Siria enfrenta a Rusia y Estados Unidos

El secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, se reúne hoy en Moscú con el ministerio de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, en medio de un clima de tensión creciente entre los dos países por la respuesta de Estados Unidos al ataque con armas químicas a su propio pueblo de Bashar Al Assad, el dictador sirio al que Rusia apoya en sus atrocidades desde el comienzo de la guerra. La Administración Trump decidió, para sorpresa de todos, atacar una base militar del régimen sirio, lo que causó enfado en Rusia y el apoyo generalizado de la mayoría de la comunidad internacional, que vino a decir que alguien tenía que hacerlo, que se debía responder a las salvajadas de Al Assad. 


El ataque obliga a reconsiderar la política exterior de Donald Trump, quien se hartó de repetir en campaña que lo que ocurra fuera de Estados Unidos es algo que a él ni le va ni le viene. Sin embargo, actuó. Fue una respuesta proporcionada y equilibrada, por mucho que haya una parte de la opinión pública que considere que las únicas bombas que matan son las de EEUU. Pareciera como si alguien se acabara de enterar de que hay una guerra en Siria que desangra el país desde hace seis años. Trump no descarta nuevos bombardeos contra intereses del tirano Al Assad, a quien Estados Unidos quiere ver fuera del gobierno. 

Lo incómodo es que Trump sigue siendo el mismo patán, fanfarrón y racista de siempre. Pero es él quien ha hecho algo a lo que Barack Obama se comprometió, pero que después incumplió. Obama dijo que el empleo de armas químicas contra la población civil siria era una línea roja que le imponía a Al Assad. En caso de que el dictador decidido a exterminar a su pueblo con tal de seguir en el poder utilizara este tipo de armamento, dijo reiteradamente el expresidente estadounidense, habría respuesta. Pero Al Assad usó esas armas contra su pueblo en 2013 y Estados Unidos no hizo nada. Bueno, sí, toleró un paripé auspiciado por Rusia en el que, supuestamente, el régimen sirio se desharía de todas sus armas químicas. Obviamente, Rusia no era un juez imparcial en las labores de supervisión de este desarme y, como demuestran los hechos, Al Assad no se desarmó, pues ha seguido bombardeando a sus propios conciudadanos con este tipo de armamento. 

Lamentábamos aquí la semana pasada la impunidad del dictador sirio, cómo cometía atrocidades salvajes a diario sin que nadie hiciera nada para evitarlo. Por eso, aunque es evidente que la acción lanzada por Trump no resolverá nada, como también lo es que no debería haber sido un ataque unilateral, es difícil criticarla. Se le puede reprochar a Trump, y se debe hacerlo, por supuesto, que ataque al dictador sirio para intentar detener su delirio criminal, pero a la vez cierra las fronteras de Estados Unidos a quienes huyen de esas atrocidades. Es incoherente que el presidente estadounidense actúe contra el tirano pero luego contribuya a un discurso del odio a los refugiados que escapan de los crímenes de Al Assad. 

En el caso de Rusia, la reacción al ataque estadounidense fue hilarante, si no fuera porque hablamos de un asunto tan serio. Dijo Rusia, ¡Rusia!, que el bombardeo de EEUU a una base militar del dictador sirio un ataque a un gobierno legítimo. Que sea el país de Vladimir Putin, que se anexionó Crimea porque le dio la real gana, el que venga a dar lecciones sobre el respeto a los países soberanos es una broma de mal gusto. También chirría que Rusia critique a Estados Unidos por intervenir en conflictos exteriores, cuando lleva años colaborando con los crímenes del dictador sirio, al tiempo que bloquea en el Consejo de Seguridad de la ONU cualquier resolución de condena contra Al Assad. Rusia tiene las manos manchadas de sangre en Siria. Esto no convierte en salvador el ataque de Estados Unidos, ni desde luego puede conducir a una lectura simplista de buenos y malos. Pero es una evidencia. Rusia colabora con las masacres perpetradas por el régimen sirio, por puro interés geoestratégico. 

El conflicto en Siria es endiablado, entre otras cosas, porque la inacción de la comunidad internacional en estos seis últimos años ha provocado que lleguen al país grupos radicales próximos al Daesh, que pervierten la lucha por la libertad de los civiles sirios. Se ha llegado a un punto dramático en el que el tirano Al Assad, el que extermina a su pueblo, se presenta como el gran luchador contra el autodenominado Estado Islámico. Y lo dramático es que, en ciertas zonas de Siria, debilitar al dictador es beneficiar a los terroristas. Pero, naturalmente, esto no puede llevar a defender a un dictador que es el responsable máximo de que su país lleve seis años desangrándose

Tampoco conviene hacer lecturas sesgadas de lo que ocurre en Siria. Si se condena la acción externa de Estados Unidos, muy puntual, se deberá criticar igual, digo yo, la ayuda militar que Rusia lleva años prestando al régimen de Al Assad, del mismo modo que se deberá hablar del apoyo de Irán y la milicia Hezbolá al régimen del tirano. Los rebeldes, mientras, reciben el apoyo de Arabia Saudí y otros actores suníes, pues la contienda en Siria encierra también el ancestral enfrentamiento entre chiíes y suníes del mundo musulmán. Es una guerra tremendamente compleja y sin solución sencilla. Pero, desde luego, la solución no es mantener en el poder a un dictador causante de miles de muertes. 

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