Europa, nada que celebrar

Cada 9 de mayo se celebra el Día de Europa, para conmemorar la Declaración Schuman, en la que el entonces ministro francés de Exteriores sentó las bases para crear la Unión del Carbón y el Acero. Fue el embrión de la actual UE. Es bastante revelador que fuera una unión puramente económica, comercial, la que esté en el origen de nuestro proyecto actual, que hoy tiene poco que celebrar. La semana pasada, la Comisión Europa permitió a los países de la UE ahorrarse de la acogida de los refugiados. Y puso precio a cada vida humana de la que desentenderse: 250.000 euros. Quien saque la billetera podrá aparcar la solidaridad y esos principios del Estado de derecho tan diluidos en el Viejo Continente, más viejo y decadente que nunca
Supongo que hoy los líderes europeos celebrarán con fastos este día. Glosarán todos los avances en Europa, región en la que hace sólo unas décadas sus habitantes se mataban en campos de batalla. Nadie duda de que un proyecto de unidad entre naciones europeas es necesario. Pero tampoco se podrá dudar de la ineficacia e inhumanidad de este gigantesco monumento a la burocracia en el que se ha convertido la UE. El gran reto al que se enfrenta esta Europa, dar una atención diga a las miles de personas que escapan de la guerra siria, no se está resolviendo. Europa está exhibiendo impúdicamente todas sus vergüenzas, que son muchas, demasiadas, insoportables. Primero fue permitir el deambular deprimente de miles de familias por media Europa, durante el verano. Los líderes comunitarios, claro, no interrumpieron sus vacaciones, o sólo cuando la ausencia de noticias políticas en esa época del año llevó a los medios a abrir telediarios y periódicos con el drama de los refugiados.

Entonces se debatió un acuerdo de acogida, con un reparto de refugiados, del que rápidamente se desmarcaron países del Este y el centro de Europa. Y, los que no se negaron a aplicarlo, en realidad no lo han aplicado. España, y sólo después de la conmoción mundial que causó la imagen del niño Aylan ahogado frente a las costas de Turquía, sí se comprometió a acoger a miles de refugiados, pero se cuentan por decenas las personas a las que nuestro país ha dado cobijo. La canciller alemana, Angela Merkel, se presentó como abanderada de la causa de los refugiados. Y fue precisamente esta fugaz concesión a la humanidad lo que le restó apoyos electorales a Merkel. Protagonista de la crisis económica, presentada como la sargento de hierro que exige recortes impopulares a los países del sur, como alguien inflexible, fue su posición razonable ante los refugiados lo que la penalizó. En Alemania y fuera. Gustaba más, al parecer, la Merkel gélida que le dijo meses antes a una niña refugiada que lo sentía mucho, pero que aquí no se podía acoger a todo el mundo. 

El caso es que a Merkel le duró el compromiso social lo que dura un caramelo a la puerta de un colegio. Claudicó. Cierto es que, al lado de los gobernantes de varios países del este que han disparado gases lacrimógenos contra los refugiados y que mantienen en campos con condiciones inhumanas a estas personas, Merkel es la más comprensiva y ejemplar de las gobernantes. Pero sólo en comparación con el racismo repugnante que le rodea. Nadie en Europa, nadie en la Europa oficial de reuniones en salas con moqueta, quiero decir, ha estado a la altura. Nadie se ha mostrado indignado con el indecente acuerdo con Turquía, que permite a los países de la UE deshacerse de los refugiados, expulsarlos hacia el país regido por Erdogan. 

En su reciente visita a Europa, Barack Obama dijo que Merkel estaba en lado correcto de la historia, por su política con los refugiados. Quizá el presidente estadounidense no está bien informado. Pero uno tiene la sensación a diario de que es exactamente al revés. Con cada bombardeo a un hospital en Siria, con cada escena dramática de familias que lo pierden todo en la guerra, la sensación de indignación por la indiferencia de Europa ante estos seres humanos no hace más que crecer. Y no, no parece que la UE esté en el lado bueno de la historia. Está en el lado incorrecto, inhumano. La historia debería juzgar con severidad a esta Europa que se deshace de seres humanos como si fueran mercancías defectuosas. 

Y el remate es este acuerdo, una suerte de tasa de insolidaridad, que consiste en poder pagar 250.000 euros por cada solicitante de asilo al que se quiera despreciar, a quien se desee mandar lejos. Y asunto arreglado. Nada puede celebrar hoy Europa en su día. Nada mientras mantenga su actitud inhumana ante los refugiados. Nada mientras siga centrada en lo puramente comercial, olvidando esos principios que deberían defenderse a ultranza y que languidecen. Nada mientras, de facto, se viole el Derecho internacional. Triste y decadente Europa. La oficial, la de los gobiernos, la de quienes hoy irán muy estirados a actos con violines que toquen la  Oda de la alegría, mientras otras personas mantienen la moral de Europa, la confianza en el ser humano, ayudando desinteresadamente a aquellos seres humanos que lo han perdido todo y a quienes los gobiernos europeos han decidido olvidar.  Son estos últimos, miembros de ONG, activistas, personas europeas que ayuden a los refugiados, los únicos que nos hacen seguir creyendo algo en esta idea de Europa que ensucian y embarran los gobernantes despreocupados de los dramas personales. 

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