Luis Ramiro, magia en la sala Galileo

"Ya sé que es complicado ser feliz, tendremos que vivir en el intento, tendremos que inventar para vivir", canta Luis Ramiro en El universo, uno de los temas de su último disco, Magia. La noche de ayer en la sala Galileo Galilei de Madrid fue algo extraordinariamente parecido a la felicidad, llenando el ambiente de sus versos, de sus letras, de sus historias cotidianas, porque si algo sobresale en el cantautor madrileño es que hace poesía de lo cotidiano, del día a día, de historias reconocibles, con las que cuesta no sentirse identificado. Fue algo muy próximo a la felicidad, sí, y algo indistinguible de la magia, como se llama su último disco. Noche mágica, recuerdo que escribí tras el primer concierto de Luis Ramiro que disfruté, de esas que merecen una canción, como la de Mayo de 2002. Un año después, con Magia ya en proyecto, volvió el artista a la sala Galileo, y volvió a deslumbrar. Ayer, acompañado por el violín hiperactivo y mágico de Marino Saiz, despidió 2016 como mejor sabe hacer, cantando, recitando versos de su último libro de poesía, Te quiero como siempre quise odiarte, y haciendo vibrar y soñar con su música. 


Al final del concierto, ya en los bises, Luis Ramiro llamó al escenario a su amigo Marwan, otro de los grandes cantautores del momento. Ambos interpretaron juntos Relocos y recuerdos, mi canción preferida de su ya extenso repertorio. Una sorpresa fabulosa que puso la guinda a una noche única. Antes, Marwan elogió al cantautor madrileño. Dijo que no sabía de donde salen las buenas canciones, que si lo supiera iría allí más a menudo, pero que Luis Ramiro sí debía de tener una idea clara de ese lugar. Afirmó que quienes escriben canciones saben que Luis Ramiro es un genio, por componer disco tras disco temas memorables, canciones, afirmó Marwan, que no sólo son buenas, sino que hacen soñar. Y con ambos cantando esta hermosa historia de un amor desigual, como todos, entre un madrileño y una argentina ("Buenos Aires y Madrid al final se han encontrado, me dijiste entre las mantas de mi cuarto"), seguimos soñando un rato más en la sala Galileo. 


Luis Ramiro interpretó muchos de los temas de su último disco. Comenzó con Magia y siguió alternando canciones de trabajos anteriores y del último, incluida la fabulosa Ramiro. Eché en falta Poemas en el tejado, delicioso canto al primer amor adolescente, a los veranos interminables en los pueblos ("yo iba desarmado, sin saber lo que cuesta ser feliz, tú ibas a mi lado, hacía frío esa noche en el cine abril, yo llevaba granos, tú por primera vez los labios con carmín, yo tan despistado y tú que nunca parabas de reír"). Pero tiene un repertorio suficientemente amplio como para que queden muchos buenos temas por cantar en los conciertos

Otra de las grandes composiciones del último trabajo del cantautor madrileño es El universo, donde canta a las pequeñas cosas. Recordó que, en Las mil y una noches, cuando el genio le concede tres deseos a Aladino, éste pide probar un plato que le hacía su madre de niño, cuando aún estaba viva. Y en este tema, en efecto, canta a esas pequeñas cosas que dan sentido a la vida. Una persona que introduce el Espidifien en una estrofa sin que chirríe en absoluto merece todos mis respetos. Canta, por ejemplo, a "los cines de verano, las medallas que nunca ganamos, las camas que no son para dormir, el pasodoble insuperable de los jubilados, la escena de aquel cuadro en Nothing Hill". 

Sus letras son poesía pura. De hecho, durante varios momentos de la noche encadenó algunos de los versos de sus tres libros de poesía con sus canciones. Fue el caso del poema que da título a su última obra lírica. Sentado a piano, antes de cantar Todo lo que nunca hice bien, recitó "si tú me olvidas, juro no olvidarte, recuerda que esta frase es mi muralla, te quiero como siempre quise odiarte". También encadenó Amores de película con Annie Hall. En aquel poema recita "pero nunca olvidaré, hasta el día de mi muerte, que viví contigo en Notting Hill, que besé tu pelo azul, que te abrecé temblando en mitad del Círculo Polar, que fuiste mía, para siempre, en aquel rincón perdido en Casablanca. Que tuve un amor. Absoluto. Infinito. Y verdadero. Como todos los amores de película". 


En una sociedad que vive muy de espaldas a la poesía, con una realidad demasiado prosaica, demasiado gris, y en un panorama musical que da más importancia a los ritmos pegadizos que al talento, a los estribillos simplones que a las letras elaboradas, Luis Ramiro es un pequeño oasis, un espacio de resistencia poética. Bromeó mucho ayer el cantautor con el público, sobre todo, riéndose de sí mismo, que es una de las más refinadas muestras de inteligencia. "Tengo muchas canciones alegres. Dos, en concreto". "Esta canción sirve como alegre, porque aunque la letra es chunga, el ritmo es de rumba". "Si os fijáis, en todas las canciones que suenan en la radio, el estribillo entra a los 30 segundos. En las mías, a los siete minutos, y no parece un estribillo". Y así. 

Fue una noche, en fin, fascinante. Compartió sus letras, su poesía del día a día. Su capacidad de contar historias en unos minutos, de hacer algo hermoso, poético, del día a día, de cualquier detalle de la vida cotidiana, es prodigiosa y, otra vez, mágica. Sus letras están llenas de sensibilidad, de ternura. Y, sobre todo, están llenas de verdad, de autenticidad, algo que no se puede comprar ni fingir. Como talento y enorme capacidad de transmitir emociones con la música, violín al hombro, derrocha siempre sobre el escenario Marino Saiz, quien merece mención aparte. Hace algo más de un mes acompañó a Andrés Suárez en su fin de gira, en esa inolvidable noche en el Palacio, y ayer volvió a cautivar en la sala Galileo Galilei. El acompañamiento perfecto de un genio a otros genios. Con la vitalista (también tiene canciones de esas) Mañana nos casamos en Las Vegas acabamos bailando y saltando una noche de poesía, risas y sentimientos. Una noche llena de vida. 

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