El golpe de Erdogan

La noche del frustrado intento de golpe de Estado en Turquía el pasado 15 de julio la etiqueta "No es un golpe, es un teatro" estuvo entre las más comentadas por los turcos en las redes sociales, detestadas y reprimidas por Erdogan. Sugería esa expresión que el supuesto golpe de Estado era un autogolpe promovido por los propios gobernantes turcos para así reforzar su autoridad. Podía sonar a teoría conspiranoica, sobre todo teniendo en cuenta que el intento de golpe fue muy sangriento, con más de 200 muertos. Pero, pasado el tiempo, es evidente que Erdogan está sacando partido de lo ocurrido. Tampoco debió pasar tanto tiempo. De hecho, la misma noche del golpe, el autoritario presidente turco dijo que el golpe había sido un regalo del cielo, una oportunidad para purgar el ejército y el resto de administraciones. Y a eso se ha puesto desde entonces Erdogan, sin el más mínimo respeto a la ley o a los Derechos Humanos, cuya aplicación ha suspendido. 
En las novelas negras, una buena estrategia a seguir para intentar adivinar quién es el asesino es preguntarse quién se beneficia de esa muerte. No es infalible, pero descubriendo quién gana con lo ocurrido se puede uno acercar a quién es el responsable. Con el golpe de Turquía podemos seguir una reflexión similar. Si somos malos pensados a secas, diremos que Erdogan se está aprovechando de un golpe de Estado para reforzar su autoridad de forma impresentable. Si somos muy mal pensados, concluiremos que lo visto hace 15 días no fue exactamente un golpe de Estado, que no fue un fracaso, sino más bien un éxito. El tiempo dirá.

De momento, Erdogan fue irresponsable pidiendo a sus seguidores que salieran a la calle, frente a militares armados. Los suyos hicieron caso al sultán y por ello muchos perdieron la vida. Desde que fracasó el golpe, con el presidente turco hablando a través de aplicaciones móviles y utilizando esas redes que tanto persigue, casi a diario los simpatizantes de Erdogan han ocupado las calles de las principales ciudades turcas. Se trataba, desde el minuto uno (y quizá nunca sabremos si desde mucho antes), de instrumentalizar el intento del golpe, de extraer todo el beneficio posible

Lo primero que hizo el gobierno turco, además de coquetear con la idea de que Estados Unidos u otras potencias occidentales estaban detrás del golpe, fue culpar del mismo al clérigo Fetula Gulen, quien vive exiliado en Estados Unidos después de romper una estrecha relación con el presidente Erdogan. Según las autoridades turcas, el ejército, la universidad y otras instituciones públicas estaban repletas de simpatizantes de Gulen, que se convirtió hace pocos años en el opositor número uno del gobierno turco. No hay pruebas para sostener estas acusaciones, ni falta que le hace a Erdogan, quien se ha dedicado a encarcelar a todo aquel que considera que tiene algún vínculo con las ideas de Gulen

Lo que se vive desde el intento de golpe en Turquía es una represión brutal de los opositores, con el autoritario Erdogan envolviéndose en la bandera de la democracia (¡él!). Detenciones masivas, purgas de soldados, profesores y periodistas. Violaciones de las leyes. Puesta en cuarentena (aún más) de la Convención de los Derechos Humanos. Recuperación de la pena de muerte. De nada ha servido que todos los partidos políticos de la oposición condenaran desde el principio el golpe contra Erdogan, que tan a favor de Erdogan está siendo. El presidente turco se ve legitimado para detener a sus rivales políticos y a todo aquel que le incomode arguyendo razones de seguridad nacional, presentándose como el protector de una democracia amenaza desde fuera. Los peores temores aquella noche de julio se están cumpliendo. Erdogan, quien ya caminaba por una inquietante senda alejada del laicismo y el cierto progreso del país, está corriendo aún más por ese mismo camino. Y lo hace resguardado en la imagen de último baluarte de la democracia. Una pesadilla. Europa, mientras, habla lo justo, que no conviene que Erdogan revoque ese acuerdo impresentable que permite a la UE desentenderse de los solicitantes de asilo para enviarlos a Turquía, donde hoy los derechos se respetan menos que ayer y menos aún que mañana. 

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