El hijo de Jean

La paternidad es uno de los temas que  con más frecuencia ha abordado el cine, razón por la cual no es fácil ofrecer una visión original sobre el mismo. Quizá sea exagerado afirmar que El hijo de Jean, una adaptación al cine de la novela Si ce livre pouvait me rapprocher de toi, de Jean-Paul Dubois, dirigida por Philippe Lioret, consigue ese propósito, pero sí es una aproximación interesante y conmovedora a la paternidad, de las que plantean preguntas al espectador.


Además, la historia fluye sin excesos narrativos, no cae presa de la trascendencia del drama narrado. Se agradece su sutileza, que no remarque excesivamente el torbellino emocional que agita a los personajes y que dosifique la información hasta un desenlace inesperado y lleno de ternura. La película comienza con una llamada que trastoca la vida de Mathieu (impecablemente interpretado por Pierre Deladonchamps). Al otro lado del teléfono, alguien que dice ser amigo de su padre y que le comunica su muerte. 

Mathieu nunca conoció a su progenitor, pero esa llamada le remueve tanto como coger un avión desde París, donde vive, hasta Montreal (Canadá), donde residía su padre y el amigo de este que se ha puesto en contacto con él. En la llamada, éste sólo requería la dirección del protagonista, para enviarle un paquete que le dejó su padre, pero Mathieu decide ir a Canadá al saber que tiene dos hermanos a quienes no conoce y que tampoco saben nada de su existencia. No parece que la vida del protagonista esté vacía. Tiene un hijo, mantiene una relación amistosa con su ex, parece razonablemente a gusto en su trabajo. Pero esta llamada le empuja a explorar el pasado, a acercarse a la figura paterna, ausente durante toda su vida. 

La madre de Mathieu le contó que su padre no significó nada para ella, que fue sólo una aventura, un devaneo fugaz. Cuando llega a Canadá, el protagonista busca respuestas, acribillando a preguntas al amigo de su padre, quien le intenta persuadir para que no se acerque a los hijos de su padre, sus hermanos, que viven traumatizados por la desaparición de éste. Desaparición, sí, porque el cuerpo de su padre no apareció, sólo su barca vacía en mitad de un lago donde fue a pescar. La búsqueda del cadáver de Jean se entremezcla con el empeño de su hijo por reconstruir su historia, por saber quién era su padre y qué vida llevaba, cómo son sus hermanos

La mirada inocente de Mathieu, respetuoso siempre con todo lo que encuentra en Canadá, comprensivo a pesar de lo doloroso que resulta comprobar que su padre, del que nunca supo nada, llevaba una vida feliz ajeno totalmente a él. Va escarbando en el pasado de su progenitor, en el encuentro que éste mantuvo con su madre, en la reacción que tuvo al saber que fruto de esa relación iba a nacer un niño. De la mano del amigo de su padre, Mathieu descubre la verdad, incluido un giro de guión en la parte final de la historia que eleva la película a otro nivel, un final muy conmovedor y sutil, muy elegante, muy tierno

La película, además de ser una aproximación sugerente a la paternidad, a la identidad, al pasado, a la necesidad de saber de dónde venimos, a la curiosidad sobre nuestros orígenes, es una cinta delicada y una oda a la comprensión. La película no juzga a ninguno de los protagonistas y si algo propone es una visión comprensiva hacia todos los personajes, cada uno con sus equivocaciones, sus miserias, sus dramas y sus carencias a cuestas. También tiene el filme, que avanza a ritmo pausado, recreándose en el viaje físico y espiritual de Mathieu, destellos de gran belleza, como cuando el amigo de su padre le describe el encuentro entre Jean y la madre de aquel, en un congreso de médicos, en París. "La miraba como si hubiera descubierto el mundo", le cuenta. Y es difícil explicar con menos palabras la pasión. Una película, en fin, notable y sutil que, por desgracia, no pude ver en versión original (pero esta es otra historia). 

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