59 agresiones homófobas en Madrid este año

Hace 11 años, España se situó en la vanguardia de los derechos con la aprobación de la ley del matrimonio homosexual. Una de las contadas ocasiones en las que nuestro país lleva la delantera. En esta década, muchos otros países han reconocido el mismo derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. Fue una ley avanzada a la propia sociedad. Suele ocurrir al revés, la sociedad reclama avances, progreso. Aquí, en buena medida, la ley fue por delante. En este tiempo se ha avanzado mucho en el respeto a lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. Es evidente que se ha mejorado. Tanto como lo es que aún queda mucho camino por recorrer. La más dolorosa demostración de que la homofobia sigue presente en nuestra sociedad son las agresiones a homosexuales. En Madrid, 59 en lo que va de año, según el Observatorio contra la LGTBfobia creado en febrero de este año. La mayoría, en la zona centro de la capital.

El sábado pasado, dos amigos fueron agredidos entre gritos de "maricones de mierda" en el centro de Madrid, ciudad que siempre fue y debe seguir siendo espacio de tolerancia donde vivir y amar en absoluta libertad. Tres energúmenos consideraron que la vestimenta de estos dos jóvenes era propia de gays. Y, por tanto, se vio legitimado para agredir a esas dos personas. Ambos denunciaron ante la policía. Pero o siempre ocurre. En muchas ocasiones, la víctima se siente culpable. Puede que aún no haya compartido con familia o amigos su orientación sexual. Y oculta la agresión sufrida, uno de los mayores problemas de este tipo de violencia, que hace que las cifras oficiales puedan ser sólo la punta del icerberg de las agresiones homófobas. Este mismo fin de semana, otro hombre sufrió el odio al diferente, pero no denunció. 

Desde hace unos años, la asociación Arcópoli, que parafraseando a Obama, pero esta vez con razón, está en el lado correcto de la historia, se dedica a ofrecer ayuda a las víctimas de los ataques homófobos. La creación del Observatorio contra la LGTBfobia permite estar al lado de quienes sufren las agresiones y acompañarles a denunciar. Es impagable la labor que esta haciendo esta asociación, comprometida con la igualdad real de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. No sólo es trascendental su apoyo a quienes han sufrido agresiones, sino también su labor de concienciación, su activismo para promover cambios legales que protejan a la víctima y la necesaria visibilización de la lacra de la homofobia. 

Es evidente que los energúmenos que agreden a personas por ser homosexuales son una minoría en la sociedad. Pero en estos casos importa más el silencio del resto de la sociedad, la falta de compromiso de tantos, el desentenderse del problema. Es importante entender que la homofobia, el odio al diferente, es una cadena, y las agresiones son sólo el penúltimo eslabón de la misma. Pero antes, formando parte de la misma mentalidad retrógrada y rancia, están los insultos, los chistes sobre mariquitas, ese mirar hacia otro lado cuando se asiste a una escena de discriminación, las risitas por cómo viste o habla tal o cual persona, la renuncia a educar a los niños en el respeto a todas las personas la margen de cual sea su orientación sexual, el tono abiertamente homófobo que destilan conversaciones de personas cultas, formadas, inteligentes, que sin embargo se ven en la necesidad de remarcar su virilidad y su desprecio hacia los homosexuales. Todo esto sucede. Lo vemos a diario. Y forma parte de la misma lógica que conduce a una minoría violenta a agredir a quien se le antoja gay.

Al igual que ocurre con el machismo o con el racismo, hoy nadie tolera un discurso abiertamente homófobo por parte de un político o un personaje público. Pero existe el micromachismo, como existen las miradas de desconfianza a quien tiene otro color de piel y como existen los comentarios denigrantes sobre los homosexuales, o la incomprensión y la falta de respeto a los transexuales. Es ese ambiente intolerante, que aún asfixia más de lo que debería, que aún existe, incluso en ciudades avanzadas y modernas como Madrid, el que sirve como caldo de cultivo ideal para que grupos violentos, o jóvenes "normales" que no toleran la homosexualidad, que no la conciben, según cuentan desde Arcópoli, agredan a personas sólo por amar o vivir diferente, sin dañar a nadie por ello. 

El último eslabón de esa cadena de homofobia e incomprensión es, por ejemplo, el brutal asesinato de dos activistas gays en Bangladesh. A machetazos asesinaron ayer a Julhas Mannan, editor de la única revista destinada a la comunidad LGTB en un país donde la homosexualidad puede ser condenada incluso con la cadena perpetua. Ya había sido amenazado de muerte por los radicales que interpretan el Islam de un modo fanático, los que quieren imponer un único modo de ver la vida. Desde distintos postulados ideológicos, culturales o religiosos, lo que impulsó a estos criminales a asesinar al editor de la revista Roopbaan es el mismo sentimiento de odio visceral que conduce a los agresores en Madrid y tantos otros lugares donde la víctima de una agresión homófoba no se atreve a denunciar. Lo que en el fondo pretenden los violentos es que, si alguien es gay, lo sea de puertas para adentro. Que no se exhiba. Que no camine de la mano. Pero renunciar a esos gestos de normalidad sería tanto como aceptar que una parte de la población debe limitar su libertad para no incomodar a sus conciudadanos más rancios y retrógrados. Algo que no se debe tolerar y que debería implicar a toda la sociedad, no sólo a lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. Porque una sociedad donde se agrede a alguien por vivir diferente a la mayoría es una sociedad enferma

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