Gobierno descontrolado

Ha tardado poco el gobierno en percatarse de las ventajas de este periodo de interinidad. Como somos un ejecutivo en funciones, se dicen, no tenemos que responder ante este Congreso, tan extraño y heterogéneo, tan distinto a aquel glorioso Parlamento del rodillo de la mayoría absoluta. En una decisión insólita, como insólito es casi todo lo que vivimos en la agotadora actualidad política española de los últimos meses, el gobierno ha decidido que no va a someterse al control del gobierno. Los ministros no acudirán a las comisiones de sus áreas. Se ausentó ayer Morenés de la comisión de Defensa. Y lo harán todos los demás, incluido Rajoy. Qué se habrán creído los chavales de Podemos o los novatos de Ciudadanos, se deben de estar diciendo en el PP. 

Al margen de si tiene o no base legal esta actitud tan poco decorosa del gobierno (que parece que no la tiene en absoluto), la decisión dice mucho del concepto de democracia que tiene este ejecutivo. Escasa. Controlada. Limitada. Ni una explicación de más. Ni una comparecencia ante la sede de la soberanía nacional más de lo estrictamente necesario. Nada distinto de lo que cabría esperar de quien rechazó el encargo del jefe del Estado de intentar formar gobierno por evitarse el lío de tener que hablar con otros partidos y para eludir las críticas de todos esos partidos que menospreció durante sus cuatro años de mayoría absoluta y ahora, ay, se habrían mostrado muy críticos con él en una hipotética sesión de investidura. 

Tras un breve fogonazo de más transparencia y comparecencias públicas, después de ciertos destellos que indicaban un cierto cambio en el PP, vuelve la normalidad. La política de las ausencias. La ley del mínimo esfuerzo. De las mínimas explicaciones. Así que nos enfrentamos a un periodo sin control al gobierno por parte del Parlamento en quizá 10 meses. Qué chollo. Si lo hubieran descubierto antes no se sulfurarían tanto por la inestabilidad y sus daños irreversibles, poco menos que apocalípticos, que los ministros y dirigentes del PP cantan a las cuatro vientos en los últimos días. Si, en el fondo, es un gran negocio. Gobierno en funciones. Sin someterse al control de nadie porque, al modo del 15-M (qué cosas), este Congreso no les representa. 

El resto de partidos políticos ha censurado la actitud del gobierno, más bien cobarde, poco comprensible, de negarse a responder ante el nuevo Congreso. Que es todo un lío, por usar un término muy del gusto del presidente. Se les han desordenado los escaños. Ven muchas caras desconocidas. Incluso algunas rastras. Y se confunden. Mejor pisar lo justo el hemiciclo. No todo va a ser alertar al pueblo de los peligros endemoniados que les aguardan si se forma cualquier opción de gobierno que no pase por la presidente de Rajoy. También pueden disfrutar, piensan, de las ventajas de este impasse. Es un desprecio al Congreso y, con él, a los millones de votantes que han compuesto este Parlamento tan heterogéneo, más realista, más fiel a la pluralidad que se observa en las calles que una mayoría absoluta, aunque resulte menos cómodo al PP. 

Los otros partidos están de acuerdo en que no están de acuerdo con el PP. Pero poco más. Seguimos asistiendo a un espectáculo bastante bochornoso. Ciudadanos juega a que el PP se sume a su pacto firmado con el PSOE. Un pacto que, según los socialistas, puede ser la base de su acuerdo con Podemos. No suena del todo creíble que el mismo acuerdo pueda convencer a la vez al PP y a Podemos. Sigue la alianza de Rivera y Sánchez sin resolver esa evidente contradicción. En Podemos no están mucho mejor. No es sólo que tengan abiertas discrepancias internas y distintas corrientes, ya como un partido más (en política uno termina pareciéndose casi siempre a aquello contra lo que combate), es que Pablo Iglesias muestra tics más bien autoritarios. De ordeno y mando. Ni primarias, ni voz de los círculos, ni respeto al discrepante ni leches. Fuera con los próximos a Errejón. Todo el poder para Iglesias. 

Se agradecería que en el partido morado no culparan a la prensa, al resto de partidos y hasta la CIA ya sólo les falta de sus problemas internos. No creo que a nadie de fuera se le pueda culpar de esas disputas internas que, por otro lado, son perfectamente lógicas. Es pura lucha de poder, nada nuevo, nada rompedor que no hayamos visto en los partidos tradicionales. Pero es también un debate lógico sobre el rumbo a tomar. De un lado, los partidarios de tender puentes con el PSOE. quienes creen que sus votantes no perdonarán a Podemos que no haya permitido cambiar el gobierno y desalojar de La Moncloa al PP. Del otro, con Iglesias a la cabeza desde el minuto uno, los que quieren forzar una nueva convocatoria electoral porque están convencidos de que sobrepasarán al PSOE en las urnas y entonces serán ellos quienes podrán encabezar el gobierno del cambio. Y, entre medias, un Congreso sin control al gobierno, unos políticos exhibiendo impúdicamente su mediocridad en todo el espectro parlamentario y, como escribió Raúl del Pozo, una primavera sin gobierno. 

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