La familia Bélier

Es portentosa la capacidad del cine francés para producir películas amables, tiernas, de las que es imposible recordar sin una amplia sonrisa en la cara. En el país vecino el cine es cuestión de Estado. Allí los gobernantes, al margen del color político, sí se toman en serio la cultura y sí comprenden que proteger el cine es algo necesario y saludable en todo país. Pero, además de eso, el cine francés tiene un extraordinario talento para conectar con el público y regalar historias sensibles, adorables, que transmiten buen rollo. Intocable o Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? son sólo dos de los últimos ejemplos. 

Cintas que logran romper taquillas. Películas para todos los públicos, blancas. No son tramas complejas ni rebuscadas. Por supuesto, si todo el cine que se exhibiera en las salas fuera así, la cartelera estaría incompleta. Son imprescindibles también los filmes que no tienen vocación de mayoritarios, que por la trama, la historia narrada o el estilo no buscan atrapar a grandes masas. Ni deben pretenderlo. Pero, si dejamos a un lado la distinción entre películas de masas o de grandes públicos y otras independientes o de culto, si convenimos en que es enriquecedora la existencia de ambas clases de filmes, sin duda hemos de reconocer que, sobre todo en los últimos años, el cine francés está ofreciendo una serie de excepcionales ejemplos de esas historias fantásticas, con las que reír, llorar, sentir y entretenerse en familia. 
La familia Bélier, estrenada en 2014, se puede ver en Yomvi y cualquier otra plataforma de cine bajo demanda. Y es una pequeña joya. Ni siquiera el hecho de que resulta perfectamente previsible casi todo lo que sucede en la película reduce un ápice de su encanto. La cinta lo tiene todo para ser una de esas películas enternecedoras, de las que se recomiendan sin dudar, porque es difícil que alguien no se emocione con la historia de Paula, de 16 años, que se hace cargo de la granja familiar, pues sus padres y su hermano pequeño son sordomudos.

La joven es el pilar de la familia. Hace de intérprete para sus padres y su hermano. Trabaja duro, a la vez que va al instituto. Allí se le presenta una ocasión de cambiar. Un reto. Una disyuntiva compleja. Se apunta a clases de coro sólo porque a ellas acude un joven parisino por el que se siente atraída. Y descubre que tiene talento para cantar, una voz preciosa, un don, como le dice su maestro, un personaje peculiar que cumple, junto a la amiga de Paula, otra de las condiciones indispensables en una buena película, que son los secundarios de nivel, con personalidad bien marcada, los que llenan las escenas en las que salen. En ese momento, Paula tendrá que decidir si intenta perseguir el sueño, si da rienda suelta a su talento para la música, o renuncia a ello por seguir atendiendo a su familia. 

La historia, sencilla, tierna, adorable, avanza con las tribulaciones de Paula, a quien da vida Lounae Emera, que es también cantante. El magnetismo de la protagonista es impresionante. Transmite, por supuesto, con su espléndida voz, cantando canciones tradicionales francesas (ese idioma es musical y pecaminoso en sí mismo). Ella se enamora de un joven compañero de instituto y juntos protagonizan una clásica historia de amor adolescente, con la música como hilo conductor

La música juega un papel relevante en la cinta, con varios temas que uno repasa en bucle mentalmente tras haber visto la cinta, y que sin duda ayudan a recordarla mucho más allá del visionado. Destacan dos. La primera, Je vais y'aimer, cuya primera estrofa es descomunal: "Hasta hacer palidecer al marqués de Sade, hasa ruborizar a las putas del puerto, hasta suplicar misericordia a todos los ecos, hasta hacer templar los muros de Jericó, yo te amaré". Y la segunda, Je vole, que tiene una conexión directa con la historia narrada en la cinta. Las escenas del coro, la relación de Paula con su familia, la losa familiar hasta en el apellido ("Bélier, cordero", dice siempre), la necesidad de compaginar el amor a sus padres con su vida futura, el amor, la amistad, la responsabilidad... Es una historia adorable, en la que dejarse atrapar. Una delicia. 

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