Más Barcelona


La razón principal para mi último viaje a Barcelona, si es que hace falta algún motivo para visitar la ciudad, era la fiesta de Sant Jordi, que disfruté al máximo el domingo. Pero estos cuatro días también hice más cosas. Recorrí las calles de la ciudad condal, tan bien hecha, donde tan fácil se orienta uno, donde no deja de maravillarse por su arquitectura. También visité algunos museos, fui al cine, paseé... Por partes. Empecemos por el principio. El viernes, nada más llegar, di un primer paseo por la Plaza de Cataluña y por la Rambla, que serían el domingo el epicentro de la fiesta de los libros y las rosas. Bajé hasta la imponente escultura de Colón y regresé por una calle paralela a La Rambla. Pasee por primera vez por El Raval y topé con el antiguo hospital de Santa Creu, donde ahora está la Biblioteca de Cataluña y también hay varios centros educativos culturales. Dos tableros de ajedrez gigantes, bancos, terrazas, árboles y un ambiente encantador. 


Antiguo hospital de Santa Creu. 
Como he comprado entradas para Stefan Zweig, adiós a Europa, en los cines Renoir Floridablanca, sigo paseando por El Raval. Me encuentro con el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, el MACBA, un bello edificio blanco y con cristaleras, en una plaza amplia donde hay muchas personas haciendo skate. Me siento en una terraza, hace un tiempo excepcional, y como una hamburguesa riquísima. Leo un rato. Camino después hacia los cines, de la misma empresa de los Princesa de Madrid, mi sala de referencia. Antes de llegar me da tiempo a encontrarme con la librería Sons of Gutenberg, "un altavoz cultural de la escena independiente barcelonesa", un espacio muy interesante. 

Veo la película de Stefan Zweig, de la que haré una crítica los próximos días. Me encanta. No sé distinguir bien si es la propia historia del escritor o cómo está abordada, pero sin duda es una película muy necesaria en los tiempos que corren, porque quien no conoce el pasado está condenado a repetirlo y por la debilidad  actual de la idea de Europa, en la que tanto creyó Zweig. Me marco como objetivo para Sant Jordi comprar El mundo de ayer, la biografía del escritor austriaco. Me lo encuentro por la tarde en La Central, pero resisto la tentación para comprármelo el Día del Libro. Entro también en Abacus, otra gran librería, donde me encanta ver tanta actividad compradora, de personas adelantando sus compras por Sant Jordi. 

Marino Saiz y Sergio Delgado en la Sala Fizz. 
Camino hasta la sala Fizz, donde hay concierto de Marino Saiz. Por pura casualidad, consulté unas semanas antes del viaje a Barcelona el calendario de su gira y coincidió que el viernes actuaba en la ciudad condal. Por supuesto, tras disfrutar tanto de su música hace un mes en Libertad 8, acudo al concierto. Disfrutó con su violín,  con su emotivo recuerdo a Andrés Lewin, cantautor fallecido en 2016, con su verdad en el escenario, con las letras de sus canciones ("tú me dices que te espere donde siempre, y no quiero despertarme por si ya no vuelvo a verte") y con su sentido del humor. "Barcelona está llena de gente. Es fin de semana de Sant Jordi y hay concierto de Marino Saiz. Se ha juntado un poco todo", dice. Saiz, acompañado en el escenario por Sergio Delgado, Sed, a quien deja el escenario en un momento del concierto para que interprete Regaliz, un bello tema sobre amor ("como aquel día de enero, que parecía septiembre, no nos quedaba dinero, tú con un poco de fiebre y yo, amargo como un regaliz, tan derretido en tu boca, tan lejos ya del aprendiz, ese que aún se equivoca"). Mucha pasión y verdad en la Sala Fizz. Mucho arte. Mucha magia. 

Parque de la Ciudadela. 
Empiezo el sábado, aún con el recuerdo del concierto, reviviéndolo a través de los vídeos en el móvil (esos que me harán estar todo el fin de semana sufriendo con la capacidad del móvil para hacer fotos, muy escaso de espacio, pero vale la pena). Tengo previsto pasar la tarde en la Plaza de España, para visitar el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), en ese imponente palacio inaugurado en 1929 para acoger la Exposición Internacional de ese año, que es uno de los monumentos más asombrosos de Barcelona. Después, quiero ver el espectáculo de la Fuente Mágica de Montjuic. 

