Muere Chus Lampreave

No conozco a nadie que no adorara a Chus Lampreave. Todo el mundo sonreía nada más verla en pantalla. Todos recordamos algún papel suyo en el cine. O varios. Con esa apariencia de personaje de dibujos animados. Esa voz suya tan aguda, tan particular. Ese tono especial. Los elogios a la actriz, fallecida ayer, están llenos de cariñosos recuerdos. Es mucho lo que hemos reído con ella. Mucho lo que nos ha hecho disfrutar. Generalmente, cuando alguien muere, todo son palabras amables. Parece que nada malo se puede decir de quien ha fallecido. Con Chus Lampreave sucede algo distinto. Nadie pudo nunca decir nada malo de ella en vida. Y ahora, tras su adiós, queda el recuerdo de su trabajo. Arrollador. Magnético. Peculiar. Único. 

Ahora que andamos sin gobierno en España y con los partidos políticos mostrándose incapaces de llegar a acuerdos, bien podemos decir que Chus Lampreave es la mujer de consenso del cine español. Su sonrisa. Su abuela. Esa actriz con soltura y desparpajo natural. Una mujer entrañable, con ese aire de normalidad, de estar siempre de paso por el mundo del séptimo arte, de actuar como quien pide una barra de pan o da los buenos días en una cafetería. Trabajó con los más grandes directores. Actuó en varios de los títulos más recordados de García Berlanga (El verdugo, La escopeta nacionalPatrimonio nacional). Fue chica Almodóvar por empeño del director manchego. Ocho películas suyas se hicieron mejores, porque ella mejoraba todo lo que tocaba, gracias a la actuación de Lampreave. 

Particularmente memorable su papel de testigo de Jeová, que no puede mentir, ya quisiera ella, en Mujeres al borde de un ataque de nervios. Su primer trabajo para Almodóvar fue en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. Cuenta el genial cineasta manchego que tuvo que insistir mucho para convencerla. Ella no se veía. Y no quería papeles grandes, porque no se consideraba actriz. Ni falta que hacía. Era quizá uno de los más insignes ejemplos de esos intérpretes secundarios que se comían a los protagonistas. Chus Lampreave se adueñaba de sus personajes. Y siempre, siempre regalaba escenas memorables. De las más recordadas de muchas de las películas en las que intervino. Tuviera más o menos escenas, más o menos frases. Daba igual. Ella, cautivadora, fascinante por natural, por excéntrica, por surrealista, siempre se imponía. Y dejaba huella. La última cinta de Almodóvar en la que apareció fue Los abrazos rotos (2009). Cuenta el director, que estrena este viernes su vigésima producción, Julieta,que no se hace a la idea de no volver a trabajar con ella. Y no extraña. Era una musa de su cine. 

Afirmó ayer el director Emilio Martínez Lázaro, que dirigió a Chus Lampreave en Lulú de noche, que todos los directores quisieron trabajar con ella. Porque sabían que le daban un papel secundario y lo engrandecía. Porque se comía la pantalla. No al modo de esas damas elegantes y perfectas, sino con su arrolladora normalidad y sencillez, con sus gafas, su voz, su presencia. Pequeña, aparentemente frágil, pero siempre fascinante. Siempre genial. También participó en películas de Fernando Trueba (Belle Époque), Fernando Colomo (Bajarse la moro) o Santiago Segura (Torrente), entre otros. Su último papel en el cine, de hecho, fue en la quinta entrega del serial del investigador casposo ideado por Segura. 

Poco importan los premios, pues de lo que siempre disfrutó Chus Lampreave fue del cariño del público. Sincero. Absoluto. Incondicional. Se marcha sin haber recibido el Goya  honorífico, pero ganó un cabezón por su papel en Belle Époque y también fue reconocida junto al resto del repartido femenino de Volver en el festival de cine de Cannes. Daba un poco igual que su papel fuera más o menos grande. Era una secundaria de lujo. La estrella normal. La actriz que pasaba por allí y regalaba interpretaciones exquisitas. Sin método. Sin soñar nunca con dedicarse a esto, ella quería ser artista, pintora, y regaló su arte en las pantallas. Media España lloró y río con ella en dos anuncios de Campofrío, El curriculum de todos, dirigido por Iciar Bollaín, y Bombería. Recordarla y sonreír será uno solo. Mueren los olvidados y Chus Lampreave ha dejado demasiados trabajos memorables como para permitirnos ese lujo. Una cómica sensacional. Descanse en paz. 

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