Motivos personales en el Congreso

Pedro Sánchez detesta profundamente a Mariano Rajoy. Rajoy desprecia abiertamente a Sánchez. Pablo Iglesias sólo se quiere a sí mismo. A Albert Rivera le vale casi cualquiera, pero siempre que parezca que él es el salvador de la nación. Los cuatro principales líderes políticos andan sobrados de prepotencia, no tienen ningún problema de autoestima. Les falta más bien voluntad de acuerdo. Ayer, como se esperaba, Rajoy fracasó en su sesión de investidura. Como, previsiblemente, ocurrirá también el viernes. A partir de ahí se abre un escenario confuso, en el que formalmente el líder del PP dejaría de ser el candidato propuesto por el rey, pues habría fracaso en el Congreso, aunque Rajoy dice que lo volverá a intentar. Las elecciones vascas y gallegas del 25 de septiembre son la última esperanza, tímida, a la que se aferran los más optimistas para pensar que se podrían evitar las elecciones en diciembre. Pero no está nada claro que, en el fondo, alguien quiera evitar las terceras elecciones generales en un año. 
Se suele olvidar la influencia que ha tenido a lo largo de la historia la personalidad de los líderes, que ha sido muchas veces trascendental. Un liderazgo fuerte, de alguien que logra sacar adelante un proyecto con todo en su contra, de grandes políticos capaces de negociar que se la jugaron y les salió bien. Pero también, claro, todo lo contrario. Líderes que no lo son. Políticos que piensan, antes que en cualquier otra cuestión, en su supervivencia. Presidentes de partidos políticos que ven al de enfrente no como un adversario, sino como un enemigo. El embrollo político español es, sobre todo, una cuestión personal. Es el odio personal entre los cuatro líderes el que obstaculiza el acuerdo. La ideología o las diferencias sobre programas son lo de menos. Sencillamente se detestan. Y así es imposible llegar a acuerdos de mínimos.

En política, como en cualquier otra aspecto de la vida, es necesario, al menos, respetar al adversario. Se puede, y se debe, tener ideas y principios. Es lógico que cada partido tenga una ideología y un programa. Y que estos sean diferentes. Es normal que cada política sostenga que su ideología y su programa son los mejores, fundamentalmente porque si no, defenderían otros. Pero no es aceptable que todos, todos sin excepción, consideren que las ideas del contrario son malvadas, poco menos que diabólicas. Ayudaría mucho a tener un clima político saludable que todos los políticos pensaran, desde sus discrepancias lógicas, que el de enfrente también defiende los proyectos y las ideas que él considera mejores. Algo tan sencillo como no presuponer ignorancia o maldad en el que piensa diferente. Algo que no existe hoy en la política española

Acertó Rajoy al espetarle a Iglesias que, si la gente sólo les votaba a ellos, a Podemos, quién votaba a otros partidos. Le pidió que no se apropiara de la gente, porque es también gente, que paga los mismos impuestos, que pisa las mismas calles y tiene los mismos derechos, la que vota al PP, al PSOE, a Ciudadanos, a PACMA y a cualquier otro partido. Y tiene razón Rajoy. Nadie puede apropiarse de la voz de la gente. Los votantes de todos los partidos son ciudadanos que merecen el mismo respeto. Pero, precisamente por eso, Rajoy no debería tampoco atribuirse la bondad absoluta, la sensatez y el sentido común, porque eso es tanto como decir que quienes votan a otros partidos desean que le vaya mal a España y apoyan opciones políticas absurdas y ridículas. 

Las intervenciones de ayer de los cuatro principales líderes políticos en el Congreso fueron en clave electoral. En el fondo, todos piensan ya en las nuevas elecciones. Rajoy, presentándose como la salvación de España, la única opción sensata. No es ya que Rajoy piense que un gobierno del PP con las propuestas del PP es lo mejor para España. No. Es que Rajoy sostiene con firmeza que la única opción viable para el país es un gobierno presidido por él. Se habla mucho de la cerrazón de Sánchez (el portazo que aboca a unas terceras elecciones, como coinciden hoy con idénticas palabras en su titular de portada El Mundo y El País), pero poco se dice de la arrogancia de Rajoy, que presupone que sólo él puede ser presidente del gobierno. 

Rajoy tiene la fortaleza de encabezar la lista del partido más votado, pero también la debilidad de no sumar apoyos suficientes en el Congreso. Él se aferra a la victoria electoral para aferrarse a La Moncloa, pero ningún votante del PP pudo elegir apoyar a otro líder. Es una falacia sostener que los españoles han decidido que sea él quien gobierne el país. Igual, sólo igual, en este sistema parlamentario, no presidencialista, hay personas que votaron al PP a pesar de Rajoy, no debido a él. En todo caso, no se plantea irse. Igual que Sánchez no se plantea, o tal parece, cambiar sus planteamientos, que son insostenibles. Quien fracasó ayer en la sesión de investidura es Rajoy, cierto. Y hay más partidos en el Congreso, es verdad. Pero es evidente que el PSOE tiene la llave. Ayer Sánchez, en un discurso dirigido a sus votantes y a sus barones, se armó de razones para no apoyar a Rajoy. Pero con eso no basta. Es legítimo que vote no a Rajoy, pero si no quiere terceras elecciones, y dice no quererlas, algo deberá hacer. 

Iglesias, por su parte, volvió por sus fueros. Arrogante y prepotente, no puede evitarlo, también dirigió su discurso, fundamentalmente, a sus partidarios. Igual que Rivera, satisfecho en el rol de apagafuegos del bipartidismo, como cuando reprochó a Iglesias que criticar a Felipe González y a Adolfo Suárez, expresidentes del gobierno de España, como si fuera antipatriótico e inadmisible que se critique nada de un expresidente. Le gusta al líder de Ciudadanos ese perfil institucional, formal, nada incómodo, de cambios cosméticos, que no desagrade del todo a nadie y que sirva para apoyar a unos y a otros. En todo caso, no se le puede negar que al menos él sí muestra disposición al diálogo, por más que parezca un arma electoral, su razón de ser, su forma de ganar protagonismo y estar en el centro de la escena, a pesar de haber perdido 8 escaños. 

Tal vez deberían los partidos empezar a plantearse que, ante este estrepitoso fracaso que parece conducir a unas terceras elecciones, igual sus líderes deberían dar un paso atrás. Pero en evitar, no lo duden, sí se pondrán de acuerdo. 

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