Venezuela desde España

Entre las muchas deficiencias del debate público en España destaca el hecho de que resulta muy difícil hablar del escenario político de otros países sin que, a izquierda y derecha, nos apresuremos a buscar parecidos y diferencias con nuestro país. Es algo que, además de resultar muy cansino, daña la información internacional en España. Porque se utiliza, por unos y otros, para reafirmar sus propias ideas, para alimentar sus prejuicios, para dar alpiste al politiqueo barato, al sectarismo rancio y agotador. Y puede que ningún país represente mejor este vicio tan español como Venezuela. Resulta casi imposible hablar del país presidido por Nicolás Maduro mancharse con el fango del debate partidista español. Y es una pena. Entre otras cosas, porque unos y otros banalizan y utilizan la dramática división que sufre aquel país. 


Como Podemos tuvo contactos con el chavismo en el pasado y sus líderes han defendido en numerosas ocasiones a sus dirigentes, Venezuela se ha convertido para muchos políticos y tertulianos en España en el comodín perfecto para atacar al partido morado. Esto ha dado lugar a situaciones surrealistas, como ver a Albert Rivera haciendo campaña para las elecciones españolas en Venezuela, demostrando que la sutileza no es su fuerte. Pero también ha conducido a reacciones repugnantes de parte de la izquierda, que no hace más que restar importancia a las agresiones policiales y a los presos políticos en Venezuela, como si todo fuera una gran invención para atacar a Podemos. Y no es así. Tan ignorante es adoptar como una pose una preocupación por lo que sucede en Venezuela, sólo por puro interés partidista en España, como restar gravedad, o incluso bromear, con los tics autoritarios de Maduro. 

Intoxicado como está el debate sobre Venezuela, cada información que llega de allí parece tener detrás una trama organizada para desacreditar a Podemos. Con lo fácil que sería que el partido comandado por Pablo Iglesias condenara la violencia del Estado contra los manifestantes pacíficos o reconociera que es impresentable que haya presos políticos en aquel país, en lugar de dar pábulo a las invenciones del gobierno venezolano sobre presuntas instigaciones promovidas por líderes opositores. No se puede bromear con lo que ocurre en aquel país. Es evidente que la gravedad de lo que sucede en Venezuela ha servido a determinados intereses partidistas. Es obvio que se ha utilizado y que se ha informado más de lo que sucede allí cuando más ha interesado atacar a Podemos. Pero eso no anula ni un ápice de dramatismo a la deriva autoritaria emprendida por el gobierno de Maduro

En diciembre de 2015, la oposición venezolana ganó las elecciones parlamentarias. Desde entonces, a pesar de los empeños del gobierno por evitarlo, hay mayoría del gran frente opositor en la Asamblea venezolana. Maduro, lejos de escuchar esas voces críticas, se ha cerrado aún más en sí mismo. En lugar de respetar la voluntad del pueblo, que es igual de legítima cuando le elige a él como presidente que cuando elige a los diputados opositores para la Asamblea, el presidente ha ideado una fórmula para anular el poder de esa Asamblea que no controla. Y es preocupante, porque demuestra una concepción deficiente de la democracia. Tan representante del pueblo es su partido, votado legítimamente por los ciudadanos, como la oposición. Y no parece aceptarlo. Por eso hay líderes opositores en la cárcel y por eso hay pistoleros próximos al chavismo que asesinan a manifestantes en las marchas de protesta contra la cacicada que planea Maduro. 

El presidente quiere convocar una Asamblea constituyente. No está claro que, con la Constitución venezolana en la mano, el presidente tenga competencias para hacerlo. Y, aunque las tenga, resulta muy inquietante que esta iniciativa, que laminará el poder de la Asamblea nacional, justo la que no controla Maduro, surja ahora. Cuando el país, dividido en dos, tan herido, tan polarizado, necesita unidad y diálogo, Maduro se echa al monte y nombrará él, imaginamos con qué criterios y con qué pluralidad, a los 500 componentes de esa nueva Asamblea constituyente que se ha sacado de la manga. Dice que 250 de esos diputados serán elegidos por las bases de la clase obrera, representantes del pueblo. Pero ha quedado clara la idea del concepto "pueblo" que tiene el gobierno venezolano: sólo representa al pueblo él, no quien piensa diferente. 

Apesta demasiado a cacicada, a invento para perpetuarse en el poder y quitarle a la oposición el papel en la vida política que le ha dado el pueblo venezolano con su voto, como para andar haciendo bromitas o afirmando que, vaya, otra vez Venezuela como cortina de humo. Es triste que, cegados por el partidismo (a izquierda y derecha), tantas personas en España sean incapaces de despojarse de su sectarismo y su cainismo para intentar analizar con distancia lo que sucede en Venezuela. No proceden los excesos, que vienen a decir prácticamente que Pablo Iglesias es responsable directo de todos los despropósitos del gobierno de Maduro, nada menos. Como tampoco proceden las bromas, la banalización de toda información sobre Venezuela, como si los opositores asesinados en las manifestaciones contra el gobierno fueran una broma, un invento para dar credibilidad a las críticas a Podemos. Convendría dejar de mirarse al ombligo y no pasar todo lo que ocurre en el mundo por el filtro de nuestra ideología. Podemos decir lo mismo de la lectura que se hace de las elecciones francesas. Quizá va siendo hora de entender las realidades de otros países sin trasladarlas al partidismo español, aunque resulte menos simplista y requiera algo más de esfuerzo. 

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