Los cargantes adalides de la incorrección política

La libertad de expresión sólo tiene sentido para defender el derecho de quienes opinan lo contrario a nosotros a decir lo que consideren oportuno. Sólo se cree de verdad en la libertad de expresión cuando luchamos para que otros puedan afirmar todo aquello que nos incomoda y ofende. Naturalmente, no se debe pretender prohibir lo que ofenda. Empezamos por lo evidente, por lo obvio, por lo irrenunciable. Hay quien cree defender la libertad de expresión, pero en realidad sólo defiende que quienes piensan igual que él se expresen con libertad, pero no los que difieren de sus posiciones o incluso los que les hacen sentir incómodos o los que les provocan nauseas. El derecho de todo el mundo a decir lo que le dé la real gana, siempre que no incumpla la ley, es incuestionable. Ahora bien, decía Arturo Pérez-Reverte en uno de sus artículos dominicales que cada uno tiene derecho a decir una estupidez. El mismo que tienen los demás para responderle justo después que, en efecto, acaba de decir algo absurdo ("una gilipollez", creo que escribía él). Le tomamos la palabra, tras la polémica buscada con su artículo Cristina Hendricks y nosotros, un artículo "inventado y paródico" repleto de expresiones machistas. 



El académico, mucho mejor escritor que polemista, quería, al parecer, escandalizar con su artículo. Quizá quería constatar que no vivimos en la edad media y que, en efecto, hay personas del siglo XXI a las que les resulta vomitivo, por ejemplo, que se describa a una mujer como "la pelirroja de Mad Men, ya saben. La de las tetas gordas". Y luego se recrea, reconociendo que "además de anatómica, ésta es una definición sexista, claro. Pero cuando uno escribe debe buscar, ante todo, la brevedad y la eficacia. Y reconozcan que la definición es breve y eficaz a tope: pelirroja de tetas grandes. Ahora todos –y todas– saben a quién me refiero". Resulta que este artículo causa risotadas en determinadas partes de la sociedad y, afortunadamente, indignación en otras. Los primeros se proclaman adalides de la incorrección política, los únicos que entienden de verdad la ironía y que pueden utilizarla. Son cargantes hasta más no poder, sobre todo, por esa impostada preocupación porque el avance de la sociedad, vaya por dios, implique que los chistes, por llamarlos de algún modo, sobre mujeres tetudas ya no hagan reír a todo el mundo. Qué lástima, el progreso. Qué gran pérdida. 

Pérez-Reverte buscaba levantar polémica y lo consiguió. Tiene poco mérito. Podría haber escrito en un artículo que los negros son inferiores a los blancos o que los homosexuales no merecen los mismos derechos que los heterosexuales y, efectivamente, habría causado polémica. Enhorabuena. Ya ha descubierto que vivimos en el siglo XXI y que hay comentarios que repugnan. El escritor es sólo uno de los muchos salvadores de la sociedad occidental, al parecer gravemente en peligro porque no se pueden hacer chistes racistas, machistas u homófobos. No les preocupa el racismo, el machismo ni la homofobia, no. Les preocupa no poder compartirla alegremente. No pocos disfrazan sus prejuicios y su nula disposición a progresar con una férrea y decidida defensa de la libertad de expresión. 

Lo más curioso de esta oleada de adalides de la incorrección política es que, al parecer, todo el mundo tiene libertad de expresión salvo quienes no nos reímos con sus gracietas rancias, que pasamos a ser unos enemigos de la sociedad occidental, unos tipos sin comprensión lectora y unos amargados, sólo porque necesitamos algo menos básico que chistes de mujeres tetudas o personas con discapacidad para reírnos en vez de querer vomitar. Qué le vamos a hacer. Se reservan la inteligencia  para ellos solos y actúan como elegidos para una misión superior, trascendental, salvar al mundo de la sensibilidad, la tolerancia y el respeto a las minorías

