El circo de la Carrera de San Jerónimo

Si algo hemos aprendido de esta fase extraña e insufrible tras las elecciones del 20 de diciembre es que los políticos españoles son, salvo contadas excepciones, malos actores. Unos tienen mayores dotes interpretativas que otros, claro. Pero, en general, están bastante limitados. Es como si en la noche electoral, cuando cualquier observador medianamente desapasionado supo ver ya que nos dirigíamos a otros comicios, dado el percal de quienes tendrían que ceder y ponerse de acuerdo para evitarlo, se les hubiera repartido a los responsables de los grandes partidos un guión en el que se decía que todos debían negar la realidad. Actuar totalmente ajenos a los resultados de las elecciones. Interpretar el papel de hombres reñidos con la aritmética, que no saben sumar ni ven lo que les rodea. Parece tratarse desde entonces de hacer ver que no sabían lo que conocen de sobra: que no tienen la menor opción de ponerse de acuerdo. 

Internamente, se han movido más bien poco todos. Pero hacen como que no estamos en España, fingiendo desconocer que la mediocridad de la clase política sólo es equiparable a su sectarismo. Aunque saben todos que las cartas están marcadas, aunque conocen el desenlace de la partida como lo conocemos los ciudadanos, tienen que disimular. Y en ello andan. Pero, de puertas para afuera, se empecinan en echar la culpa de la parálisis al de enfrente. Porque, desde hace mucho, desde el principio, a lo que se han dedicado los cuatro grandes partidos es a culpar a los demás de la situación de bloqueo político. Estamos en la campaña electoral más larga y más falsa de la reciente historia de la democracia. Vivimos desde el 20 de diciembre un simulacro de intentos de acuerdos, cuando nadie suma. Y eso se conocía desde el comienzo. Tanto como se sabe que cualquier fabulación sin base real termina estrellándose contra el muro de los hechos. De cartón piedra es el escenario de esta interpretación. 

Quizás lo más sorprendente es que se les sigue el juego. En los medios y en la sociedad. Más en los primeros, intuyo. La gente anda, creo, bastante cansada. Creo que no es sencillo adivinar hoy qué partido se verá fortalecido por la convocatoria electoral y cuál será más castigado. Imagino que se penalizará a quien, o a quienes, se eche la culpa de la falta de acuerdo. Y aquí parece que Podemos tiene todas las papeletas. Lo que sí me parece bastante probable es que la abstención se dispare. Se percibe cierto hartazgo. No es que la gente se levante aterrada cada día por afrontar un día más sin gobierno. Será frívolo, pero tampoco siente uno una necesidad urgente de tener un ejecutivo. Pero sí hay mucha pasividad. Todo vodevil barato termina agotando al espectador. Suelen ser cortos. Y la duración de este se les está yendo de las manos

Al juego de los partidos políticos y su impostura están entrando todos los medios algo más de lo que convendría a la higiene mental de sus lectores o espectadores. Se juega a desconocer realidades, hechos difícilmente rebatibles. El primero de todos, que estamos en España. No pidamos peras al olmo. Tenemos la clase política que tenemos. Y, ojo, también la sociedad que tenemos. Cómo pretender que del dontancredismo de Rajoy, la arrogancia de Iglesias, la altanería de Rivera y la vacuidad de Sánchez salga un acuerdo potable, algo distinto a este ruido diario de reproches y eslóganes electorales. Es obvio que Ciudadanos y Podemos se consideran entre sí incompatibles y que jamás aceptarán un acuerdo de gobierno con el otro. También resulta evidente que el PP,  cada vez más acomodado en su posición de gobierno en funciones, seguirá el método marianista de no hacer nada y esperar a que, palabras textuales de Soraya Sáenz de Santamaría, "la cosa caiga por su propio peso". 

A la reunión a tres entre Ciudadanos, PSOE y Podemos le ha seguido el fracaso que cualquiera preveía antes del encuentro. Incluidos ellos mismos. De verdad que no pueden ser tan cándidos. No es excesiva la capacidad de nuestros líderes políticos, pero sí les da como para saber lo que iba a ocurrir. Es todo un sainete. Un circo bufo. Salieron los representantes de los tres partidos como en aquella mítica escena de Casablanca. "¡Qué escándalo! He descubierto que aquí se juega". Vaya por dios. Quién lo iba a decir. Los líderes de Podemos no sabían que el PSOE y Ciudadanos habían firmado un acuerdo que quieren respetar. Socialistas y responsables del partido naranja desconocían que la formación de Iglesias propugnaba un reférendum en Cataluña. Se ve que aquí nadie lee periódicos. 

La parte final del teatrillo, a la que asistimos, y cuyo acto último quizá sea un ensayo de gran coalición entre PP, Ciudadanos y PSOE, la opción que siempre prefirió el establisment, está siendo particularmente sobreactuada. Esos portavoces socialistas al borde del desmayo por ver que Podemos no se presta a apoyar el acuerdo del PSOE y Ciudadanos. Esa forma tan suya de indicar a los medios lo que tienen que decir de Pablo Iglesias. "El titular es que a Podemos se le dijo que no a todo", aleccionó el líder del partido morado. Ese funambulismo ideológico de Ciudadanos, que siempre ha jugado a promover un pacto a tres, pero con el PP, ese PP que tanto criticó, por otro lado, pero con cuyos votantes prefiere estar congraciado, porque hasta ahora se ha nutrido fundamentalmente de ellos. 

Y entre medias, con un papel secundario, algo extravagante, el partido del gobierno. Encantado de haberse conocido. Sus líderes están convencidos de que la nueva convocatoria electoral les beneficiará. Y lo más curioso es que, probablemente, tengan razón. Lo bueno de no hacer absolutamente nada, de no moverse, de no hablar, de no intentar acuerdos, de dejar estrellarse a los demás, es que uno acaba limpio de polvo y paja. Del polvo y la paja de la falta de pactos, se entiende. Ya traen de serie la suya propia, la de sus fétidas corruptelas. Y así andamos. En un teatrillo chusco, sin nivel. Los últimos coletazos serán ya ese echar la culpa de todo al de frente, el registro en el que más cómodos se encuentran estos actores y en el que más abochornan al público. Continuará. 

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