiesa ante un sacerdote. O Buttubatta, donde un escritor que está a punto de saber si ha ganado, al fin, el ansiado Premio Nobel recibe una visita inesperada. 

Punto de fuga es el relato que ocupa las páginas centrales de la obra, y es en realidad una pequeña novela, tiene toda la hondura de una novela. Es el relato más largo (62 páginas) y es original desde el comienzo, ya que empieza por el epílogo para ir conociendo más tarde el pasado de los personajes y qué es lo que les condujo a ese desenlace del que nos enteramos en la primera página. La muerte, la venganza, las rencillas, los odios viscerales, las miserias, merodean por las páginas de esta obra, en la que el autor también juega a introducir a personajes en cuadros, a meterlos en otra dimensión, a dialogar con obras de arte, a viajar por tiempo y el espacio. 

También es apasionante el relato Las manos de Mauk, que comienzan con esta cartera que envía Oleger Santiga a un editor: "estimado señor Heribert Bauça: Después de profundas revisiones del texto, tal como me aconsejó, se lo envío de nuevo con la esperanza de que lo acepte. En caso de que, a pesar de las sustanciales mejoras, no aceptaran publicar este original, me suicidaré". De comienzo a fin, en las páginas de Cuando llega la penumbra se encuentra a un autor en su plenitud, atreviéndose con sus historias, yendo lejos, jugando con ellas, siempre con ironía, el más afinado síntoma de inteligencia. "Todo es saludable mientras esté bien escrito", explica el autor en el epílogo de esta obra. Y es esa sensación gozosa la que queda en el lector con cada historia de Jaume Cabré, que está maravillosamente bien escrita, que es una delicia. En uno de sus relatos hace decir el autor a uno de sus personajes que "si el milagro sucede mediante las palabras, lo llamamos literatura; si ocurre etéreamente en un tiempo concreto, lo llamamos música; y si el milagro se produce en un espacio material concreto, lo llamamos pintura, fresco, retablo, escultura... Y si el milagro es el espacio que creas, lo llamamos arquitectura. El caso es que haya milagro". En cada línea escrita por Cabré, en efecto, hay milagro. 

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