De psicosis, fanatismo e intolerancia

De las muchas noticias de este sofocante y desalentador verano, puede que la amenaza terrorista sea la más preocupante, por sus devastadoras consecuencias. Primero, por supuesto, por las víctimas mortales del fanatismo. Las personas asesinadas en Niza, cuando un criminal atropelló a decenas de personas que festejaban en el Paseo de los Ingleses el Día de la Fiesta Nacional de Francia, que conmemora cada 14 de julio el triunfo de la libertad, simbolizada en la toma de la Bastilla. Después se han sucedido otros atentados espantosos, como el degollamiento de un sacerdote en una iglesia de una pequeña localidad gala. El fin último del terrorismo es infundir el miedo entre la población, crear un estado de psicosis en el que todo el mundo se sienta amenazado en todas partes, en el que nadie se vea libre de ser víctima del fanatismo. Y estos últimos días, sin duda, el yihadismo lo está logrando. 

Las muertes de inocentes a manos de fanáticos son la peor consecuencia de este auge del terrorismo yihadista en Europa y en todo el mundo (especialmente, fuera de Europa, de hecho). La sinrazón de asesinar a alguien sólo por considerarle infiel, enemigo, no merecedor de la vida por no compartir su visión perversa de la religión y de la vida. El mundo está en guerra, dice el papa Francisco, pero no de religiones. Sin duda, los asesinos de Niza o de Alemania no representan al Islam, pero sí es una interpretación fanática y extrema de esta religión la que buscan como excusa para intentar darle sentido a sus actos de rabia y odio. Sí hay un problema real en las lecturas extremas de esta y otras religiones. Por supuesto que sí. Lo que dicen estos criminales antes de asesinar a inocentes es Alá es grande. Juran lealtad al autodenominado Estado Islámico. Obviamente, hay un problema. Sobre todo, para la inmensa mayoría de los musulmanes, que son pacíficos y ven cómo estos terroristas intentan adueñarse de sus creencias. Por eso han de alzar la voz. Para dejar claro lo que, por otra parte, es una obviedad, que los asesinos del Daesh sólo se representan a sí mismos. 

A raíz de la cadena de atentados, o de sucesos que, en el barullo y la confusión inicialmente se han considerado ataques terroristas pero luego se ha demostrado que no lo eran, han surgido reacciones oportunistas y muy alarmantes de partidos de extrema derecha. Y otra de las pésimas consecuencias de la amenaza yihadista, que algunos creen tener gracias a ella carta blanca para difundir su odio al diferente. En Francia, la oposición a Hollande, y no sólo Le Pen, sino también Sarkozy, han intentado obscenamente sacar partido político de los atentados, reclamando más mano dura al presidente galo. Estos asesinatos benefician a los partidos radicales. Lo más pavoroso del terrorismo es el dolor y las muertes que causan. Lo segundo más terrible es que dan alas a los radicales. Fanáticos alimentando a extremistas. Odio cimentando más odio

También en Alemania ha habido varios partidos que han aprovechado los atentados para criticar a Angela Merkel. Es llamativo que la canciller alemana, máxima responsable de las tan insensibles políticas económicas de austeridad extrema que han asfixiado la economía europea, sólo haya sido criticada de verdad en su país por el único gesto de mínima y fugaz humanidad de su mandato, su política de puertas abiertas con los refugiados, que duró un suspiro, pero que sus adversarios políticos no le perdonan. Utiliza Pegida, grupo de extrema derecha (¡en Alemania, cuna del nazismo!) y algunos partidos un argumento falso. Según ellos, Merkel abrió las puertas a todos los refugiados, lo cual es cierto sólo a medias, y que a causa de esa política ha regresado el terrorismo a Alemania, lo que directamente es un perverso e intolerable intento por asociar a los refugiados con el terrorismo del que, precisamente, ellos huyen. 

Merkel tuvo algo más de sensibilidad que el resto de líderes europeos cuando estalló el drama humanitario de los refugiados. Es cierto. No disparó gases lacrimógenos contra estas personas ni trató a estos seres humanos como mercancía defectuosa, como hicieron otros gobernantes europeos. No se escondió, mirando hacia otro lado, esperando que el problema pasara, durmiendo con la conciencia tranquila pese a las muertes diarias en el mar de personas que escapan de la guerra y fallecen ante las costas europeas, donde no hubieran encontrado más que indiferencia y repugnante racismo. Sí, Merkel fue algo más sensible que el resto de gobernantes de la UE. Pero sólo un rato. Lo justo hasta que, junto al resto de líderes europeos, firmó un nauseabundo acuerdo con Turquía (ese país que pisotea, más ahora después del golpe de Erdogan, los Derechos Humanos) para deshacerse de los refugiados. O sea, que ni siquiera tienen razón los extremistas que culpan a Merkel de lo que vive Alemania en afirmar que su política ha sido tolerante. Ojalá. Pero no. 

El mismo impulso que lleva a los intolerantes alemanes a criticar a Merkel por haber tenido un brevísimo ataque de humanidad es el que condujo a la mayoría de los británicos a votar a favor del Brexit. La única razón que motivó ese voto es el racismo. Punto. Es lo triste de esta Europa decadente en la que vivimos. Hay odio al diferente, intolerancia. Se desprecia lo desconocido. Y, lamentablemente, los últimos atentados terroristas son usados por quienes ya eran xenófobos de serie como aparente excusa para reafirmar sus prejuicios. Poco les importa que sigan muriendo niños cada día en el mar. Tampoco que esas personas que escapan de Siria lo hacen porque han sido víctimas de ese terrorismo que ahora, con mucha más baja intensidad y frecuencia que allí, golpea a Europa. 

Lo peor del terrorismo, sobre todo cuando lo perpetra alguien que no tiene el menor aprecio por su vida, es que es imposible de prevenir. Cómo se puede evitar que un desequilibrado entre en una iglesia a degollar a un sacerdote en el altar. No se puede poner vigilancia en todas las iglesias de Europa. Como tampoco se puede garantizar la seguridad en los transportes o en cualquier evento de afluencia masiva. Es lo dramático de esta amenaza. Pero reconocer que el Daesh y sus seguidores son los nuevos bárbaros, una amenaza real a la civilización, un grupo de fanáticos que detestan y quieren asesinar a todo aquel que no comparta su enfermiza visión del mundo, debe ser compatible con mantener una política humana con los refugiados (que son las primeras víctimas de esos asesinos) y no puede conducir de ninguna de las maneras a la islamofobia, porque esta gentuza no representa al Islam, de igual forma que los etarras no representaban al país vasco, por ejemplo. Y es algo tan evidente, tan sencillo de entender, que sólo desde un prejuicio y un racismo ya asentado de antes alguien puede pretender sacar partido de los atentados recientes para darse la razón en su intolerancia. Que de esta Europa golpeada por el fanatismo surja una Europa aún más xenófoba e intolerante sería un gran logro para los terroristas y un drama para todos los demás. 

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