La legislatura que viene

El sábado por la noche, unas horas antes de que entre el gris horario de invierno en el que anochece muy pronto, Mariano Rajoy será investido presidente del gobierno en el Congreso, gracias a los votos de los diputados del PP, Ciudadanos y Coalición Canaria y, sobre todo, a la abstención de los (o algunos) diputados del PSOE. Nada que se no se previera desde que el partido ahora encabezado por Javier Fernández, presidente de la gestora socialista, desalojó de Ferraz a Pedro Sánchez. Hablan todos los representantes políticos, a un lado y otro del arco parlamentario, con palabras gastadas y cuesta horrores mirar con el menor interés a lo que sucede en el circo del Paseo de San Jerónimo. 


Tras los resultados de las elecciones de junio parecía evidente que el PP, ganador de las elecciones y único partido que mejoró su resultado respecto a los comicios de diciembre, estaba perfectamente legitimado para gobernar. Parecía sensato que la mejor opción para el PSOE, que cosechó el peor resultado de su historia por segunda vez, accediera a abstenerse para dejar gobernar al partido liderado por Mariano Rajoy a cambio, naturalmente, de algo. Modificaciones legales, por ejemplo. como ha hecho Ciudadanos, un actor más bien irrelevante en comparación con el número de diputados socialistas en la Cámara. Pero la dirección socialista de entonces, con el apoyo de su comité federal, decidió mantener su postura: no al PP, no a los nacionalistas y no a quien quiera romper España (que para ellos es Podemos, porque defiende una consulta sobre la independencia en Cataluña). 

Fue pasando el tiempo y, con él, la oportunidad de poner condiciones al PP. Casi nadie en el PSOE se atrevía a pedir abiertamente la abstención, pero los barones y la vieja guardia socialista empezaron a revolverse. Al final, con un aire algo turbio a operación felipista, se expulsó a Pedro Sánchez para dejar gobernar a Rajoy. Y el PSOE ha entrado en barrena. No por tomar esta decisión, que después de las elecciones de junio parecía sensata, sino porque se ha hecho todo mal. Si el día después de las elecciones el PSOE se hubiera mostrado dispuesto a abstenerse, podría haber puesto condiciones. Ahora es el PP el que presiona a los socialistas con unas nuevas elecciones. Rajoy no para de decir en su sesión de investidura que no quiere terceras elecciones, aunque a él le beneficiarían. Y lo dice para volver a ensalzarse a sí mismo, pero sobre todo para recordar el poder de presión que tiene en su mano contra un PSOE destrozado. Si los socialistas se ponen tontos, a elecciones. 

En torno a la investidura de Rajoy las reacciones de los principales partidos, de los cuatro, están siendo un poco surrealistas, para continuar con lo visto estos últimos meses. El PP, por ejemplo, ofrece diálogo, como si fuera algo que estuviera en su mano ofrecer o no, como si pudiera aprobar algo en el Congreso sin dialogar. Está bien que Rajoy cambie radicalmente de actitud y empiece a respetar a los otros partidos de la Cámara, que tanto denigró en la pasada legislatura con el rodillo de la mayoría absoluta. Pero no es su voluntad, es lo único que puede hacer. Y, mientras, sigue estando pendiente su regeneración, intoxicado como está por la corrupción. 

Qué decir del PSOE.  Hoy Antonio Hernando, quien fue mano derecha de Pedro Sánchez (no es no), ha defendido ardientemente la abstención. "Usted no nos gusta como presidente, señor Rajoy, pero nos gusta España", ha dicho. Es decir, como no le gusta Rajoy como presidente de España, se abstiene para permitirle gobernar, aunque acto seguido destaca todas las medidas de Rajoy que han dañado a la sociedad. Todo muy coherente. Cuando hay un debate de guante blanco entre PP y PSOE, cuando se aprecia una cercanía amplia entre los dos grandes partidos, pierde siempre, siempre el PSOE. Hernando ha criticado más a Podemos que al PP, lo cual no acercará del todo a los socialistas a esos cinco millones de votantes de izquierdas que han abandonado su partido. El mayor enemigo del PSOE es Podemos, y viceversa. Es un escenario soñado por el PP. 

La descomposición socialista podría beneficiar a Podemos, pero siempre que no sea mayor su propia descomposición. Y Pablo Iglesias parece empeñado en seguir una deriva peligrosa. Podemos está simpatizando, por ejemplo, con la manifestación de Rodea el Congreso, que tiene por lema "contra el golpe de la mafia, democracia", que considera ilegítimo el gobierno del PP. Un disparate, una forma muy deficiente de entender la democracia. Cómo no va a ser legítimo que gobierne el partido más votado. Exactamente igual de legítimo que si se hubieran formado otros pactos como, por ejemplo, el del PSOE y Ciudadanos, que Podemos se negó a apoyar y que habría desalojado a Rajoy de la Moncloa. Además, Iglesias se ha dedicado a decir públicamente que en el Parlamento no se puede hacer nada salvo que se esté en el gobierno, así que él se va a dedicar a endurecer su discurso y a salir a la calle a manifestarse, lo cual es otra forma peculiar de entender una democracia parlamentaria. Los cinco millones de votantes de Podemos lo han elegido para que haga política en el Congreso. Decir que él allí no tiene nada que hacer si no tiene el poder es insultar a las instituciones y menospreciar a sus votantes. Dijo Alberto Garzón que el PSOE permitirá al partido más corrupto de la UE gobernar, y es verdad. Pero la razón principal por la que ese partido seguirá gobernando es que ha sido el más votado por los ciudadanos. 

Y queda Ciudadanos y el delirio de su presente, esos aires de grandeza. Albert Rivera dijo el otro día, sin aparente sonrojo, que Ciudadanos va a liderar un nuevo cambio político. Poco parece importarle tener menos diputados que PP, PSOE y Podemos. Tampoco parece entender que, si PP y PSOE se ponen de acuerdo como han hecho para dejar gobernar a Rajoy, su partido se vuelve del todo intrascendente. Es legítimo y noble que Ciudadanos intente influir en el gobierno, naturalmente. Es su trabajo. Pero quizá un poco de humildad y, sobre todo, un poco más de realismo, estaría bien. La legislatura que viene, que puede ser algo más larga de lo que hoy intuimos, no se presenta especialmente ilusionante. No podemos decir que nos sorprenda tras el año de sainete que nos ha ofrecido la clase política. 

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