Pablo Iglesias y el periodismo

Los periodistas no somos seres infalibles ni podemos estar libres de críticas. De hecho, hay muchos tipos de periodistas. Y, precisamente, quienes trabajamos en los medios de comunicación somos los que más de cerca conocemos nuestras miserias. La historia de los grandes grupos de comunicación en España en los últimos años bien podría titularse La casa de los horrores. Hay demasiadas filias y fobias. Es evidente la desconfianza creciente de buena parte de la población hacia los medios, algo que debería hacernos reflexionar. El corporativismo empalaga y, además, es muy injusto, pues el periodismo no es un ente abstracto. Existe el bueno, el malo, el independiente, el que no lo es. La debilidad extrema de la mayoría de las empresas periodísticas compromete en muchas ocasiones la independencia de los medios.
Ha existido, y sigue existiendo en ciertos ámbitos, una cercanía excesiva y poco higiénica entre periodistas y fuentes. A veces tenemos la piel demasiado fina, pretendiendo blindarnos de cualquier crítica con palabras gruesas como libertad de expresión, o democracia. Hay prácticas del todo inadecuadas en los medios, en fin. Nada de lo anterior justifica la deplorable intervención ayer de Pablo Iglesias en la Universidad Complutense de Madrid, donde el líder de Podemos arremetió contra la prensa, personificando su demagoga y simplista crítica en el periodista de El Mundo, Álvaro Carvajal

Cultiva Pablo Iglesias y parte de su círculo en el partido morado un desdén hacia la prensa propio de quien quiere controlarla. Siempre da la sensación, cuando se escucha hablar a un político de la falta de independencia de los medios o de su tendencia ideológica determinada, que lo que les incomoda no es tanto que un medio no sea del todo independiente, sino que cojee de un pie distinto al suyo. No es que sean ardorosos defensores de una prensa libre. En absoluto. Es que quieren que esa defensa que tantas veces ven,  o creen ver, que se hace de otros partidos, mute en apoyo a Podemos. Les iría genial una prensa tan poco independiente como la actual, pero si estuviera mayoritariamente de su lado. 

Es repugnante ver a quien aspira a ser presidente del gobierno señalando a periodistas desafectos a su causa rodeado de un público entregado. Y los aplausos de los asistentes resultan también muy inquietantes. Los comentarios de ayer de Iglesias, ya saben, afirmando que a los periodistas se les obliga a hablar mal de Podemos porque si no no progresan en sus medios, son muy de vieja política. Es lo de siempre. A los políticos, a todos, les encantaría controlar los medios. Decidir qué preguntas se le plantean en las entrevistas y cuáles no. Lo que es importante de verdad. De lo que se debería hablar. Lo que ha de ser portada y lo que debe ir en un breve. A todos los políticos que ansían el poder, es decir, a todos los políticos, les fascina el periodismo como ese juguete poderoso que poder controlar. Y es exactamente ese desprecio a la prensa exhibido por Iglesias lo que demuestra cuánto desea controlar los medios. 

Por eso se permite señalar a periodistas no afines. Ayer, apelando directamente en términos intolerables a un reportero de El Mundo. Semanas atrás, respondiendo a la periodista Ana Romero, de El español, a una pregunta que le incomodó hablando de su "precioso abrigo de piel". Con ese sectarismo y dogmatismo tan simplista. Con esos prejuicios machistas, clasistas y estúpidos que presuponen que según cómo vista una periodista tendrá una u otra tendencia. A Iglesias le encantan los medios de comunicación, pero sólo cuando hablan bien de él. Exactamente igual que al resto de políticos. Es evidente que, al igual que ayer los periodistas plantaron a Iglesias por su desprecio a Álvaro Carvajal, deberían haber hecho lo mismo cuando Rajoy compareció en plasma o cada vez que tantos políticos ofrecen las mal llamadas ruedas de prensa sin preguntas (si no admiten preguntas, no son ruedas de prensa y no se deberían cubrir). No podemos decir que Iglesias es el único político de España que desprecia al periodismo. Pero no es menos grave ni criticable por ello. A cada cual, lo suyo. 

"Les veo con cara de miedo por primera vez a los periodistas", dijo ayer Iglesias, rodeado de un público afín. Es inquietante cada una de esas palabras. Esa "primera vez", como si hubieran de venir muchas más. Esa extraña idea de que los periodistas deben tener miedo de lo que diga un político. Uno tiene la convicción de que suelen funcionar mejor las sociedades en las que ocurre exactamente lo contrario, es decir, en las que son los políticos los que temen las revelaciones de la prensa. Iglesias, que se dio a conocer participando en tertulias de esos medios que ahora tanto critica y que se entretiene haciendo programas de televisión, compartió una visión de la prensa que no es nueva, qué va, pero que una sociedad avanzada no puede tolerar. 

Preocupa lo que dijo Iglesias y, sobre todo, cómo lo dijo. Pero no sólo eso. Los aplausos de los asistentes al acto, que por cierto, versaba sobre el populismo (debió de decidir ofrecer una demostración práctica), son alarmantes. Y no digamos ya la comprensión de tantos periodistas que, en redes sociales o artículos, han dicho que, quizá, sólo quizá, Iglesias se equivocó personificando la crítica en el compañero de El Mundo (por cierto, eligió un día magnífico el líder de Podemos para atacar a un profesional de este diario), pero el fondo de lo que dijo es cierto. Obviando las formas de acoso y la demagogia de sus palabras. Restando importancia a la prepotencia insufrible de Iglesias, que se considera por encima del bien y del mal. Como si a ellos no les escamara esa insistencia del líder de Podemos en hablar de los sexys y atractivos que son. Empalaga tanto su egocentrismo como esa pose, mientras de puertas hacia adentro purga a compañeros de partido incómodos. 

Tengo una idea bastante aproximada de lo que dirían tantos compañeros que han matizado las palabras de Iglesias si quien las hubiera pronunciado fuera, por ejemplo, Esperanza Aguirre. Intolerable ataque a la libertad de expresión. Prueba de lo poco que cree esta política en la independencia de la prensa. Y acertarían con esa reflexión. Lo asombroso es que, si es de otro partido político quien comparte semejantes afirmaciones, todo se les antoje menos grave. Lo inaceptable de lo ocurrido ayer es que un político, que además quiere ser presidente del gobierno, ridiculice de este modo a profesionales del periodismo. Y es igual de grave si quien habla en esos términos es un político de derechas, de izquierdas, funambulista ideológico o populista. Políticos son todos, los viejos y los nuevos. Y el periodismo tiene que controlar al poder, siempre, sea del color que sea. La gran confusión aquí es creer que sólo es inaceptable el menosprecio a los periodistas si escriben en determinados periódicos o sólo si el político que arremete contra la prensa es de una ideología o posición concreta. No dudo de que haya un debate pendiente sobre la situación de los medios en España. Pero prefiero que los políticos se dediquen a sus miserias, que no son pocas. No me agrada que un político, de esos que son incapaces de ponerse de acuerdo para desbloquear la situación del Congreso, sean cuales sean sus ideas, venga a pontificar sobre esta profesión. Sobre todo, que lo haga porque le incomoda que los periódicos no digan lo que él quiere. 

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