Los dos libros que más me han removido en los últimos tiempos tienen puntos en común. En ambos, las autoras se despiden de un ser querido. No son obras que vayan de la muerte. Pero sí se producen tras la pérdida de alguien trascendente en la vida de sendas escritoras. No son libros tristes, ni melancólicos. Sirven de catarsis emocional para las autoras. Los dos, pues, tienen puntos autobiográficos. Ninguno se puede considerar una novela, pues toman la realidad como materia prima. En ambos se elogia la ligereza como síntomas de inteligencia. Y, sobre todo, los dos están repletos de frases demoledoras, de las que obligan a releer y tomar aire, de las que transforman al lector, de esas que uno recuerda durante todo el día. Son libros llenos de pasión, de reflexiones lúcidas y de honestidad. Son dos obras impresionantes.
Hablo de También esto pasará, donde Milena Busquets se despide de su madre en un relato fresco, fascinante, tierno, libérrimo y apasionante, y de La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero. Llevaba mucho tiempo deseando leer este libro y, terminado, entregado por completo a la obra, aún me parece más grave lo que tardé en sumergirme en sus páginas. Rosa Montero se despide en esta obra de su pareja, Pablo, fallecido. Y lo hace hablando de ella misma y de sus vivencias comunes pero, sobre todo, contando la vida de Mari Curie y su esposo Pierre. Una historia fascinante con la que la autora aprovecha para hablar de forma desgarrada de la pérdida del ser amado, pero también del feminismo, del espacio de la mujer en la sociedad, de la vida, en general.
Cuenta la autora que las casualidades existen y que muchas veces las coincidencias no pueden ser más oportunas. Explica que tras la muerte de su marido estaba algo parada, sin ideas, con la historia de una novela parada, porque ya no se sentía identificada con ella. Tutea al lector y le cuenta todo de forma directa, como si se estuviera tomando unas cañas con él. Y entonces le llega un encargo. Leer y hacer una breve reseña del diario de Marie Curie, unas pocas páginas, incluidas al final de La ridícula idea de no volver a verte, en las que la brillante científica le escribe al marido muerto, y le cuenta la tortura que significa para ella seguir con su vida sin él. Es un texto fascinante, de una belleza desgarradora, colosal. Y Rosa Montero, que siempre admiró la figura de Curie, la primera mujer en ganar el Premio Nobel (y en dos ocasiones, además), un referente de la historia y del feminismo, se siente atrapada por la vida de esa fuerte científica polaca, cuya vida fue de todo menos sencilla.
Lo que sigue es, al tiempo, una personalísima biografía de Marie Curie, y las reflexiones y sentimientos de Rosa Montero. La historia de la científica es apasionante. Fue a la universidad cuando casi ninguna mujer lo hacía. Le costó mucho, pero logró abrirse paso en un mundo, entonces, de hombres. Se enamoró de Pierre Curie y comenzaron a trabajar juntos. Los dos recibieron le Nobel de Física en 1903. Después, Marie Curie fue reconocida con el Nobel de Química, ya cuando Pierre había muerto y ella había comenzado una relación con Paul Langevin. Del insoportable machismo de la sociedad de la época da una idea el hecho de que al principio no se reconoció a Marie en el Nobel, concedido sólo a Pierre, cuando el trabajo había sido a partes iguales. Y después, tras ganar el Nobel de Química en solitario, pretendieron convencerla para que no fuera a reconocerlo porque su relación con Langevin, casado, había provocado un gran escándalo. Curie sufrió una depresión tras esta obscena intromisión en su vida privada, pero recogió su Nobel.
Fue una mujer fascinante. Fuerte como una roca. Desde su papel en la I Guerra Mundial, ayudando a los soldados enfermos y preservando el radio que tenía Francia, hasta el hecho de que no patentara sus descubrimientos, porque entendía que su trabajo era una labor social. También fue madre. Cuando el espacio de la mujer era la casa, ella compaginó una carrera deslumbrante en el campo científico y, a la vez, se encargó del cuidado de dos hijas. Vivió con libertad, lo que le costó en algunos momentos de su vida los reproches de una sociedad rancia y casposa, a la que ella estaba muy adelantada. En el libro, Montero recuerda episodios asombrosos de la vida de Curie y, aunque no oculta sus defectos, una excesiva severidad con sus hijas, por ejemplo, queda clara admiración que le despierta. Lógico, por otra parte. Es una mujer impresionante.
La autora reflexiona sobre el feminismo y cómo Marie Curie conquistó espacios que entonces estaban reservados a los hombres. Y relaciona aquellos episodios de su vida con la modernidad. Lo mucho avanzado en pos de la igualdad, pero también lo que queda por recorrer en ese camino. Es una obra descomunal, brillante, apasionante. Está plagada de reflexiones lúcidas e inteligentes, de expresiones contundentes y sabias. Entre tantas otras, una reflexión apasionante de Pierre Curie, que igual que su esposa, escribía, y muy bien. Es sólo uno de los pasajes exquisitos de un libro ágil, tierno, inteligente y profundo, de esos pocos en los que uno subrayaría cada línea, porque no tiene desperdicio. Una de esas obras distintas e inolvidables.
Esta es la reflexión de Pierre Curie. Tan demoledora. Tan genial.
"Debemos ganarnos la vida y esto nos obliga a convertirnos en un engranaje de la máquina. Lo más doloroso son las concesiones que nos vemos forzados a hacer a los prejuicios de la sociedad en la que vivimos. Debemos hacer más o menos concesiones dependiendo de que nos sintamos más débiles o más fuertes. Si uno no hace suficientes concesiones, lo aplastan; si hace demasiadas, es innoble y se desprecia a sí mismo".
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