Trump y Sanders lideran la campaña

El proceso de primarias en Estados Unidos es el mayor espectáculo político del mundo. Excesivo, intenso, larguísimo. Muy estadounidense, el país de la Super Bowl y el show continuo. Cada cuatro años, la primera potencia del mundo centra la atención mediática por la batalla en sus dos principales partidos, el Demócrata y el Republicano, para elegir al candidato a presidente. Es, como casi todo en aquel país, un proceso paradójico. Por un lado, democrático, pulcro. Son los militantes de los partidos, y en ocasiones también personas que no simpatizan con las formaciones, quienes votan en primarias entre los distintos aspirantes. Pero, por otro lado, es un exceso, un descomunal derroche económico, un duelo brutal en anuncios de televisión nada sutiles atacando al contrincante y exhibiendo a golpe de talonario las virtudes del candidato. Es un auténtico show que este año es completo, pues hay dudas sobre quién representará a los dos partidos del sistema en los comicios y en ambas formaciones hay dos candidatos sui generis, por decirlo de modo amable, que parecen liderar la campaña. 

Las primarias de New Hampshire arrojaron un resultado sorprendente, inimaginable hace tan sólo unos meses. En las filas republicanas venció con aplastante autoridad el excéntrico y malhablado millonario Donald Trump. El político que tiene como proyecto estrella construir un muro que separe la frontera de Estados Unidos con México, el que suelta exabruptos machistas, racistas y homófobos en cada intervención, empieza a convertir en resultados concretos en las primarias ese en apariencia inexplicable apoyo ciudadano que reflejaban las encuestas. Nadie pensaba que las opciones de Trump eran reales. Aún hoy, con todas las primarias por delante, cuesta ver a este hombre como candidato republicano a la Casa Blanca, sobre todo porque sería un suicidio del partido conservador. Pero hace tiempo que dejó de ser una broma pesada. 

El inesperado triunfo de Bernie Sanders en las primeras demócratas de New Hapshire, después de empatar en los caucus de Iowa con la que era máxima favorita, Hillary Clinton, también pinta de sorpresa e intriga la campaña en el otro gran partido estadounidense. Poco tienen que ver Trump, a la derecha de la derecha, con Sanders, quien se declara socialista, algo así como fanático peligroso y radical en el lenguaje político estadounidense, donde este término tiene connotaciones más bien extremistas. Pero sí hay un punto en común entre ambos candidatos, que además nos suena bastante en España: el hartazgo con la política tradicional. La búsqueda desesperada de nuevos rostros, de otras voces. 

Naturalmente, buscar alternativas no garantiza encontrarlas y que la vieja clase política desagrade no convierte en buenos y creíbles a los nuevos candidatos. Pero cuando se vota con las entrañas, suceden estas cosas. Y es responsabilidad, fundamentalmente, de esos políticos tradicionales de quienes huyen como de la peste los votantes. Queda mucha campaña en Estados Unidos. En las filas demócratas, pese a la severa derrota en New Hampshire, Clinton sigue siendo la favorita. La exsecretaria de Estado presenta como credenciales su experiencia al lado de Obama en su primer gobierno. Algo ha hecho mal Clinton, o muy bien Sanders, cuando hace un año aquella le sacaba 40 puntos en las encuestas al candidato socialista. 

El programa de Sanders es revolucionario. Consistiría, básicamente, en trasladar a Estados Unidos el Estado del bienestar europeo. Algo inimaginable en aquel país. Habla el veterano político demócrata de combatir la desigualdad de un sistema en el que el 1% más rico tiene más poder, influencia y recursos que el 99% restante. Propone implantar los tres meses de baja por maternidad, algo que directamente no existe en Estados Unidos (ni tres meses ni tres días). Es la primera vez en muchos años, hay quien dice que en toda la historia reciente de aquel país, que un candidato abiertamente de izquierdas llega a las primarias presidenciales con tantas opciones. Su programa es tachado de populista e irrealizable, que probablemente lo sea, pero parece claro que está conectando con amplias partes de la población, sobre todo con los jóvenes. A pesar de que sería prácticamente imposible de llevar a cabo, por el nivel de endeudamiento del país y porque las Cámaras republicanas en absoluto apoyarían esas medidas, que implicarían mucho más gasto social. 

El panorama en el Partido Republicano es bastante más confuso. Nadie en el partido quiere ver a Trump ni en pintura. Pero en Estados Unidos los aparatos de los partidos tienen entre poco y ningún peso en la batalla política. Son los candidatos, con sus costosos equipos de campaña (y los de Trump se los sufraga él mismo, que para algo es millonario), quienes llevan la voz cantante. Y la voz irritante, chillona y demagoga de Trump está sonando alto. Y convence a muchos estadounidenses. Prometiendo acabar él solito con el Estado Islámico. Proponiendo expulsar a los musulmanes, blindar al país de México, devolver a Estados Unidos su grandeza, obligar a Apple a producir sus cachivaches dentro del país y no en el extranjero... Es el clásico discurso radical, con tintes racistas y machistas en cada intervención, con bravuconadas con las que busca (y encuentra) publicidad gratuita en los medios, que conecta con mucha gente, más de la que racionalmente uno podría imaginar. Si buscamos paralelismos en Europa, Marine Le Pen es quizá el calco de Trump. 

Así como Sanders sí tiene enfrente a una rival muy seria en las primarias demócratas, la aún favorita Hillary Clinton, ninguno de los muchos aspirantes a candidatos de la Casa Blanca en las filas republicanas parece con el suficiente apoyo como para plantar cara a Trump. Elegir a este hombre como candidato supondría la ruptura quizá total entre este partido y las minorías raciales, cada vez más decisivas en Estados Unidos. Supondría, uno cree, entregarle la victoria en bandeja al Partido Demócrata. Las opciones más moderadas, moderadas en comparación con el discurso de Trump, no carburan en el Partido Republicano. Ni Marco Rubio, ni Ted Cruz ni Jef Bush parecen a día de hoy contar con más opciones de ganar estas primarias que Trump. Queda mucho, pero no es descabellado imaginar unas elecciones presidenciales en Estados Unidos entre dos rara avis, dos líderes que, a su manera, han captado el descontento de muchos ciudadanos. La carrera continúa. 

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