Libertad de expresión

La Justicia puso ayer un punto de cordura en la desquiciada polémica causada por la prohibición de las esteladas en la final de la Copa del Rey, por la delegada del gobierno en Madrid, Concepción Dancausa. Con buen criterio, con puro sentido común, la Justicia desautorizó a Dancausa, quien guiada por su ideología y su partidismo, pretendía limitar el ejercicio de la libertad de expresión de quienes decidieran llevar estas banderas, que simbolizan una posición política determinada, la independencia de Cataluña, que puede disgustar, enfadar o entristecer, pero que es legítima, desde luego no ilegal ni posible detonante de violencia, que es la excusa a la que se aferró Dancausa para prohibir las esteladas, con una interpretación torticera de la Ley contra la violencia en el deporte. 

Dancausa y sus palmeros, desautorizados ahora, afortunadamente, por la Justicia (gracias, Montesquieu), sostenían que portar esteladas era una provocación y que se debían prohibir para evitar altercados. Como si expresar una determinada posición política fuera un delito, como si, en caso de que alguien sufriera alguna agresión por portar la bandera, la responsabilidad fuera suya y no exclusiva del agresor. El poder judicial ha corregido a tiempo el disparate y el atropello a las libertades ciudadanas que habría supuesto ver a policías registrando mochilas en busca de peligrosos trozos de tela. La otra razón esgrimida, que el fútbol es fútbol y debería estar separado de la política, es sin duda un debate muy interesante. Debería estarlo, en efecto, pero no lo está. El deporte es, desde hace mucho, y para muchas personas, una extensión de la política. Lo es, por supuesto, en las competiciones internacionales, con himnos de países incluidos, y lo es también en otros ámbitos. Cualquier amante del deporte no cegado por sectarismos políticos, sin duda, prefiere que el deporte esté separado de las contiendas políticas. Pero, tristemente, eso no es así. Y el mejor modo de lograr que esto cambie no es prohibir arbitrariamente portar una bandera que no es oficial, pero tampoco ilegal.

Más allá de esta polémica de las esteladas, más allá también de que tan ofensivo para un grupo de ciudadanos es prohibir las esteladas como lo es para otros silbar el himno español (para quien ofenda una cosa y la contraria, claro), el problema de fondo de la decisión de Dancausa, con buen criterio anulada por la Justicia, es lo mucho que cuesta comprender y tolerar la libertad de expresión. El ser humano no nace predispuesto a la democracia, ni a respetar a los demás, ni a aceptar marcos de convivencia, ni a ceder o transigir. No es algo que salga de forma natural. Pero las democracias se rigen por normas del juego comunes y una de las más trascendentes en todo Estado de derecho es la libertad de expresión, la capacidad de cada cual de exponer sus ideas sin temor a represalias de ningún tipo. Hay que hacer un esfuerzo. El impulso de cualquiera es imponer sus ideas, su visión del mundo. Pero las sociedades avanzan y progresan en la medida en la que se respetan y aceptan las diferencias. 

La libertad de expresión no va también, o en parte, de que se puedan expresar opiniones contrarias a las nuestras, o incluso abiertamente ofensivas. Va, principalmente, de eso. Naturalmente, tiene escaso mérito que defendamos que aquellos que piensan como nosotros puedan exponer sus ideas. Claro. Sólo faltaba. Encantados. Pero la libertad de expresión tiene sentido, fundamentalmente, cuando son otros los que expresan sus ideas, y cuando estas nos desagradan. Es ahí donde se pone a prueba. Se trata de defender la libertad de exponer aquello con lo que discrepamos. Y eso no terminamos de tolerarlo bien, me temo. En España, por supuesto, el respeto a la libertad de expresión es infinitamente mayor que en tantas otras sociedades con persecuciones políticas. Pero en los últimos tiempos hemos asistido a inquietantes intentos de amedrentar este derecho. La Ley Mordaza es un claro ejemplo de ello. 

¿De qué sirve exactamente la libertad de expresión, qué valor tiene si sólo la defendemos para "los nuestros", para quienes sostienen las mismas posturas que nosotros? Es papel mojado. Es la nada. Las esteladas, en efecto, pueden ofender a quienes quieren que España siga unida. Perfecto. Es comprensible. Pero eso no puede conducir a limitar la libertad de expresión de quienes legítimamente defiendan que esa región se independice de España. Que en una obra de títeres se jalee a ETA, dentro de una trama de ficción, puede dañar sensibilidades. Sobre todo, de quienes no alcanzan a entender las diferencias entre ficción y realidad. Pero eso no lo convierte en delito, ni es enaltecimiento del terrorismo. Abuchear el himno de España ofende a muchas personas. Es una actitud irrespetuosa, en absoluto ejemplar, censurable y ciega, una falta de educación inaceptable, pues viene de quien luego se siente ofendido cuando son sus símbolos los atacados. Pero no es delito. No puede serlo. 

Que alguien entre en una capilla para reclamar que no haya espacios de culto en una universidad pública puede ser ofensivo, y desde luego demuestra escaso civismo, pero no debe ser delito. Y, hablando de límites a la libertad de expresión, uno de los más arcaicos del derecho español es la existencia de un delito en el Código Penal que condena la ofensa a sentimientos religiosos, que es un modo eufemístico de tipificar como delito la blasfemia en pleno siglo XXI. No todo lo que nos disguste o nos resulte desagradable u ofensivo puede ser delito. De hecho, casi nada debe serlo, salvo que se incite a la violencia o se lancen mensajes de odio hacia minorías, o alegatos machistas, racistas, homófobos o de otra índole discriminatoria. La ultraprotección de los sentimientos religiosos es un atraso, una anomalía en un Estado laico. ¿Por qué se han de proteger especialmente, con un delito de siglos pasados en nuestro Código Penal, los sentimientos religiosos? Además, en este aspecto, hay bastante cinismo. Se defiende a Charlie Hebdo, y a todos aquellos que ridiculizan el fanatismo vinculado a una lectura perversa del Islam, aunque a veces esto ofenda a millones de musulmanes. Con razón, Pero nos rasgamos las vestiduras y ponemos el grito en el cielo cuando alguien hace una protesta pacífica (también maleducada, de mal gusto e incívica, de acuerdo, pero no ilegal) en una capilla. Lo dicho, la libertad de expresión significa, sobre todo, defender el derecho de quienes nos ofenden o de aquellos que están en las antípodas de nuestra posición política. Y eso no lo entendemos del todo. Que se lo pregunten a Dancausa. 

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