Horror en Bruselas

Lo más espantoso del vil atentado terrorista perpetrado ayer en Bruselas es que es sólo el último. La capital belga, también comunitaria, se suma a la lista de ciudades zarandeadas por el fanatismo yihadista. Pero si algo podemos saber sin la menor duda es que habrá más ataques de los bárbaros del siglo XXI. En ciudades no sólo europeas, aunque la cobertura mediática sea tan dispar en función de donde se produzca la matanza. Los mismos sonidos de alarmas y gritos. Los mismos llantos. La misma incomprensión. El mismo dolor por la sinrazón. La misma rabia. Idéntica confusión en una ciudad que se inunda de miedo y terror. Escenas vistas ayer en Bruselas exactamente iguales que las imborrables estampas posteriores a la masacre de Madrid en 2004 o a las que llenaron París de indignación y espanto en noviembre del año pasado. 

También se repite la sucesión de debates estériles y vacuos, sobre todo en las redes sociales, que en días como el de ayer acogen mensajes de solidaridad, pero también toda clase de improperios. Se repiten los mensajes del odio. La intolerancia. La equidistancia inquietante de quienes, sin tener aún un recuento definitivo de asesinados por el iracundo y ciego fanatismo se dedican a responsabilizar del ataque a las sociedades que lo sufren. Insufrible. Sectario. Agotador. El apoyo a los muertos y heridos, la más contundente condena a los atentados, injustificables desde cualquier punto de vista, sin el menor atenuante posible, dan paso rápido en las redes sociales, en ciertos sustratos de las mismas, a argumentos, por llamarlos de algún modo, que parecen fluctuar entre dos polos extremos e igualmente insufribles: los que alimentan el racismo y la islamofobia, olvidando que la inmensa mayoría de las víctimas del yihadismo son musulmanes, y los que con los cuerpos calientes, instantes después de condenar la masacre, culpan de lo ocurrido a Occidente. 

Este debate tan polarizado escapa de las razones de fondo del terrorismo y de la enorme complejidad de esta amenaza, quizá la mayor a la que se enfrenta nuestra sociedad. Por supuesto, hay razones profundas de este surgimiento de grupos criminales como el autodenominado Estado Islámico, el Daesh. Y entre esas razones está la desastrosa intervención de Irak. Sin duda. Pero, insisto, no termino de ver la lógica, tan asombrosamente empleada en días como ayer, de que como hay personas en paro y sin oportunidades deciden poner bombas. Y que haya gente inteligente que sostenga semejante argumento sin aparente sonrojo. Naturalmente no se trata de caer un planteamientos simplistas ni maniqueos. En Occidente se han hecho muchas cosas mal. Se hacen a diario. Pero los responsables de los asesinatos, perdón por la obviedad, son los asesinos. Es de perogrullo.

Creo que en Europa aún no se ha entendido del todo que nos enfrentamos con un grupo de bárbaros que combate contra una civilización que le incomoda. En París atentaron contra restaurantes y salas de fiesta porque desprecian el modo de vida occidental. Porque les repugna la libertad de esta sociedad que ellos consideran infiel, a exterminar. De las reacciones políticas al execrable atentado de ayer quizá lo más interesante es que se repitieron en distintas partes de Europa mensajes en pos de una mayor colaboración entre los distintos gobiernos. Ayer los bárbaros del siglo XXI atentaron contra la capital europea. Fue un ataque contra toda Europa. Como lo fue también el atentado de París. Por eso es necesaria una respuesta común. 

Confío en que la sociedad no caiga tras el atentado de Bruselas que costó la vida de 36 ciudadanos inocentes que esperaban la salida de un avión en el aeropuerto de la ciudad belga o se dirigíana su lugar de trabajo en el metro en actitudes radicales como el racismo o la islamofobia. Porque conviene recodar una y mil veces que la inmensa mayoría de las víctimas de los fanáticos del Daesh son musulmanes. Esto no va de religiones, pero sí es la excusa que emplean estos criminales. De guerras de religiones está llena la historia. La concepción ciega de esta chusma ve infieles a exterminar en todo aquel que no comulgue con su visión del mundo. Y la práctica totalidad de los musulmanes no conciven su religión como lo hace esta gentuza.  

Una de las imágenes del día de ayer fue la de un niño en el campo de refugiados de Idomeni lamentando el atentados de Bruselas. Saben bien lo de que hablan, porque ellos huyen de la misma sinrazón del terrorismo. El atentado de ayer vuelve a dejar claro que sin encontrar una solución a la guerra que desangra Siria desde hace cuatro años será imposible evitar los ataques terroristas de grupos que encuentran en el caos del país gobernado por el dictador Al Assad el mejor caldo de cultivo para sus criminales actividades. Regresará ahora con fuerza la disyuntiva entre seguridad y libertad. La necesidad de ceder espacios de libertad para conseguir seguridad. Un debate en gran medida falso. La seguridad total no existe y, como se comprobó en Estados Unidos tras el 11-S, algunos gobiernos pueden tener la tentación de caer en excesos en nombre de la guerra contra el terror. Lo deseable sería una respuesta sosegada y un consenso entre quienes quieren combatir el Daesh. Chirría en este punto el cinismo de algunos gobernantes como Putin que piden más cooperación pero cuya política exterior antepone sus interés geopolíticos a la lucha contra el terrorismo. Queda la incómoda sensación de que lo sufrido ayer en Bruselas es la nueva normalidad. Un atentado más. El último que ha ocurrido. El siguiente en la lista. 

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