ETA se desarma

ETA anunció ayer que se desarmará por completo y de forma unilateral antes del próximo 8 de abril. El socialista vasco Jesús Eguiguren, probablemente uno de los políticos más informados de la lucha contra la banda criminal, uno de los más comprometidos en su final y, también, uno de los más injustamente atacados por propios y extraños, dijo una vez que el final de ETA sería como la nieve cuando se derrite. No habría, anticipó, un día clave, una jornada en la que todo terminó. Sería más bien un final progresivo, de tal forma que resultaría imposible saber el momento preciso en el que acabó la pesadilla, en el que se derritió la nieve. Pasado el tiempo, tiene razón. Hay fechas clave, claro, y esta del 8 de abril y la de ayer, cuando se hizo el anunció, lo serán. Igual que el 20 de octubre de 2011, cuando la banda asesina anunció el cese de su actividad criminal. Pero el final de la banda ha sido, en efecto, progresivo. Y resulta increíble que en tan poco tiempo los pistoleros hayan pasado a formar parte del pasado, un pasado que todo el mundo asume en Euskadi y en el resto de España que jamás volverá


La de ayer es una noticia extraordinaria, sobre todo, por cómo se produce. No se le ha concedido a ETA la oportunidad de colgarse ninguna medalla, no ha habido ningún tipo de cesión. Es una entrega unilateral de las armas. Hasta el último momento intentó la banda su última cuota de protagonismo, su último acto de propaganda, pero nadie le hizo caso. Y ahora decide entregar sus armas. Faltará sólo la disolución definitiva del grupo asesino y, por supuesto, todas las responsabilidades penales de sus crímenes, muchos de ellos aún no esclarecidos. Pero ETA, disuelta oficialmente o no, está muerta. Derrotada por la sociedad civil y sin ningún rédito de su historial criminal, que tanta muerte y sufrimiento ha dejado tras de sí. 

El nuevo tiempo abierto en Euskadi tras el cese definitivo de la actividad asesina de ETA tiene aún muchos retos por delante. El más relevante, sin duda, es el que se refiere al relato del pasado. No pueden los asesinos, ni quienes vivieron cómodamente bajo su amparo, apropiarse del relato. Lo ocurrido las últimas décadas en el País Vasco es que una banda asesina que se declaraba libertadora de su pueblo se convirtió en su máximo opresor. Un grupo de asesinos empleó la violencia contra quienes no pensaban como ellos. Hubo también quienes se pusieron de perfil, quienes no apretaron el gatillo, pero sí señalaron a las víctimas, callaron con cobardía moral ante los atentados. Y también hubo, y para una justicia plena y un futuro en común es igualmente necesario reconocerlo y resarcir en la medida de lo posible el daño causado, excesos policiales inadmisibles. Hubo guerra sucia contra el terrorismo. Por eso no se entiende bien que el Constitucional avale que las familias de Lasa y Zabala, víctimas del terrorismo de Estado, no reciban indemnizaciones, como las víctimas que, sin duda, son. 

No se trata de caer en la equidistancia cobarde. La historia está clara: un grupo de asesinos y un Estado de derecho, unos pistoleros que asesinaron a quienes tenían ideas diferentes. Muchas muertes, todas ellas injustas, todas de personas inocentes, todas odiosas, todas inadmisibles. Hubo, de un lado, una banda mafiosa que extorsionó, secuestró y asesinó a sangre fría; y de otro, una sociedad amenazada sólo por tener otras ideas políticas, sólo por no compartir sus planteamientos, sólo por ser diferentes. Y para un futuro común, que sin duda tendrán que construir, no puede ser de otro modo, votantes del PP y de la izquierda abertzale de la mano, unos y otros, todas las sensibilidades presentes en Euskadi, es necesario que todos compartan un relato común, aunque sea de mínimos, sobre estas últimas décadas. Y ahí, de nuevo, la equidistancia no sirve. No fue el PP, ni el PSE ni el PNV quienes no condenaron los atentados de ETA. Fue la izquierda abertzale que, naturalmente, ahora participa en las elecciones, pues en democracia se pueden defender todas las ideas, pero jamás recurrir a la violencia. Y, aunque se han dado pasos adelante, con miembros de Bildu presentes en actos de homenaje a las víctimas, aún queda camino por recorrer

Euskadi, y el resto de España de la mano, se ha adaptado con rapidez al tiempo nuevo sin ETA, sin el terror en las calles, sin la amenaza de una banda criminal. No es de extrañar. Es el alivio propio de quien se libera de un peso insoportable que estrechaba horizontes y constreñía vidas enteras. Se corre el riesgo de olvidar el pasado, de no recordar lo ocurrido, de dejar a un lado a quienes sufrieron, a las víctimas, sólo porque recuerdan a un pasado que se quiere olvidar. Y jamás puede ocurrir que las víctimas incomoden. Tampoco puede ocurrir, y ha ocurrido, que se politice el sufrimiento de nadie. Lo más repugnante que puede hacerse con la tarea conjunta que tienen todos los vascos por delante, la reconstrucción de una sociedad, la cicatrización de una herida inmensa, es politizarla, poner palos en las ruedas, no ayudar a ese futuro esperanzador tras décadas de sufrimiento y muertes. 

Es importante no olvidar, por supuesto. Y en esa labor es vital que existan obras como Patria, la monumental novela de Fernando Aramburu. Y es importante mirar hacia adelante, sin abandonar a quienes demasiado tiempo estuvieron abandonados, a quienes tanto sufrieron, en tanta soledad. A los políticos les tocará normalizar lo que a nivel de calle, parafraseando a Suárez, empieza a ser normal. Les tocará ayudar a construir ese futuro esperanzador y en paz que se merece Euskadi, que lleva años aprendiendo a labrar y empezando a vivir. Con una banda disuelta de facto no sería descabellado, por ejemplo, que se eliminará la dispersión de presos, una medida extraordinaria que tuvo sentido con la banda asesina activa, y que ahora causa sufrimiento a los familiares de los terroristas. Sin duda, es imprescindible que la izquierda abertzale pida perdón por su papel en el pasado. Como lo es reconocer la labor de tantos responsables políticos, de distintos partidos y en distintas épocas, que con la mejor de las voluntades, y no siempre con la comprensión ni la lealtad de los partidos de la oposición (fue obscena la campaña del PP contra Zapatero por este tema), intentaron llegar a un final dialogado de la violencia

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