Nieve negra

Nieve negra, de Martín Hodara, no es una mala película, pero sí es el ejemplo perfecto de filme que no alcanza el nivel al que podría hacer llegado. Con esos mimbres, jugando con el pasado, con el misterio, con los secretos que devoran a quien los guarda y que dañan a quienes le rodean, la película podría haber ofrecido mucho más de lo que aporta. Lo que podría haber sido una historia apasionante se queda en una trama interesante y ágil, sí, pero poco más. 

Reconozco que fui a ver la película (en los cines Príncipe de San Sebastián, que me encantaron,  por cierto), sólo por su protagonista. Acudo al cine siempre atraído por el director, por la trama o por ambas, nunca por los intérpretes. Nunca salvo cuando el protagonista es Ricardo Darín. El actor, presente en varias de las mejores películas del cine argentino contemporáneo, da vida en el filme a Sebastián, un hombre huraño que vive aislado en la Patagonia, en la antigua cabaña de la familia. Solo, totalmente solo, rodeado de nieve y lobos, en condiciones muy duras. Es un personaje callado, de los que menos palabras pronuncian de la filmografía de Darín. Y él, como siempre, lo borda. Pocos actores tienen tal capacidad de llenar de verdad a cualquier personaje, de convertirse por completo en el papel que interpreta. Se funde aquí en Sebastián, callado y doliente, apartado del mundo y descreído. 


Una terrible historia del pasado, la trágica muerte de su hermano menor, alejó al personaje de Darín de la sociedad en general y de su familia en particular. Él caza para comer, se mantiene en su cabaña, como un ermitaño. Tiene fama de iracundo y peligroso. Todo cambia cuando su hermano Marcos (un notable Leonardo Sbaraglia) y su cuñada Laura (una Laia Costa siempre con un punto por debajo de intensidad y algo más de candidez de lo que requería su personaje) le visitan. Por temas de dinero. Por herencias. Porque la vida de Sebastián en esa cabaña y en la extensión que la rodea, propiedad de la familia, es un obstáculo para una lucrativa operación de venta. 

Marcos necesita el visto bueno de Sebastián, que no está dispuesto a abandonar su tierra, el lugar donde creció, donde vive desde que nació y donde ocurrió aquella luctuosa desgracia familiar que marcó su vida. Según se desarrolla el filme, que dura algo menos de hora y media, el espectador va respondiendo preguntas. Hay constantes flashback, un recurso que no me agrada porque en ocasiones se abusa de él. Aquí es probablemente excesivo, pero no es lo que le resta convicción a la película. Es más bien que algo falta en todo momento. Verdad. Intensidad. Calor. Sin ánimo de hacer un chiste fácil, porque la película está rodada en un escenario repleto de nieve, su principal problema es que deja frío al espectador, que no consigue transmitir lo que debería una historia tan dramática, con la muerte de un hermano joven, la presencia de un decreto doloroso y el recuerdo de un padre exigente, violento y sin empatía alguna. 

Es más, no es sólo que los flashback no aporten o estorben, es que en Nieve negra ofrecen algunas de las escenas más contundentes del filme. La resolución del gran misterio que sólo se conoce al final llega de forma demasiado casual, un defecto que me molesta especialmente, pero queda compensado, en parte, por la forma lírica y muy expresiva en la que el espectador descubre la verdad junto al personaje de Laura. El hecho de que haya una escena final que termina descubriendo el misterio hace que el espectador reconstruya la película de atrás hacia adelante, que empiece a rastrear en los planes pasados guiños que anticipaban este final, lo cual siempre es una virtud porque garantiza que el filme perdurará más tiempo en el recuerdo. Más allá de que esta película quede por debajo de lo que podría hacer ofrecido y de que, por supuesto, palidece por completo en la comparación con El secreto de sus ojos, colosal filme argentino con el que resulta difícil no comparar cintas que parecen beber de aquella perturbadora y apasionante historia, más allá de todo esto, digo, Nieve negra es una película buena, sin alardes, cuya historia debería conmover más de lo que lo hace, pero que se ve con mucha agilidad y cuyo final es impactante.

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