El síntoma Trump

Todo comenzó casi como un juego, como una broma pesada de muy mal gusto. Como cuando en el colegio se elige delegado al malote de la clase. Para ver qué pasa. Por provocar. Por reírse un rato. Pero, cuando nos quisimos dar cuenta, sin tomarnos en serio en ningún momento a ese charlatán, Donald Trump se convirtió en candidato del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos. El excéntrico millonario, que reparte a partes iguales sus defectos entre un machismo lacerante, un racismo insufrible, una arrogancia desmedida, una incompetencia arrolladora y una simpleza pasmosa, está por delante de Hillary Clinton en alguna que otra encuesta. De momento, ha llegado mucho más lejos de que podía esperarse. Y su candidatura es una gigantesca y luminosa luz de alarma. Algo marcha muy mal en Estados Unidos para que alguien así haya conquistado a la mayoría de uno de los dos grandes partidos del país y obtenga la aprobación, o al menos la intención de voto, de más del 40% de la población. 
La medida estrella de Trump es construir un muro en la frontera con México, porque, afirma, de ese país sólo llegan delincuentes y narcotraficantes. Él resolverá el problema del Estado Islámico en un periquiete. En cuanto los terroristas se enteren de que está en la Casa Blanca, se rendirán incondicionalmente ante esta suerte de Chuck Norris. Entablará relaciones más estrechas con la Rusia de Putin, porque para algo los dos son unos machos alfa como dios manda. Está a favor de las técnicas de tortura para interrogar a los terroristas. Es consciente de que cada salvajada que suelte por su boca no sólo no le resta apoyos, sino que eleva su popularidad. Hundió a su empresa y dejó sin pagar a los trabajadores, pero se presenta como la solución para volver a hacer grande América.

Su campaña tiene casi todo lo más detestable que se puede tener en política. Está el racismo, inaceptable en cualquier lugar, pero más si cabe en Estados Unidos, donde las minorías son cada vez más amplias, empezando por los latinos a quienes el Partido Demócrata intenga hacer guiños con la elección de un candidato a vicepresidente que habla español, mientras que el candidato republicano se dedica a insultarlos. También es una persona sin la menor experiencia y sin la más mínima formación para ser presidente de su comunidad de vecinos. Una empresa no es un gobierno. Es el típico enterado de barra de bar, el cuñado que todo lo sabe, que todo lo resolvería en medio minuto. Insufrible. De ese tipo de gente a la que se soporta, aproximadamente, cinco minutos

Su autosuficiencia, su arrogancia extrema, esa que le lleva incluso a hablar del tamaño de su pene, su chulería y sus bravuconadas, incomprensiblemente, no espantan a los votantes. Da igual la burrada que diga. Ahí tiene a sus seguidores, incondicionales. A personas de clase media, descontentos con el sistema, votando a quien simboliza todo lo peor del sistema. Luego está esa imagen tan falsa de empresario hecho a sí mismo, en cuya biografía se obvia cómo pisotea derechos de los trabajadores y  sus quiebras. De entrada, costaría encontrar a alguien que, por cuenta bancaria, por actitud y por compromiso social pudiera conectar menos con el americano medio que el millonario machista y excéntrico Trump. Y, sin embargo, ahí sigue

Sus patinazos en campaña, el último, el desaire a los padres de un soldado estadounidense de origen árabe muerto en combate, no le pasan factura. Se le perdona todo. E incluso se diría que consigue volver a su favor las críticas de los medios. Basta con recordar aquello de que todos están vendidos. Lo de Trump es lo nunca visto, por eso es un síntoma del estado catatónico de Estados Unidos, de esa enajenación mental transitoria en la que ha caído casi la mitad de la población del primer país del mundo. Si hace cinco años, o cinco meses igual, nos dicen que tendría opciones de llegar a la Casa Blanca un tipo que pide a Rusia que intervenga en la política estadounidense hackeando los correos de su adversaria en las elecciones y que deja caer que si él no gana los comicios no serán limpios, como hizo ayer, nos echaríamos a reír. Pero resulta que deberíamos haber echado a correr. 

Resulta incomprensible el éxito de Trump. Por mucho que sus adversarios republicanos no fueran precisamente carismáticos, que haya llegado a ser el candidato, con esa pobreza argumental, con esa pose rancia, es inquietante. Y lo es aún más que esté relativamente cerca en expectativas electorales de Hillary Clinton, quien tampoco es en absoluto una política cercana ni querida por el americano medio, pero que al menos no sugiere construir muros en la frontera con México ni pone en duda la limpieza de las elecciones. Muy abandonados han debido sentirse muchos estadounidenses, muy desesperados, muy desconectados con la clase política, para echarse en brazos de este personaje que es hoy el candidato republicano a la Casa Blanca. 

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