Falcó

Peripecias trepidantes que transcurren en los márgenes de la historia, personajes que se guían más por lealtades que por palabras gruesas como patria, mundos que se derrumban, exhaustiva recreación de tiempos pasados con un trabajo de documentación que se aprecia en cada detalle, diálogos escuetos, precisos, como los del cine clásico, tramas que avanzan con excelente pulso narrativo, tipos de vuelta de todo, pero siempre con códigos morales mínimos, secretos, espías, duelos, aventuras amorosas, una determinada forma de ver el mundo muy marcada... Falcó, la última novela de Arturo Pérez-Reverte, incluye todos estos componentes, igual que los anteriores trabajos del académico. Cambios los personajes y los escenarios, pero sigue esa voz propia de Pérez-Reverte, las mismas motivaciones, el mismo estilo. 

En Falcó, ambientada en plena Guerra Civil española, Pérez-Reverte encuentra un Diego Alatriste del siglo XX, sólo que más cínico, totalmente amoral. Un tipo infame al que sólo le preocupa él mismo y su bolsillo, o casi. Alguien que observa con escepticismo el apasionamiento de unos y otros, el idealismo de quienes se aferran al comunismo o el anarquismo como tablas de salvación de la humanidad, el de quienes quedan fascinados por los falangistas. Indiferencia absoluta ante las guerras de poder en ambos bancos. Lorenzo Falcó es un profesional de los asuntos turbios, de las malas compañías, de los trabajos sucios. Él tiene claro, como se lee en un fragmento de la novela, que la España del 36 parece dividida en dos bandos, nacionales y republicanos, pero el mundo de Falcó se separa entre él y todos los demás. 


Es un tipo cínico, sin escrúpulos de ninguna clase. Trabaja para los nacionales, pero sólo por casualidades de la historia. Podría estar haciendo trabajos similares para el otro bando sin plantearse nada, sin creer en nada. Le encargan colaborar en una misión para liberar a Primo de Rivera, ideólogo de la Falange. Y él acude. Pasa de la apocada y gris Salamanca controlada por el bando nacional a la caótica Alicante republicana. Con su mirada irónica, desapasionada, que no juzga a nadie, ni muchos menos apoya ni comprende a ninguno de sus compatriotas, Falcó comanda la operación, donde se encontrará con los hermanos Montero y Eva Rengel, falangistas. 

El mundo que recrea Pérez-Reverte en su última novela es tan pérez-revertiano que no extraña que el autor haya decidido continuar la obra con una serie de novelas, como ya hizo con Alatriste y el siglo de oro. Coincidencias hay varias entre ambos personajes. Es cierto que Diego Alatriste tiene unos principios más claros que Falcó. Pero ambos están desencantados con el mundo. Los dos viven en un tiempo de cambios. El primero, en un imperio decadente, echado a perder por la inoperancia y codicia de sus gobernantes. El segundo, en los años 30, en una guerra española que sería preludio y ensayo de la gran contienda mundial que llegaría sólo tres años después. Los dos, Alatriste y Falcó, sobreviven con trabajos sucios. La diferencia es que Alatriste fue soldado español en Flandes y ahora se ve obligado a sobrevivir así aceptando toda clase de encargos, mientras que se diría que la vocación de Falcó fue siempre ser lo que es: traficante de armas, espía, asesino a sueldo. Lo que se tercie.  

Lo más destacable de la novela, además del habitual buen oficio de Pérez-Reverte para contar historias atractivas, es el contraste entre el resto de personajes de la obra, que cree cada cual en sus ideas, en sus principios, y el cinismo de Falcó, muy lejos de tener unas ideas políticas o las contrarias, tan escéptico con los proyectos para España de unos y otros, riéndose a carcajadas de la solemnidad y la grisura del bando nacional y haciendo exactamente lo mismo de la división y el caos imperante en el bando republicano. Deja caer alguna reflexión Falcó. Sobre las guerras de poder en cada bando. Sobre el devenir de la contienda. Sobre la absoluta indiferencia que le despierta el idealismo de rojos y azules. Como si viviera en otra esfera, en otro mundo. Él no cree en nada más que en la supervivencia, en vivir la vida al límite, pensando en sí mismo antes que en nadie. 

Y sin embargo, de repente, poco a poco, Falcó muestra sus sentimientos. Quizá no llega a enamorarse, pero sí se siente atraído por una mujer. Y hay una sonrisa, la sonrisa de un tipo despreciable, que le empujar a actuar en un momento determinado de la novela. Porque sí tiene ciertos códigos. Le gusta vivir en un mundo y trabajar en un oficio en el que hay una aparente falta de normas. Pero, sobre todo, por esa palabra, aparente. Porque no todo vale. Porque, como ha repetido muchas veces Pérez-Reverte en entrevistas y pone aquí en boca de Lorenzo Falcó, la vida le va quitando mayúsculas a las palabras (patria, nación), pero queda lealtades y algunos principios por los que vale la pena luchar, por los que moverse. 

Así como en la forma de ver el mundo de Falcó son reconocibles muchos aspectos del pensamiento del autor de la novela, tan aficionado a las polémicas, uno quiere desear que Pérez-Reverte no comparta la visión rancia y machista del protagonista de su novela, que habla, por ejemplo, de un instinto primario que le lleva a proteger a las mujeres. O razona que, dada la vestimenta de una mujer, tal vez sea lesbiana. Sí, es el narrador de una novela, una obra de ficción. Y, además, de otra época pasada, felizmente superada. Por supuesto. Que puede ser como sea. Es más, la forma de pensar del autor no tiene nada que ver con la calidad de la novela. Pero en este aspecto, chirrían algunas expresiones del protagonista sobre las mujeres. No creo que Pérez-Reverte sea machista, pese a sus encontronazos con algunas feministas, ni creo que eso sea relevante para sus novelas. Y es verdad que en sus obras hay personajes de mujeres que llevan el peso de la trama. Pero, insisto, la visión de Falcó de las mujeres espanta bastante. Es la propia de aquellos años y la propia de un tipo cínico y sin escrúpulos como el personaje de esta obra. Desde luego, no invalida la novela. Es sólo que incomoda al lector, algo que, por otro lado, nunca es inconveniente en una obra literaria. Uno no puede evitar imaginar a Pérez-Reverte satisfecho con las polémicas que pueden causar las palabras de Falcó, ese personaje literario que promete nuevas aventuras por la España de los años 30. 

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