Lo siento, pero me gusta más el humor contra el poder que el se ríe del (no con) el diferente, el que perpetúa estereotipos y se ensaña con las minorías. No sé si los adalides de la incorrección política, los nobles defensores de la libertad de expresión, se han parado a pensar que defienden  sólo un tipo de humor, por llamarlo de alguna manera, muy concreto y orientado a un público muy bien definido, hombres blancos, heterosexuales y de determinada edad. Dicen querer combatir el machismo, pero quizá no saben cuánto alimentan el patriarcado con este tipo de artículos, con el modo en que se rasgan las vestiduras porque, vaya por dios, critiquemos que se cosifique a las mujeres. Resulta que estos comentarios contribuyen de forma decisiva a que nada cambie. 

Últimamente suelo quedarme bastante solo en las discusiones sobre este tema, pero es lo que pienso: no creo que la sociedad sea peor porque ya no se ría de los chistes rancios de Arévalo. No veo esa asfixiante inquisición de lo políticamente correcto y sí mucha gente preocupada por no poder hacer comentarios machistas en lugar de preocuparse por el machismo. Ellos que tanto defienden la libertad de expresión tildan de inquisidores reaccionarios a quienes les critican. Muestran una curiosa concepción de la libertad de expresión. Y también de la ironía, que es la más refinada muestra de inteligencia y que, por supuesto, los adalides de la incorrección creen poseer en exclusiva. 

En el caso concreto de Pérez-Reverte, lamento mucho que no decida dedicar su talento a otros fines. Creo que es el único autor del que he leído todas sus novelas y he perdido la cuenta de las veces que le he "defendido" en discusiones sobre sus tics rancios. Pero no entiendo la finalidad de su artículo y cada día me carga más su prosa cipotuda (en brillante hallazgo de Íñigo F. Lomana). No creo que Pérez-Reverte sea machista. Honestamente, no lo creo. Pero sí pienso que con su sobreactuación como adalid de la incorrección política contribuye a que nada cambie en la aún muy machista sociedad en la que vivimos. En cuestión de igualdad, o se avanza, o se retrocede. Nadamos a contracorriente. Es así de sencillo. 

Espero que todos los adalides de la incorrección política defiendan mi derecho a decir libremente que me cargan, que me da mucha pereza su pose y que creo que no defienden el humor, así, en general, sino que defienden sólo una clase de humor, el que se ríe de las minorías, el que alimenta prejuicios, el perezoso y básico, el poco sofisticado, el rancio, el que les divierte a ellos. Ayudan además a marginar el feminismo, presentándolo como una opción radical. Y esto, igual que en las novelas negras, nos conduce a hacernos la pregunta de a quién beneficia determinado acto, porque tendrá muchas papeletas para ser el responsable. Pues, obviamente, es al patriarcado al que le interesa que el feminismo, que debería ser una opción defendida por el 100% de la población (¿quién puede no estar a favor de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres?) se convierta en una posición extremista, peligrosa, radical. 

Por ejemplo, los adalides de la incorrección política lamentan como una terrible ofensa, una amenaza, una concesión innoble a la corrección política, que haya más películas protagonizadas por actores negros, que se cuenten otras historias. En lugar de pararse a pensar si no será más bien anómalo lo vivido hasta ahora, la exclusión de las pantallas de tantas historias interesantes, ellos creen que nos estamos perdiendo, porque, vaya por dios, hay más historias de mujeres, más relatos sobre homosexuales o más cintas protagonizada por actores negros, o que recuerdan la vergonzosa época de discriminación racial en EEUU, no tan lejana en el tiempo como preferimos pensar. Les incomodan estas cintas, claro. Les parece una imposición de la tiranía de la corrección política. Últimamente no ven más que gays, negros y mujeres en las películas. Y no les cuadra. Dónde están las historias de toda la vida, las de los hombres, hombres, las de las mujeres fatales, las de antes, las de verdad, se preguntan, confundidos. 

