El PSOE exhibe su división

Los partidos políticos no tienen que ser sectas ni espacios de pensamiento único. En España estamos mal acostumbrados, calificando cada discrepancia en el seno de un partido de división atroz, de guerra interna. Y es bueno que haya opiniones distintas en los partidos. El problema es cuando esas diferencias llegan a niveles desaforados y cuando, más que discrepancias ideológicas o estratégicas, son pura batalla por el poder. Y es lo que sucede ahora en el PSOE. Los tres candidatos a la secretaría general del centenario partido, Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez, volvieron al lugar del crimen, a la sala de Ferraz, la sede del partido, donde se derrocó a Sánchez para permitir la abstención en la investidura de Rajoy en el Congreso. Y exhibieron la división del partido y la puritita lucha por el poder entre la presidenta andaluza y el exsecretario genral del PSOE, con Patxi López como mediador, intentando unir, mostrándose como el más moderado y el más consciente de lo que se juega su partido el próximo domingo, cuando se celebran las primarias. 


El rencor y el resentimiento, además del ansia de poder, guían a Díaz y a Sánchez. A los dos. Sin duda, aciertan quienes critican al exsecretario general del PSOE por aferrarse al poder, por volver una y otra vez a intentar liderar el partido cuando viene de conseguir los dos peores resultados de la historia de los socialistas en España. Tienen razón cuando le echan en cara sus vaivenes en muchos aspectos. El encaje de Cataluña en el resto de España, por ejemplo. Patxi López cuestionó ayer a Sánchez sobre el significado de nación. Con este asunto, como con tantos otros, Sánchez ha variado mucho de opinión. También en su relación con Podemos, que en función del momento ha sido para el exsecretario general del PSOE un posible aliado político o un peligroso nido de extremistas. 

Sin duda, Sánchez parece guiado por el rencor ante el derrocamiento que le apartó de la secretaría general del partido. Pero eso no significa que sea el único que arrastre el rencor. Cuesta creer, por ejemplo, que el desprecio manifiesto de Susana Díaz por Podemos no esté relacionado con la negativa del partido morado a dejarla gobernar en Andalucía. Y en las formas contundentes con las que se dirigió Díaz a Sánchez da la impresión de que hay, además de desprecio, sorpresa, como de quien se enfrenta a un fantasma, a alguien que creía muerto, es más, que creía haber matado ella misma. Díaz y la vieja guardia del PSOE pensaban realmente que Sánchez estaba desactivado, tras el sangriento sainete de octubre, pero ahora ven que no es así. 

Es más, lo que la vieja guardia esperaba que fuera la desactivación de Sánchez ha terminado dándole una tercera vida, porque le escribieron el relato de líder de la militancia apartado por los altos mandos del partido porque era un obstáculo para permitir gobernar al PP. No es que se quitaran de en medio a Sánchez, es que le dieron renovadas fuerzas. Las formas de aquel derrocamiento fueron lamentables, empezando por el mensaje de Felipe González en la SER, dando comienzo a la rebelión contra el líder elegido por los militantes socialistas. No acabaron con Sánchez, le impulsaron. Y le hicieron la campaña con ese mensaje, difícil de rebatir, por otro lado. Es cierto que quienes derrocaron a Sánchez defendían que el PSOE se abstuviera en el Congreso en la investidura de Rajoy y eso es difícil de digerir por los militantes y votantes socialistas. Sobre todo, ahora que, con la negociación de los presupuestos se está demostrando que igual no era tan necesario que los socialistas se abstuvieran para que Rajoy formara gobierno y España no cayera en una parálisis. 

Sánchez dijo siempre cuál era su postura sobre la investidura de Rajoy ("no es no"). Sin embargo, Díaz y quienes están detrás de su candidatura, la mayoría de los barones y la vieja guardia, lo dijeron tarde y con la boca pequeña. Y esa falta de claridad penaliza a Díaz. La presidenta andaluza piensa, no sé en base a qué, que ella tiene más expectativas electorales que Sánchez. No es lo que dicen las encuestas. Pero, en cualquier caso, parece claro que Díaz y quienes defendieron el derrocamiento de Sánchez callaron sobre su verdadera posición en la votación de investidura de Rajoy hasta el final. Además, cuesta creer que se presenten como renovadores cuando Díaz lidera el PSOE andaluz, uno de los que más sospechas de corrupción tiene alrededor, y cuando detrás de ella está toda la vieja guardia del partido. 

Pero Pedro Sánchez, claro, tiene en su contra la evidencia de los pésimos resultados cosechados en las últimas elecciones. No es sólo responsabilidad suya, por supuesto. Sería de una ceguera absoluta pensar que la culpa del estado lamentable del PSOE es de su último líder, y no de la fractura que se produjo entre el partido y sus votantes en la segunda legislatura de Zapatero. Pero Sánchez era el líder del PSOE en las dos últimas elecciones y cosechó los peores resultados de su historia. Pensar que eso no le inhabilita para volver a liderar a los socialistas es de una arrogancia considerable

Patxi López fue, de largo, el más moderado y sensato del debate de ayer, pero lamentablemente parece que será, también de largo, el candidato menos votado en las primarias del domingo. El exlehendakari es el único que parece preocupado por la unidad del partido y el único que parece capaz de conseguirla, porque es respetado por ambas partes. Pero en un escenario tan polarizado como este, lleva todas las de perder. Y es dramático para el PSOE, porque cuesta mucho imaginar a los simpatizantes de Díaz aceptando a Pedro Sánchez ("no mientas, cariño") como su secretario general, igual que se antoja complicado que los defensores del exsecretario general apoyen a la presidenta andaluza. Tal y como están los partidos socialistas en los principales partidos de Europa, da la sensación de que los dos candidatos con más opciones de liderar el PSOE desde el próximo domingo no son conscientes de la gravedad de la situación del partido hegemónico de la izquierda española desde que se reinstauró la democracia. Podemos y el PP, mientras, dan palmas con las orejas. 

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