Una mañana en la Feria del Libro

Lo mejor de la Feria del Libro de Madrid, que celebra desde el viernes su 76º edición, es que siempre es igual y, a la vez, siempre es diferente. Las casetas en el Retiro, la combinación entre libros y naturaleza, trayéndonos a la mente la frase de Cicerón ("si cerca de la biblioteca tienes un jardín, no te faltará de nada"), el gentío de lectores ávidos por encontrar la obra que buscan o por dejarse sorprender, el contacto con los escritores, la pasión con la que los libreros te hablan de las últimas novedades, la mirada ilusionante de los niños ante las casetas de obras infantiles, las paradas técnicas para descansar en el césped con un granizado de limón.... Todo eso es igual cada año, y ahí reside su encanto. Pero todo es distinto, a la vez. No ya cada año, sino cada mañana, cada día que se visita la Feria. Siempre habrá algún libro que pasara desapercibido la primera vez, algún encuentro casual, algún autor que te explique su obra, alguna escena única, fugaz e irrepetible. 


La Feria del Libro, el gran evento cultural de cada año en Madrid, fascina siempre como la primera vez. Por la variedad de las casetas presentes, porque es maravilloso poder encontrar al lado de los grandes almacenes o de los gigantes editoriales otras casetas de pequeñas librerías o de sellos semidesconocidos que miman la edición de cada libro como una obra de artesanía. Conocer nuevas editoriales, descubrir por azar libros que cautivan por su título, que te invitan a leer la contraportada, a preguntar más, a saber qué hay detrás de esa sugerente carta de presentación, caer atrapado en las redes de casetas con obras tan cuidadas que uno se las llevaría enteras a casa, o se quedaría a vivir en ellas. Recorrer, en fin, con los ojos abiertos, el paseo de coches del Retiro, ubicación de la Feria desde 1967 (antes se celebraba en el Paseo de Recoletos). 

Como la Feria dura hasta el 11 de junio y espero hacer unas cuantas visitas más, hay que dosificar las compras. La de ayer fue una de esas mañanas luminosas y espléndidas en Madrid, rodeado de libros y naturaleza, en la que uno piensa que no hay lugar en el mundo donde se sentiría mejor que en el Retiro. Fui con una buena amiga, con la que nos intercambiamos un regalo de no-cumpleaños, o de día del libro, que decidimos que fuera ayer, que puede ser cualquiera. Ella me regaló El meteorólogo, de Olivier Rolin y editado por Libros del Asteroide, una investigación sobre Alekséi Feodósievich Vangengheim, jefe servicio meteorológico de la Unión Soviética, que fue enviado a un campo de concentración. Yo le regalé Por trece razones, la novela de Jay Asher en la que está basada la serie del momento de Netflix, que esta amiga me recomendó, por lo que le estoy muy agradecida ya que es una de las series más impactantes que recuerdo (pero esa es otra historia). 

También caí en la caseta de Tarner, que es una de esas, como la de Acantilado, que me llevaría casi entera casa. Compré Lingo, de Gaston Dorren, que se presenta como una "guía de Europa para el turista lingüístico" cuyo planteamiento me fascinó: "aquí va a averiguar por qué los españoles hablamos como metralletas, por qué el francés delata algún problema edípico mal resuelto o por qué la lengua de signos no es internacional. De paso aprenderá muchos términos útiles e intraducibles, y entenderá mejor ese extraño conjunto de rarezas, hallazgos, tradiciones, manías y herencias que llamamos Europa". No veo el momento de empezar a leerlo. 

También me atrajo mucho, mucho la caseta de la editorial Gallo Nero, que entre otras obras tiene un libro sobre la Vuelta a España (de Simón Rufo), otro sobre el Giro de Italia (de Dino Buzzati) y un tercero sobre el Tour de Francia (Mario Fossati), que casi con toda probabilidad también caerán en esta Feria del Libro. Busqué al principio, y lo dejé para la próxima visita, Sabina. Sol y sombra, la biografía de Joaquín Sabina escrita por Julio Valdeón (la busqué, por cierto, donde no debía, pues se lo pregunté a un autor que estaba firmando libros en una caseta, algo que yo descubría después, claro, y al que no le sentó demasiado bien). Nos detuvimos en la caseta de la editorial léeme, de la que cuelga el cartel: "se prohíbe arrojar comida a los autores, excepto bocadillos de jamón de Jabugo debidamente envueltos". 

Pasamos un rato muy agradable disfrutando de la música del Cuarteto Sabatini (@SabatiniQuarter, en Twitter), que interpretó temas como el Hallelujah de Leonard Cohen, la banda sonora de Piratas del Caribe o la de Juego de Tronos (esta última revolucionó a media Feria). Maravilloso. Cada visita a la feria tiene su banda sonora, su ilusionante adquisición, su razón de ser, sus sorpresa. Tenemos dos semanas para disfrutar de la mejor fiesta del año en Madrid, una celebración en torno a los libros. Y hay que aprovecharla. Por algo dijo Borges que el paraíso debe ser una especie de biblioteca. 

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