Nuevos naufragios, misma indiferencia

Desconocemos si el nuevo gabinete anunciado ayer por Mariano Rajoy mostrará mayor sensibilidad hacia el drama de los refugiados. Se antoja complicado, puesto que la continuidad define el nuevo ejecutivo. Y sin embargo, entre los retos a los que se enfrenta el gobierno sigue estando la deficiente atención que España, junto al resto de países europeos, está prestando a los seres humanos que escapan de sus países, pagando a mafias que trafican con ellos y poniendo en riesgo sus vidas. No todos consiguen llegar a su destino y los que lo hacen se encuentran con la indiferencia de los gobiernos de la UE, que violan a diario los principios que, en teoría, definen el proyecto comunitario. Ayer, 239 personas desaparecieron en dos naufragios cerca de la costa de Libia. 


Las muertes en el Mediterráneo, gran tumba de sueños y esperanzas, son incesantes y suceden a diario. Hombres, mujeres y niños se ahogan en las aguas del mar, ante la obscena e inhumana pasividad de las autoridades europeas, que ses dedican a controlar las fronteras, pero no a auxiliar a estas personas. El mundo se estremeció con la imagen del pequeño Aylan muerto en la costa, en esa misma playa donde los niños europeos de su edad construyen castillos de arena y juegan saltando las olas. Pero cada día mueren varios Aylan. Esa fotografía perdió su impacto. Pasaron las etiquetas en Twitter. Seguimos con nuestra vida. Con nuestra indiferencia. La vida sigue igual para todos menos para los que se acaba en el naufragio de la precaria embarcación al bordo de la que buscan un futuro mejor. 

Según la Organización Internacional para las Migraciones, 5.200 personas han muerto este año en su intento de llegar a un país más rico. De ellas, unas 3.930 han perdido su vida en las aguas del Mediterráneo, esas donde las ONG son las únicas que mantienen la dignidad y los principios de una Europa que hace la vista gorda ante este colosal drama, la mayor tragedia humanitaria desde la II Guerra Mundial. 

Lo más grave de la crisis de los refugiados es que va camino de convertirse en parte del paisaje. Igual que se informa de la guerra en Siria muy de cuando en cuando. Igual que ocurre con las grandes catástrofes medioambientales, que concentran la atención mediática mundial durante una semana para pasar después al olvido. Ese es el gran riesgo. Que se asuma como algo normal, triste pero inevitable. Como esa noticia típica, que de tanto repetirse pasa de abrir informativos a ocupar un breve. Otro naufragio. Otra tragedia. Otra vez las mismas imágenes. Otra sucesión de declaraciones cínicas de gobernantes con cara compungida afirmando que esto es horroroso, que hay que acabar con las mafias, que la UE será solidaria... Eso, si alguien pregunta ya a los gobernantes europeos por esta tragedia, claro. 

No es un naufragio más, ninguno lo es, porque esas 239 personas tienen nombre y apellidos, que jamás conoceremos. Tienen familias que nunca podrán enterrar a sus seres queridos, que quizá jamás tengan confirmación oficial por parte de nadie de que su familiar ha muerto en el mar, intentando llegar a la tierra prometida europea. Las historias de estos seres humanos son suyas, únicas, irrepetibles, como todas. Los horrores o las miserias de las que huyen serán similares, pero propias en cada caso. Habrá quien tenga parientes o amigos en Europea, y quienes sean la avanzadilla de su familia en la escapada hacia el Viejo Continente, en el intento por alcanzar una nueva vida. 

Los naufragios de ayer acabaron con la vida de personas que estaban condenadas de antemano. Por la miseria, la guerra, el terrorismo o el hambre que les expulsó de sus países. Por las mafias que trafican por sus sueños. Por la desigualdad extrema de este sistema que se preocupa más por las grandes cifras macroeconómicas que por las devastadoras injusticias que genera. Por la indiferencia de los gobernantes Europeos. Por el bochornoso acuerdo de la UE con Turquía, que envía a los refugiados al país liderado por Erdogan, lo que implica incumplir flagrantemente el Derecho Internacional. Por el racismo galopante de la sociedad europea. Por el auge de los partidos de extrema derecha que alientan la xenofobia. Por los energúmenos que se rebelan contra la construcción de centros de refugiados. 

No hay soluciones mágicas a problemas complejos. Pero, desde luego, tampoco lo es esto que está haciendo la UE, que es la nada, la falta absoluta de humanidad, el desprecio a las obligaciones éticas y legales de los Estados europeos. Cada muerto en naufragios como los dos de ayer, a los que sólo sobrevivieron 29 personas, es un motivo más de vergüenza e indignidad para la UE. Europa, por supuesto, no es culpable de la guerra de Siria. Pero sí es responsable de acoger con humanidad a las personas que escapan de ella. No es la culpable del hambre en tantos países africanos, pero sí tiene una clara responsabilidad, y no sólo por su pasado colonialista en aquella parte del mundo, para combatir la miseria y las crecientes desigualdades. Ninguna vida es menos digna que otra. Ninguna vida perdida por la injusticia, la indiferencia y la explotación de seres humanos desesperados se puede reducir a ser parte de"otro naufragio", algo que ocurre con cierta frecuencia, que se termina viendo como un suceso habitual. Una sola muerte es una tragedia; un millón de muertes, una estadística, escribió Stalin. Corremos el riesgo de que el drama de los refugiados pase a ser una simple estadística, fría, sin rostro. Pero son vidas devastadas ante la pasividad europea. Insustituibles todas ellas. 

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