Recuerdo de los refugiados muertos en el mar. 
Desayuno en la terraza de Trole (restaurante que, un par de días después, leo mencionado en Las defensas, excelente novela que me dejó una amiga y que terminaré en este viaje), frente al Arco del Triunfo. Paseo por el parque de la Ciudadela,  el que acogió la Exposición Universal de Barcelona de 1888, radiante, con un sol espléndido. Por muchas veces que la vea no dejará de sorprenderme su Cascada, de cuyo diseño hidráulico se encargó Antonio Gaudí. Paso también frente al Parlament catalán y bajó hacia el mar, caminando por las distintas playas hacia la Barceloneta. Allí encuentro una instalación sencilla, pero conmovedora, que lleva el recuento de las personas desaparecidas en el Mediterráneo ante la indiferencia generalizada en Europa por el drama de los refugiados. En la foto falta una cifra. No son 942, sino 5.942 (al otro lado, el marcador da el dato correcto, igual que en esta parte del panel pasados unos segundos). 

"No conocemos sus nombres ni su historia personal, pero sí cuántas son. Queremos contarlas para rendirles homenaje y porque no las podemos olvidar. Barcelona no se cansará de exigir un pasaje legal y seguro de llegada a Europa y un cambio de rumbo de las políticas de asilo. Somos y seremos ciudad refugio", se lee. Un mensaje poco habitual y muy necesario

Palacio que acoge el MNAC, en Plaza de España. 
Por la tarde visitó el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Es colosal su belleza, con las fuentes guiando al caminante hacia la entrada del espectacular palacio. Desde allí arriba se encuentra una de las vistas más impresionantes de Barcelona (la panorámica que abre este artículo). De la pinacoteca, que tiene entrada libre a partir de las 15 horas, por cierto, destaca su colección apabullante de arte románico, en la planta baja. En la planta primera hay muchos otros estilos, más modernos, con obras de El Greco o Goya, entre otros. Sobresale la colección privada del político Francesc Cambó

"Los primeros fríos", de Miquel Blay. 
Hay representaciones artísticas de muchos estilos diferentes en el museo, como la parte final, dedicada al arte y la Guerra Civil española, con varios carteles propagandísticos de aquella contienda, o diversas obras vangurdistas previas. Si me tengo que quedar con una obra elijo Los primeros fríos, impresionante escultura de Miquel Blay. El año pasado, justo por estas mismas fechas, disfruté de esta obra en una exposición dedicada al escultor catalán en el Museo del Prado. Cada gesto, cada músculo, cada detalle está perfectamente representado por Blay en esta obra fascinante. 

La Sagrada Familia. 
El museo cierra a las seis y quince minutos antes se avisa por megafonía de que hay que ir marchándose. Me quedo sin tiempo de ver las exposiciones temporales. Doy un paseo por la zona y cojo sitio en las escaleras para ver el espectáculo de luz, agua, música y color de La Fuente Mágica de Montjuic. Antes de empezar, un grupo de jóvenes ofrecen un divertido show de break dance. Justo antes de que comience aparece una moto de policía y el público abuchea, pero los jóvenes dejan claro por sus gestos que no hay problema, que tienen permiso (no sé si oficial o tácito). El caso es que la policía pasa de largo y empieza su show. No actúan por dinero, dicen, sino por amor. Pero pasan la gorra y se llevan unas cuantas monedas. Son alucinantes sus saltos y bailes. Empieza el verdadero espectáculo que nos tiene allí concentrados, tras estos habilidosos teloneros. Asombra la cantidad inmensa de combinaciones posibles de las fuentes. Una maravilla. 

Ceno y me voy a la cama relativamente pronto para vivir intensamente el gran día de Sant Jordi, el domingo. Me despierto pronto y salgo a recorrer las calles, embriagado entre rosas y libros, como conté ayer. Compro El mundo de ayer, de Stefan Sweiz, en La Central del Raval, además de otros cuantos libros, como el último de Jaume Cabre, autor de la portentosa Yo confieso. Misión cumplida. Aún queda un último día en Barcelona. Desayuno en el parque de la Ciudadela y subo andando hasta la Sagrada Familia, de Gaudí a la que no rendí visita la última vez. Fascina siempre como la primera vez. Doy un último paseo por la ciudad condal, despidiéndome de ella hasta la próxima. 

El día anterior vi en los Cines Comedia, en el Paseo de Gracia, que sigue en cartelera El hijo de Jean, película francesa que ya casi daba por perdida. Veo la película en la sesión de las cuatro y diez. Salgo del cine convencido de que el filme me habría gustado mucho más si lo hubiera visto en versión original, pero valorando las cualidades de la cinta, que con tanta sutileza aborda un tema complejo. Habla de la paternidad el filme, igual que Madre sólo hay una, dura película brasileña que veo en el AVE de vuelta a Madrid (y que no me gusta tanto como aquella) y en aquel filme algunos de los protagonistas son médicos, igual que en Las defensas, novela que termino en el tren, rendido al talento narrativo de Gabi Martínez. A veces surgen estas inesperadas conexiones entre películas y libros. La vida. Me despido de Barcelona hasta la próxima que será, como tarde, hasta el 23 de abril de 2018. 

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