Resumen cultural del 2016 (III)

Una víctima del terrorismo, que perdió a una amiga y resultó herida en el mismo atentado, decide pasados los años contactar con el responsable de la masacre que cambió su vida. Es el punto de partida de la desgarradora Tierra del fuego, obra de teatro del argentino Mario Diament y dirigida por Claudio Tolcachir que se representó este año en la sala Max Aub del Matadero, uno de los espacios culturales más vivos e interesantes de Madrid. La función está basada en hechos reales, lo que le confiere una trascendencia especial. Pero poco cambiaría la reacción del espectador si no hubiera ni una pizca de realidad en las historias personales relatadas en el escenario. Porque lo trascendente de la obra es que demuestra el poder arrollador del teatro para reflexionar sobre el presente, para aportar miradas diferentes a la realidad. 

La obra reflexiona sobre el conflicto entre Israel y Palestina, huyendo de posiciones sectarias, apostando por la mirada lúcida y la mente abierta, confiando en la inteligencia del espectador. No toma partido. No es un panfleto de unos ni de otros. Más bien, es un canto contra esa concepción del mundo, ese ellos y nosotros tan destructivo. Es una obra honesta e inteligente, en la que entran en juego la memoria, la identidad, el respeto al diferente, el perdón, el rencor, el diálogo. Alicia Borrachero da vida a la mujer que, 20 años después, necesita ver cara a cara al asesino de su amiga. Se enfrenta a la incomprensión de propios y ajenos. Su propio marido, a quien interpreta Tristán Ulloa, pacifista israelí, no concibe esa decisión de su mujer, no lograr entenderla. 


Abdelatif Hwidar da vida al terrorista, que lleva dos décadas en prisión y, en realidad, no es ya la misma persona. "Los dos nos criamos entre mitos y mentiras", escuchamos en un momento de la obra.  "Quizá si seguimos dialogando, por ahí, algún día encontremos una solución. Si nos seguimos matando, no quedará nadie que escuche", retumba en otro instante. Una función que transforma al espectador. 

Similar sobrecogimiento despierta La piedra oscura, obra de Alberto Conejero. En ella, Rafael Rodríguez Rapún, joven estudiante que fue compañero sentimental de Federico García Lorca, está preso en una cárcel de Zaragoza. Un chaval muerto de miedo, Sebastián, le vigila. Víctimas ambos de una época de barbarie, de una guerra fratricida. Los dos jóvenes hablan de sus vidas, superando la desconfianza inicial. La pierda oscura es el nombre de una obra teatral perdida de Lorca, que Rapún quiere preservar, para que lo conozco el mundo, para que se mantenga la voz del genial poeta granadino. 

Las interpretaciones brillantes de Daniel Grao y el joven Nacho Sánchez, el poder de la palabra (lo que no se nombre o se menciona, no existe), la memoria, los remordimientos... No es de extrañar que esta obra regrese de nuevo a los escenarios. Es una obra descomunal. 

También exploran la vida de personas reales otras tres obras de teatro que he disfrutado este año. Sócrates: juicio y muerte de un ciudadano, recrea el final de los días del filósofo griego, su forma de entender el mundo, su serenidad hasta la hora de la muerte, su defensa ardiente del conocimiento. Un inmenso José María Pou se mete en la piel del primer gran pensador de la Grecia clásica. 

Otro personaje histórico del que se han escrito mil y una páginas es Alejandro Magno, el emperador. Este verano, en el faboluso festival de teatro clásico de Mérida, en el inigualable escenario del teatro romano meritense, Félix Gómez dio vida a un emperador de carne y hueso, con sentimientos, arrepentido del dolor causado, con ganas de  volver a casa y descansar, sin caer en la trampa de verse reflejado en ese semidios glorioso que otros pintan, sabedor, al fin, de sus propios remordimientos y de sus debilidades. 

En Reina Juana, un monólogo interpretado sobre Concha Velasco, se plantea una lectura diferente a la histórica de Juana de Castilla, conocida como Juana la loca. Más que una joven perturbada, loca de amor por su esposo, Felipe el hermoso, Juana se presenta como una mujer víctima de la soberbia y las ansias de poder de su padre, su marido y su hijo. Encerrada, abandonada por los suyos, melancólica pero cuerda y serena, Juana recuerda ante su confesor su vida entera, una de las más misteriosas y aún nada esclarecidas (ya nunca lo será del todo) de la historia de España. 

Un tono diferente, pues es una historia contemporánea y con momentos de humor, tiene Invencible, una obra que presenta el contraste entre una pareja de clase alta, culta, refinada, algo pretenciosa, y otra de clase baja, más tosca, menos formada. Esa historia, con toques de humor y otros realmente dramáticos, plantea cómo hay sentimientos que están por encima de las clases sociales, pero también que nos determina el círculo en el que nos movemos, nuestras experiencias y nuestro entorno. De prejuicios y diferencias trata esta obra, en la actúan Maribel Verdú, Pilar Castro, Jorge Bosch y Jorge Calvo

Especial fue Toc, toc, que lleva muchos años en cartel en Madrid, pero vi en un inolvidable viaje a Buenos Aires. Una obra entretenida en la que seis pacientes que esperan cita con un reputado psiquiatra, comparten sus trastornos obsesivos compulsivos. Aborda con respeto y desde el sentido del humor un problema real. Un giro inesperado de guión y unas interpretaciones convincentes hacen de esta obra una función excelente para pasar un buen rato. 

Otra obra que he disfrutado este año es El intérprete, de Asier Etxeandía. Un espectáculo inclasificable y personalísimo en la que el actor, cantante, músico, artista, canta, baila, hace soñar, reír, llorar... Una función basada en su vida, de la que extraer una lección vital, con esa frase que emplea varias veces en la obra: "defiende tu sombrero por ridículo que parezca". Canta a la vida. Sale uno del teatro ("en este teatro está permitido bailar") con ganas de disfrutar de cada instante, de reír al máximo, de ir por la vida con pasión, con los ojos abiertos, con los temas de Chavela Vargas, Alaska o Lou Reed resonando en la cabeza. Puro teatro. Una obra sensacional. 

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