Pedro Sánchez resucita

Ahora que vivimos la edad dorada de las series, mucho están tardando Netflix o HBO en llevar a la pequeña pantalla la historia de Pedro Sánchez en los últimos meses. Candidato a la presidencia del gobierno propuesto por el rey, cabeza de lista del PSOE en los dos peores resultados de la historia de su partido, líder descabezado por la vieja guardia y el aparato del partido y, en el último capítulo, secretario general, de nuevo. La historia de esta hipotética serie resultaría por momentos poco creíble, surrealista, casi. Porque en las series las resurrecciones chirrían y Sánchez protagonizó ayer una resurrección colosal, en la misma sala donde fue derrocado para que el PP pudiera seguir gobernando, con una operación en la que la vieja guardia del partido puso un empeño descomunal. Pensaban que estaban derrocando a Sánchez, pero le estaban convirtiendo en un líder


Ganó con claridad Sánchez. Triunfó por los múltiples errores de sus rivales y por su falta de comprensión del sentir de la militancia socialista. Sánchez cosechó el peor resultado de la historia de su partido dos veces seguidas y eso, en condiciones normales, debería inhabilitar al nuevo secretario general del PSOE para liderar a su formación. Pero fueron sus rivales los que le devolvieron la vida política, pensando que se la estaban arrebatando. Incluso ayer Susana Díaz, la candidata del aparato, mostraba en su cara un gesto de asombro. Estaba pasmada, como quien se encuentra con un fantasma, como a quien se le aparece alguien que daba por muerto, porque ella misma se lo había quitado de encima. Pero no habían desactivado a Sánchez. Al revés, le revivieron. 

Naturalmente, Sánchez ha reconstruido su pasado y la historia del PSOE. Entre otras cosas, además de sus fracasos electorales, es difícil comprender los continuos vaivenes del líder socialista. Llamó despectivamente "las derechas" a Ciudadanos, para a continuación pactar con ellos. Despreció abiertamente a Podemos, pero meses después dijo que le hubiera gustado pactar con ese partido. Cambió en reiteradas ocasiones su posición sobre Cataluña, sobre la reforma laboral y sobre muchos otros aspectos. Sánchez, en su afán de supervivencia política, se ha presentado ante la militancia del PSOE como una víctima de una operación de la vieja guardia que tenía como finalidad última que los diputados socialistas se abstuvieran en la investidura de Rajoy para que el PP siguiera gobernando. Pero es que resulta que, en efecto, esa operación existió y que tenía como objetivo que el PP se mantuviera en la Moncloa. 

Susana Díaz tardó siglos en presentar su candidatura y no expuso abiertamente en ningún momento su posición sobre qué debía haber el PSOE en la investidura de Rajoy. Entre bambalinas, promovió la operación para derrocar a Sánchez. Pero en público no se mojó, porque sabía que era impopular defender que el PSOE permitiera al PP seguir gobernando sin pedir nada a cambio. Díaz, además, ha centrado su campaña en la tesis, discutible, de que ella gana elecciones. El apoyo de toda la vieja guardia se ha vuelto claramente en su contra. Felipe González fue quien lanzó, en una entrevista en la Ser, el aviso a todo el apartado del partido para dar un golpe contra Sánchez. Y al lado de Díaz, todos a una, la inmensa mayoría de los barones del partido, Zapatero, Rubalcaba, Bono y compañía. El acto de Vistalegre lo decía todo: Díaz era la candidata del aparato. Y así regalaron a Sánchez su mensaje de campaña: él era el candidato de la militancia, al que expulsaron de Ferraz para permitir gobernar al PP, el outsider, el que está solo y se enfrenta a la vieja guardia y a la mayoría de los medios de comunicación. 

Con una enorme torpeza, Díaz construyó el relato de Sánchez, que sólo tuvo que seguir el camino marcado por la presidenta andaluza. Le ha sobrado soberbia a Díaz y le ha faltado olfato para constatar el cabreo monumental de buena parte de la militancia del PSOE por la abstención ante Rajoy. No supieron medir los daños de su operación. Ellos mismos, absolutamente acomplejados, fueron incapaces de explicar a los militantes su comportamiento. Es cierto que la alternativa a la abstención, quizá la única, eran unas terceras elecciones en las que el PSOE tendría un resultado aún peor. Pero la aprobación de los presupuestos, muy próxima, indica que sí existían mayorías alternativas, sin contar con el PSOE. Y, desde luego, hay maneras y maneras de abstenerse. La peor de todas es hacerlo tras desangrar el partido y sin pedir nada a cambio al PP, porque se dejó al PSOE en una situación de extrema fragilidad. 

Ante el relato de Díaz (la vieja guardia, el hacer las cosas como dios manda, el "nosotros somos los mejores y los únicos que ganamos y que sabemos lo que es mejor para el partido) ha arrasado entre los militantes el de Sánchez ("me derrocaron para dejar gobernar al PP y yo soy el abanderado de los militantes de base"). Ahora, en palabras de la presidenta andaluza, toda "coser". Y no parece fácil. Se ve mucho odio, mucha rabia, mucha rivalidad interna. Díaz no mencionó ayer a Sánchez en la rueda de prensa, al más puro estilo Rajoy ("el secretario general electo" es el nuevo "esa persona por la que usted me pregunta"). Y varios sanchistas han declarado que quienes apoyaron a la presidenta andaluza ya saben lo que tienen que hacer, que todo tiene consecuencias. Si recordamos la forma en la que Sánchez echó a Tomás Gómez del PSOE de Madrid, parece que el secretario general del partido no es el único con ánimo de purgar a rivales. 

La victoria de ayer de Sánchez lanza un mensaje claro a la vieja guardia del partido, muy alejada de su militancia. Ellos lo fueron todo en el PSOE, pero ahora no conectan con sus votantes. Durante muchos años, demasiados, Felipe González ha sido dios, el todopoderoso expresidente al que había que escuchar siempre que hablara y elogiar todo lo que saliera de su boca, aunque se distanciara más y más de lo que algún día fue, aunque tantos militantes socialistas no se sienten identificados con él. Quienes lanzaron la operación contra Sánchez seguían pensando que González era dios y que nadie puede derrotar al aparato. Resulta que el aparato ya no es tan importante, entre otras razones, porque la sociedad también ha cambiado y ya no entiende ni acepta de tan buen grado esas baronías y esas formas de organización en los partidos políticos tan poco democráticas. 

Ahora toca lo más importante para el PSOE: recuperar votos. Y no parece claro que Sánchez, que obtuvo en seis meses los dos peores resultados electorales de la historia del partido, sea capaz de lograrlo. Es una evidencia, pero conviene que Sánchez no lo olvide: ayer votaron los militantes del PSOE, que son simpatizantes comprometidos por el partido y que no representan necesariamente el sentir de los votantes socialistas. Está por ver cómo influye la resurrección de Sánchez en la gobernabilidad. En principio, Sánchez no apoyará la moción de censura de Podemos, pero tampoco echará capotes al gobierno, como en los tiempos de la gestora. Ahora le toca al secretario general del PSOE ofrecer algo que, a diferencia de lo que ocurrió en las dos elecciones anteriores, interesa a la mayoría de la sociedad, si quiere volver a gobernar. Y lo hará desde una posición más abiertamente de izquierdas que si la ganadora ayer hubiera sido Susana Díaz. Le queda mucho trabajo por delante y es desear para todos que centre sus esfuerzos en reconstruir el partido y no en purgar a sus rivales para construirse su propio aparato, que es lo que probablemente sucederá. 

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