Opinan, por supuesto, sin molestarse en ir a verla, que Moonlight sólo ha ganado el Oscar porque es una película de un chico negro gay. No se cuestionan por qué hay tan pocos papeles  para actrices maduras. Sencillamente porque su visión del mundo se siente amenazada por ese cajón de sastre que llaman corrección política donde meten todo lo que les desagrada, todo lo que les hace cuestionarse sus prejuicios. Otro día hablamos de los excesos de los activistas de todas las causas, que por supuesto, también los hay. En especial, la manía de atribuirse el derecho a dispensar carnets de auténticos feministas, por ejemplo, de algunas personas. Pero cada día tengo menos dudas de que se necesita su empuje, porque queda mucho camino por recorrer hacia la auténtica igualdad. 

Sin duda, en algo tienen razón los adalides de la incorrección política. Hay amenazas a la libertad de expresión, contra las que todos deberíamos posicionarnos. Por ejemplo, la desorbitada condena a Cassandra Vera por unos chistes de mal gusto sobre Carrero Blanco, o la pretensión de juzgar a unos titiriteros por un espectáculo en Madrid en el que exhibían una pancarta que decía Gora Alkaeta, que sería tanto como querer condenar a los guionistas de Homeland por apología del terrorismo. Que algo ofensa o resulte repulsivo no lo convierte ni debe convertirlo  en ilegal. Por tanto, no se debe ceder ni un milímetro ante estas amenazas a la libertad de expresión. Pero ese mismo derecho nos permite decir que esos tuits eran de mal gusto o que el artículo de Pérez-Reverte sobre la tetuda pelirroja nos repugna. Cuando afirmamos eso no estamos defiendo, yo no, al menos, que no tenga derecho a soltar esas burradas o a querer ser el más provocativo agitando mensajes machistas. Lo que digo es que no me gusta. Y, creo, tengo derecho a decirlo. 

Espero que los adalides de la incorrección política nos concedan la gracia de poder seguir deseando que dediquen parte de sus esfuerzos a luchar contra el machismo en lugar de ridiculizar a quienes nos incomodan las gracietas machistas. Denuncian un extremo, el de quienes ven machismo en todo, dicen, cayendo en otro, el de los que no lo ven por ningún lado. Y acaban defendiendo, como Dani Rovira, que con un supuesto chiste en el que cosifica a la mujer ("atención, hombres de España, no miréis las marquesinas estos días. No vaya a ser que unas fotos de Intimissimi os tachen de machita") lo que buscaba en realidad era defender el feminismo. Con lo fácil que resultaría reconocer que fue un comentario del todo desacertado. 

No puede ni debe restringirse la libertad de expresión salvo si se incumple la ley, por ejemplo, fomentando el odio. Ninguno de los artículos o comentarios cipotudos que tanto lamentan la "tiranía" de lo políticamente correcto incumple la ley. Y defenderé sin dudarlo el derecho de sus autores (hombres, siempre hombres, por cierto) a publicarlo. Sólo espero que ellos defiendan mi derecho a criticar sus posiciones y su blanqueamiento del machismo con la misma convicción. Y, ya puestos, que trabajemos juntos por una sociedad más habitable, más tolerante, más respetuosa, en la que, por ejemplo, preocupen más las agresiones homófobas que no poder contar chistes de mariquitas sin que te miren mal, no vaya a ser que consigamos preservar el humor rancio en una urna de cristal, mientras alrededor de ella vivimos en la misma sociedad desigual y con discriminaciones a las minorías. 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Estoy en completo desacuerdo!!!!

¿Cómo se puede decir que es "mucho mejor escritor que polemista"??? Como escritor también es un truño!

Vale, yo solo me he leído tres de sus libros, pero uno de esos del Capitán Alatriste (no me acuerdo ni cómo se titulaba) me dio hasta nauseas. Arggg. Pobrecito, ¿cómo has podido leértelos todos?

Un abrazo, Alberto.